viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo XV


Capítulo Decimoquinto

Más años de vida y más vida en los años


¿Habrase construido cada ser humano, por sí mismo, una fuente de la juventud?
¿Podrá mantenernos jóvenes nuestro mecanismo de éxito?
¿Será capaz el mecanismo de la frustración de acelerar nuestro proceso de envejecimiento?
Para decirlo con franqueza, la ciencia médica no dispone de respuestas definitivas para todas estas preguntas, mas no es solamente posible, sino que también lo creo práctico, el intento de esbozar ciertas concusiones implícitas en cuanto ya conocemos. Así, pues, trataré, en el presente capítulo, de exponerles algunas de las cosas en que creo y las cuales han sido de verdadero valor práctico para mí mismo.
William James manifestó, en cierta ocasión, que todo el mundo –incluso los hombres de ciencia. Desarrollan en sí mismos sus propias “super-creencias”, las cuales se asientan en hechos conocidos, pero a las que los hechos no justifican per se. Cómo medida práctica, estas “super-creencias” no sólo debemos admitirlas como de recomendable adopción, sino que también resultan evidentemente necesarias. Nuestras presunciones con respecto a un objetivo futuro, que a veces no lo podemos prever, son las que nos dictan nuestros actos del presente y nuestra “conducta práctica”. Colón, por ejemplo, tuvo que suponer, antes de descubrir a América, que hacia el oeste de Europa extendíanse una enorme masa de tierra. De otra manera, nunca hubiera emprendido su peligrosa navegación, y si se hubiera puesto a navegar no podría haber sabido hacia qué punto orientarse: al norte, al sur, al este o al oeste.
La investigación científica se hace posible solamente a través de la fe en la suposición. Los experimentos de la investigación oriéntanse siempre hacia un fin predeterminado. El científico tiene que establecer en primer lugar una verdad hipotética, cierta hipótesis que no se halla basada en los hechos, sino en las diversas implicaciones del proceso que se ha determinado a seguir, y ello tiene que establecerlo antes de conocer los experimentos que ha de llevar a cabo, o el camino a que debe asomarse para hallar los hechos que puedan comprobar o desaprobar su preestablecida “verdad hipotética”.
Pues bien; en este último capítulo, voy a tratar de compartir con ustedes algunas de mis “super-creencias”, hipótesis y filosofías, sin tener en cuenta mi profesión de médico, sino como hombre corriente. Así, pues, coincidiremos con la idea manifestada por el Dr. Hans Selye, el cual dijo que existen ciertas “verdades” que no se pueden emplear en la medicina científica o profesional, pero que sí pueden ser “utilizadas” por el paciente.


La fuerza de la vida. El secreto de la salud y el secreto de la juventud

Creo que el cuerpo físico, incluyendo el cerebro y el sistema nervioso físicos, es una máquina que se compone de numerosos mecanismos pequeños, todos ellos construidos para cumplir un propósito determinado o ser dirigidos a una meta prefijada. No creo, sin embargo, que el HOMBRE sea simplemente una máquina. Al contrario, creo que la “esencia” del Hombre es lo que hace moverse y anima a su máquina; que esta esencia habita en la máquina, que es lo que la dirige, la controla y la utiliza como un vehículo. El Hombre, por sí mismo, no es la máquina, del mismo modo que la electricidad tampoco es el cable por el que se transmite o el motor a que hace girar. Creo, por otra parte, que la “esencia” del HOMBRE es aquello a lo que el Dr. J. B. Rhine denomina lo “extrafísico”, o sea, su vida o su vitalidad, su conciencia, su inteligencia y su sentido de la identidad; en fin, eso mismo que él llama su “Yo”.
Durante muchos años, algunos hombres de ciencia –psicólogos, biólogos, fisiólogos- han sospechado que dentro del Hombre había una especie de “energía” o vitalidad universales que hacía funcionar a la máquina humana, y que la suma de esta energía y el modo como la misma era empleada, podría explicar por qué unos individuos se muestran más resistentes que otros a idénticas enfermedades; por qué unos individuos envejecen más rápidamente que los otros y el por qué algunas personas fuertes viven mucho más que otras. Era, pues, bastante obvio que la fuente de esta energía básica –cualquiera que fuese- no estaba constituida, precisamente, por “la energía superficial” que obtenemos de los alimentos que solemos comer. La energía calórica no explica por qué un individuo se recupera rápidamente de una operación o se mantiene derecho a través de una prolongada situación crítica o sobrevive a alguna extrema enfermedad. Solemos decir de estas personas que poseen una “fuerte constitución”.
Hace algunos años, el Dr. J. A. Hadfield dijo lo siguiente: “Es cierto que almacenamos una cierta cantidad de energía de la misma que se origina fisiológicamente, ello es, de la nutrición que recibimos del alimento y del aire…, pero algunos de los más grandes psicólogos, y, en particular, de los psicólogos clínicos que han tenido que tratar ciertas enfermedades de los hombres, han mantenido el punto de vista de que la fuente de la fuerza debe ser considerada como una especie de impulso que opera sobre nosotros y no es de nuestra propia elaboración. Lo que Janet suele llamar ‘la energía mental’ es la fuerza que declina en el neurasténico y fluye en el hombre sano; Jung habla de la libido o la urgencia como de una fuerza que surge al través de nuestras vidas, ya como un impulso hacia la nutrición, ya como instinto sexual; también hay el elan vital, de Bergson. Todos estos puntos de vista nos sugieren que no somos meros receptáculos, sino verdaderos canales de la energía. La vida y la fuerza no se hallan tan contenidas dentro de nosotros como corrientes a través de nosotros. La fuerza del hombre no puede medirse como el agua estancada del pozo sino por la provisión ilimitada de las nubes del cielo… Ya consideremos este impulso como energía cósmica, como la fuerza de la vida o como las que puedan ser sus relaciones con la Divina inmanencia de la Naturaleza, esa es cuestión aparte que debe ser manifestada por otros investigadores”. (J. A. Hadfield, The Psychology of Power, New York, The Macmillan Co.)


La ciencia descubre la fuerza de la vida

Hoy, este principio de “la fuerza de la vida” ha quedado establecido como un hecho científico, y ello se debe al Dr. Hans Selye, de la Universidad de Motreal. El mencionado doctor se ha estado dedicando, desde el año 1926, al estudio de este problema de la fuerza. En forma clínica y mediante otros numerosos ensayos y experimentos de laboratorio, el doctor Selye ha comprobado la existencia de una fuerza básica de la vida a la cual llama “la energía de la adaptación”. A través de toda la vida, desde la cuna hasta el sepulcro, somos invitados diariamente a “adaptarnos” a la violencia de diversas situaciones. Inclusive el mismo proceso de la vida constituye una fuerza o una adaptación continua. El doctor Selye ha descubierto que el cuerpo humano contiene varios mecanismos de defensa (síndromes de adaptaciones locales o S.A.L.) que nos defienden contra fuerzas específicas, y un mecanismo de defensa general (síndrome de adaptación general o S.A.G.) que nos defiende contra las fuerzas que no asumen carácter específico. “La fuerza” incluye cualquier cosa que requiere adaptación o ajuste in tales estados extremosos como son los del excesivo calor o el frío, la invasión de los gérmenes de una enfermedad, la tensión emotiva, “el uso y desgaste de la vida”, o sea, el así llamado “proceso de envejecimiento”.
“El término ‘energía de la adaptación’, dice el doctor Selye, ha sido acuñado ‘por eso’ que es consumido durante el proceso de la adaptación continua, para indicar que constituye un algo distinto a la energía calórica que recibimos por medio de los alimentos, pero esto es sólo un nombre, y nosotros, sin embargo, no poseemos aún un concepto preciso de lo que pueda ser esta energía. Las investigaciones que ulteriormente se hagan sobre esta materia parece ser que habrán de mostrarse sumamente prometedoras, ya que creo que mediante ellas, estamos tocando el punto fundamental del proceso del envejecimiento”. (Hans Selye, The Stress of Life, New York, MacGraw-Hill Book Co., 1956).
El doctor Selye , con el objeto de explicar sus estudios clínicos y su “concepto de la fuerza”, de la salud y de la enfermedad, ha escrito doce libros y centenares de artículos. Rendiríase, pues, un mal servicio si tratara de comprobar aquí su caso. Me bastará señalar que sus descubrimientos médicos han sido reconocidos por los especialistas de todo el mundo. Así, si el lector desea conocer algo más respecto al trabajo que le condujo a sus descubrimientos, le sugiero que lea el libro que, para el público general, escribió el doctor Selye, The Stress of Life –“La fuerza de la Vida”.
Para mí, la cosa realmente más importante que el doctor Selye ha comprobado consiste en el principio de que el mismo cuerpo se halla dotado de la capacidad de mantenerse en estado saludable; de la capacidad de curarse a sí mismo de las enfermedades y mantenerse joven mediante la feliz adaptación con los diversos factores a que solemos llamar “el proceso del envejecimiento”. No sólo ha demostrado que el cuerpo es capaz de curarse a sí mismo, sino que, en final de cuentas, esa es la única cura que realmente existe. Las drogas, la cirugía, así como las diversas clases de terapias, sólo funcionan a modo de estimulantes del propio mecanismo de defensa del cuerpo cuando éste se halla en un estado depresivo o para armonizarlo, rebajándole el estado de exaltación en el momento en que el cuerpo sobrepasa su funcionamiento. La energía de la adaptación, por sí misma, es la que, finalmente, supera la enfermedad, sana la herida o la quemadura o nos hace superar otras violencias de carácter interno o externo a las dificultades de nuestro cuerpo.


¿Consistirá “en ello” el secreto de la juventud?

Este impulso vital – la fuerza de la vida o la energía de la adaptación-, llámelo como quiera, manifiéstase por sí mismo de diversos modos. La energía que sana una herida es la misma que mantiene todos nuestros otros órganos en funcionamiento constante. Cuando esta energía se encuentra en su grado óptimo, funcionan con mayor perfección todos nuestros órganos, nos sentimos mejor, sanamos más rápidamente de las heridas, nos mostramos más resistentes a las enfermedades, nos recuperamos con más celeridad de cualquier clase de perturbación, nos sentimos más jóvenes y también nos comportamos, con relación a esta sensación, biológicamente más jóvenes. Ello es solamente posible mediante la correlación de las diversas manifestaciones de la fuerza de la vida, y por ello debemos tenerla en cuenta, para hacerla funcionar en nuestro propio beneficio. De cualquier forma con que la aceptemos, para que ejerza un mayor influjo sobre nuestras vidas, en cualquier sentido en que nos propongamos utilizarla mejor, nos habrá de ayudar, literalmente, “el desarrollo de todos los aspectos vitales”.
Podemos concluir manifestando que cualquiera que sea la terapia que nos ayude a sanar más rápidamente de nuestras heridas, debe también ayudarnos a sentirnos más jóvenes. Cualquiera que sea la terapia, específica o no específica, que nos ayude a superar el malestar y los dolores, puede, por ejemplo, mejorar nuestra vista. Esta es, pues, precisamente la dirección que se ha emprendido con respecto a las investigaciones en el campo de la medicina y la que también parece ser la más prometedora.


La rebusca científica del elixir de la juventud

Las más interesantes y prometedoras investigaciones del campo de la medicina consisten en la búsqueda de una terapia “no específica” que deberá ayudar al hombre “en todos sus aspectos”: a inmunizarle contra cualquier enfermedad o a superársela, en contraste con la terapia “específica” o “localizada” de esta o la otra enfermedad. Pues bien; ya han sido realizados algunos progresos notables con respecto a este campo. El ACTH y la cortisona constituyen dos ejemplos de esta terapia no específica. Ambos productos benefician no precisamente a una o dos condiciones patológicas precisas, sino a toda una serie de enfermedades, ya que operan a través del mecanismo de defensa general de nuestros propios cuerpos.
Todos sabemos que el doctor Bogomolets obtuvo renombre universal, en los últimos años de la década del 40, con el descubrimiento de su suero citotóxico antirreticular, el “suero de la juventud”, hecho con las sustancias del bazo y la medula ósea, el cual fue ampliamente saludado como un “curalotodo” por los escritores de las revistas (pero no por el mismo Bogomolets). En los tiempos presentes, el Dr. Paul Niehans, de Suiza, ha conquistado la fama con su “terapia celular” (TC), la cual se aplica a todas las enfermedades, sin excluir las de carácter degenerativo que se asocian comúnmente con “el envejecimiento”. El doctor Niehans ha empleado esta terapia con el Papa Pío XII, con el Caciller de la Alemania Occidental Conrad Adenauer y con muchas otras personas famosas. Alrededor de quinientos médicos europeos están aplicando ahora, en sus respectivos países, la terapia celular en el tratamiento de las más diversas enfermedades. El tratamiento por sí mismo es sumamente simple. El tejido del animal embrionario se obtiene completamente fresco del matadero. Estas células “nuevas” y “jóvenes” son entonces convertidas en un extracto del tejido, y en seguida, se le inyectan al paciente. Si funciona mal el hígado, empleanse las células del hígado del animal embrionario. Por otra parte, si son los riñones los que se encuentran enfermos, utilízanse, entonces, el tejido de riñón, etc. Aunque no se sabe precisamente cómo, es indudable que se han obtenido mediante estos procedimientos bastante buenas curaciones. La teoría consiste en que estas células jóvenes proporcionan nueva vida, de alguna manera, el órgano humano enfermo.


¿Reside en el sistema reticular la clave del proceso del envejecimiento y de la resistencia a la enfermedad?

Mi propia creencia acerca del sistema reticular se basa en que éste puede proporcionarnos una nueva vitalidad, así como extraordinaria mejoría en cuanto respecta a los diversos aspectos de la vida física, por otra razón sumamente importante. Los diversos y serios estudios del Prof. Henry R. Simms, del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia; del Dr. John H. Séller, del Instituto de Investigaciones Médicas de nueva Inglaterra, de Ridgefield, Conn.; del Dr. Sandord O. Byers, del Hospital de Mount Zion, en San Francisco, y de otros investigadores independientes sugieren contundentemente que la clave real de la longevidad y la resistencia a la enfermedad debe hallarse en el funcionamiento de las células que elaboran el tejido conectivo del cuerpo conocido con el nombre del sistema reticuloendotelial. El sistema reticuloendotelial se halla presente en cada una de las partes del cuerpo, tanto en la piel como en los diversos órganos y en los huesos. El doctor Selye describe el tejido conectivo como el cemento que aloja juntas a todas las células del cuerpo y conecta a las unas con las otras. El sistema reticuloendotelial ejecuta, asimismo, una serie de otras importantes funciones. También desempeña el papel de forro o escudo protector de los diversos órganos del cuerpo humano. Para decirlo con pocas palabras: envuelve, inmoviliza y destruye a los invasores extraños.
En el artículo publicado en el New York Times, dice así William L. Laurence: “Este conocimiento del papel protector que desempeña el sistema reticuloendotelial ha abierto una nueva senda en el campo de las investigaciones, la cual puede conducirnos a uno de los desarrollos más revolucionarios de la medicina. El objetivo consiste en proveer de estimulación artificial, mediante métodos químicos y de inmunización de la actividad de las células que constituyen el sistema reticuloendotelial. En vez de combatir a la enfermedad individualmente, la estimulación química del propio sistema de resistencia natural de nuestro cuerpo deberá proveernos de una defensa biológica contra las enfermedades en general, tanto en las infecciosas como de las de carácter no infeccioso, incluyendo, además, las enfermedades degenerativas que de manera tan singular atacan a los grupos, cada vez más amplios, constituidos por las personas de avanzada edad… Estos accesos al campo de las más modernas investigaciones debieran servirnos, realmente, como un obstáculo que detuviera el proceso del envejecimiento, manteniendo al individuo más joven de lo que le correspondiese por sus años, ya que podríamos impedir, en alta proporción, el desgaste de la resistencia general del mismo”.


El sistema reticuloendotelial controla los factores del desarrollo y el antidesarrollo físicos

El Dr. Kurt Stern, de la Escuela de Medicina de Chicago, ha descubierto que las células del sistema reticuloendotelial ejercen también labores de control sobre los mecanismos de desarrollo y de antidesarrollo que tenemos dentro del cuerpo.
El sistema reitculoendotelial parece ser hoy la mejor fuente de la juventud que el mismo cuerpo haya logrado construirse dentro de sí. Cuando este sistema funciona con propiedad, creemos conseguir mayor provecho de una “vida más llena” y de una superior “energía de la adaptación”. El sistema reticuloendotelial adquiere una mayor actividad, asimismo, cuando se halla sujeto a diversas amenazas y a daños físicos, etc. Se ha descubierto que desarrolla una actividad mucho mayor de la normal en el momento que, por ejemplo, el cuerpo padece una infección, y cuando éste, como es natural, necesita de defensas adicionales. En fin, como indicó el doctor Selye, “el mecanismo de defensa general del cuerpo adquiere, a veces, mucha mayor actividad cuando se halla sometido a la influencia de una violenta tensión de carácter general (infecciones, choques eléctricos, agotamiento o conmoción de la insulina, una experiencia desgarradora, etc.)
Mi propia “super-creencia” estriba en que este es el mecanismo a través del cual funciona la terapia celular del doctor Niehans; no a causa de que las “nuevas” células de hígado activen las funciones del hígado a que se las aplica para hacerlo joven, sino debido a que a la introducción en el sistema de unas proteínas extrañas provocan diversas conmociones en el sistema reticuloendotelial. Se sabe desde hace mucho tiempo que el cuerpo reacciona con suma violencia y que a menudo estas reacciones a las inyecciones a las proteínas extrañas conducen a resultados mortales. Sin embargo, las células jóvenes que prescribe el doctor Neihans no parece que tengan este efecto, posiblemente debido a que son “jóvenes” y quizás también a que el extracto que se produce con ellas no es demasiado fuerte. Creo, no obstante, que cualquier débil e inocua proteína extraña debe estimular la actividad del sistema reticuloendotelial, exactamente igual que la inyección de pequeños e inocuos gérmenes de la viruela estimulan al cuerpo para que éste produzca los anticuerpos necesarios que deben combatir a las viruelas virulentas.
Quizás el juicio del Dr. Aslan, de Bucarest, con respecto a las inyecciones de una fórmula de Novocaína –H3-, que hacen que la gente vieja se sienta más joven, sea debido a la suposición de que se opere algún cambio de carácter químico en el momento en que la H3 se desintegra en el cuerpo, ocasionando, simultáneamente, ciertos estímulos a la actividad del sistema reticuloendotelial.


La terapia “no específica” con respecto al tratamiento de las heridas, hece que los pacientes se sientan más jóvenes

Los remedios comunes que para las heridas se emplean en la terapia específica son los emplastos, los ungüentos, antibióticos, etc. Sin embargo, hace algún tiempo, en 1948, comencé a experimentar una terapia “no específica” en la fórmula de un suero que confiaba pudiese acelerar la curación de las heridas causadas por las incisiones quirúrgicas. Pues bien; cuando ya hube obtenido algunos resultados de todos estos experimentos me apresuré a publicarlos –cito ello por si el lector tiene interés en conocer los detalles técnicos de los mismos- en “The Journal of Immunology”, Vol. 60, No. 3, noviembre 1948. (Studies in Cellular Growth. Effect of Antigranulation-Tissue-Serum on Wound Healing in Mice”, by Maxwell Maltz. “Estudios del desarrollo celular. Efectos del suero del tejido de la antigranulación en la curación de las heridas de los ratones”.
He aquí la hipótesis que me condujo a practicar estos experimentos:
Cuando nos hacemos un corte en el dedo, comienzan a funcionar, para sanar la herida, dos diferentes mecanismos que poseemos dentro de nuestro mismo cuerpo. Operando a través del sistema reticuloendotelial, uno de los mecanismos –al que damos el nombre de “factor de la granulación” –estimula el desarrollo de las nuevas células que han de formar el nuevo tejido, o sea, el que llamamos “tejido cicatrizante”. Las células que se originan de esta manera son biológicamente jóvenes. El otro de los mecanismos que también opera a través del sistema reticulotelial, funciona desempeñando el papel de “factor de control” o de la “antigranulación”. Este es un mecanismo de antidesarrollo que impide la formación de células nuevas. De otra manera, el tejido cicatrizante continuaría desarrollándose hasta hacerse, quizás, tan largo como el propio dedo.
Estos dos mecanismos funcionan completamente juntos, y en forma simultánea, con el objeto de conseguir un desarrollo correcto. Uno de ellos funciona, pues, a la manera de una retroacción  negativa que controla el funcionamiento del otro. Si existe –en un momento determinado- un exceso del “factor de desarrollo”, este mismo exceso estimulará el factor de antidesarrollo. Por otra parte, un ligero exceso de factor de antidesarrollo habrá de operar a la manera de una retroacción negativa que imprimirá mayor actividad al “factor de desarrollo”, en realidad de forma sumamente parecida a como el termostato mantiene la justa temperatura en el local en que tal aparato se hallare funcionando. El exceso de frío obliga al horno a que proporcione más calor, y el calor excesivo hace que el horno rebaje su temperatura.
Esta clase de control de hacia delante y atrás, de abajo-arriba, es activo en tanto prosigue el proceso de curación, pero se descontinúa cuando la tarea de curación ha sido llevada a cabo. Entonces, los super-controles del antidesarrollo cesan también su actividad y la formación del tejido cicatrizante detiénese al mismo tiempo. De tal modo que debería haber presente una mayor suma de antigranulación en los últimos instantes del proceso de la curación, precisamente en la costra que ya hubiese completado su desarrollo.


El suero de antigranulación hace que las heridas sanen con mayor rapidez

Mi suero de tejido de antigranulación fue hecho con las costras de nueva formación, pero de las heridas ya completamente sanadas y con el tejido de granulación totalmente desarrollado, el cual, luego de haber sido suspendido en la solución, fue inyectado a unos conejos para estimularles a que reaccionen contra este tejido de la granulación. Teóricamente, este suero, que contenía un abundante factor de antigranulación, debiera estimular el factor de granulación de una herida fresca y proveer de un mayor desarrollo al tejido de la cicatrización, haciendo uso del mismo principio que no podría emplear para abrir el horno, esto es, para hacer descender la temperatura alrededor del termostato. Ello es precisamente lo que aconteció.
De manera general, estos experimentos demostraron que las heridas inflingidas a los ratones, es las pruebas de laboratorio, requirieron, para sanar completamente, un promedio de ocho días sin que se les hubiera suministrado ninguna dosis de suero. Pues bien; otro grupo de ratones, al cual se le inyectó el suero del tejido de antigranulación, sólo necesitó de un promedio de cinco días para que quedasen curados. El suero, que se les inyectó a los ratones en el punto más lejano de la herida, aceleró el plazo de curación en un cuarenta por ciento. Pues bien, como podríamos haber esperado, la administración de una super-dosis del mismo suero tuvo el efecto opuesto y retardó el tiempo de curación.
Estos resultados, sumamente alentadores, condujéronme al perfeccionamiento del suero, para aplicarlo a los seres humanos. Así, pues, a su debido tiempo comencé a emplearlo entre los seres humanos, y sólo tenía la esperanza de que éste pudiese servir para acelerar el proceso de curación de las heridas causadas por las intervenciones quirúrgicas.
Hay millones de mujeres de mediana edad que han estado empleadas durante veinte años o aún más tiempo, las cuales, de súbito, han tenido que enfrentarse a la competencia que les han hecho personas más jóvenes, no obstante la mayor experiencia y eficiencia de trabajo de aquellas sobre éstas. Muchas de ellas se han sentido obligadas a acudir a la ayuda de la cirugía plástica con el objeto de que les extirpasen las señales de la edad en los párpados y en el rostro, para adquirir una apariencia de mayor juventud y poder mantenerse en sus empleos durante otros diez años todavía. Todos estos son factores económicos, sociales y psicológicos de la supervivencia. Naturalmente, entre las personas correspondientes a este grupo de edad madura algunas no sanaron tan bien como las otras y, en esas circunstancias, apliqué mi suero a las que sanaban con más lentitud.
Ahora bien, lo que yo no me había presupuesto era que muchos de los pacientes, que habían recibido el suero, regresaran meses más tarde a informarme de que se sentían mejor, más alegres y con mayor energía, y que algunos de ellos les habían desaparecido los diversos dolores y achaques que les aquejaban. Algunos de estos pacientes experimentaron un cambio bastante sorprendente en sus apariencias físicas. Tenían un brillo en los ojos que nos les había visto en los meses anteriores; también aparecía más suave la textura de la piel, manteníanse más derechos y caminaban con mayor resolución.
Como médico, no extraje ningunas conclusiones de ello. Los “hechos” medicinales pueden verificarse por algo más que las sensaciones y sentimientos subjetivos del paciente o la casual observación de un médico. Para comprobar algo de carácter científico, tenemos que someterlo a numerosos experimentos que se procesen bajo diversas condiciones de riguroso control y de observaciones científicas. Ahora bien, como hombre de la calle, no tengo por menos de opinar que todos estos detalles tienden a confirmarme en mi creencia de que cualquier factor (emocional, mental, espiritual, farmacéutico), que estimule la fuerza de la vida dentro de nosotros, tiene, como consecuencia un efecto benéfico, no sólo local sino también general.
También supongo, como hombre de la calle, que quizás haya yo llegado más cerca de otros con respecto a un posible blanco en la importantísima cuestión que se refiere a la prolongación de la vida, y ello a través del empleo de mi suero. El tejido de la granulación es un tejido conectivo recién nacido biológicamente y manifiesta una resurrección de la vida en un área local. El suero del tejido de antigranulación, producido por tal medio biológico, estimula el sistema reticuloendotelial de un modo más natural que cualquier otra sustancia química.


Cómo actúan, en calidad de terapia “no específica”, las ideas, las actitudes y las emociones

Comencé, pues, a buscar otros factores, o comunes denominadores, que pudieran explicar el por qué las heridas de origen quirúrgico de algunos pacientes sanaban más rápidamente que las de otros. El suero funcionaba mejor con respecto a unas personas que a otras. Ello, por sí mismo, constituía un nuevo elemento para argumentar, ya que los resultados obtenidos con los ratones fueron prácticamente uniformes. De ordinario estas alimañas no sienten preocupaciones ni se convierten en seres frustrados. La frustración y los malestares emocionales pueden ser producidos, no obstante, entre los ratones si les procura inmovilizar, de tal manera que carezcan en absoluto de libertad de movimiento. La inmovilización frustra a cualquier animal. Los experimentos de laboratorio han demostrado que bajo la tensión emocional de la frustración pueden curarse con más rapidez las heridas de menor importancia, pero cualquier daño de carácter mayor las empeora indefectiblemente, y a veces, bajo estas condiciones, la curación llega a hacerse imposible. Hase llegado a establecer, asimismo, que las glándulas adrenales reaccionan exactamente del mismo modo a las tensiones emotivas, causando por ello diversos daños y tensiones del tejido físico.


De cómo el mecanismo de la frustración ocasiona diversos daños al sujeto

Así, pues, podemos decir que la frustración y la tensión emocional (esos mismos factores previamente descritos como el “mecanismo de la frustración”) añaden “un insulto a la injuria” en cualquier instante en que el cuerpo físico padezca un daño. Si el daño físico es muy ligero, algunas tensiones emotivas pueden estimular el mecanismo de defensa para que entre en actividad, pero si en realidad el daño fisiológico es grande, la tensión emotiva hará solamente que éste empeore. Este conocimiento nos da suficiente motivo para que nos detengamos a pensar. Si el proceso del envejecimiento sobrepasa su desarrollo natural por el exceso que hayamos hecho de nuestra energía de la adaptación, como parecen opinar muchos de los especialistas de esta rama científica, entonces las indulgencias que adoptemos con respecto a los componentes negativos del mecanismo de la frustración podrán, literalmente, hacernos más viejos antes de tiempo. Hace mucho tiempo que los filósofos nos dijeron, y ahora lo confirman las investigaciones médicas, que tanto el resentimiento y el odio nos hacen más daños que las mismas personas contra las que los dirigimos.


¿Cuál es el secreto de los pacientes que sanan rápidamente de sus heridas?

Entre muchos de los pacientes humanos a los que no se les administró el mencionado suero hubo algunos individuos que respondieron a las intervenciones quirúrgicas exactamente igual que los que lo recibieron. Las diferencias de la edad, de la dieta, el promedio del pulso, la presión sanguínea, etc., no explican , de ninguna manera, en lo que ello consiste. Hubo, sin embargo, una característica común a todos ellos que resultó fácilmente reconocible.
Esta clase de pacientes eran personas optimistas, alegres, “sujetos de ideación positiva”, que no sólo esperaban sanar pronto, sino que también, invariablemente, tenían alguna razón o necesidad que les impulsara a sanar rápidamente. Para decirlo con pocas palabras, tenían algo hacia que mirar y no sólo “algo por qué vivir” sino también “algo por qué estar bien”.
“Tenía que regresar al trabajo”, “tenía que salir de aquí para poder alcanzar mi objetivo”, constituyeron las más comunes expresiones de los mismos.
En fin, para expresarme con brevedad, estos pacientes capitalizaban las diversas características y actitudes que he descrito anteriormente como constitutivas del “mecanismo del éxito”.
No soy el único individuo que he hecho esta clase de observaciones. El Dr. William Clarence Lieb dice también a este respecto: “La experiencia que me ha enseñado a considerar el pesimismo como un síntoma mayor de prematura fosilización. Suele éste presentarse con el primer síntoma menor del decaimiento fisiológico”. (William Clarence Lieb, Outwitting Your Years –“Las tretas de la edad”- Englewood Cliffs, N. J., Prentice-Hall, Inc.). El doctor Lieb hace, además, la siguiente indicación: “Se han sometido a diversas pruebas las perturbaciones de la personalidad en los períodos de la convalecencia, y en uno de los hospitales en que se realizaron esta clase de experimentos logró demostrarse que el período-promedio de la hospitalización había aumentado en un cuarenta por ciento debido a esta causa…”
Resulta interesante observar que la cifra del cuarenta por ciento es casi idéntica a los resultados que yo mismo obtuve en los experimentos de mi suero del tejido de antigranulación. ¿Podríamos, pues, llegar a la conclusión de que el optimismo, la alegría, la confianza, la fe y los éxtasis emotivos operasen tan bien y tan rápidamente como el suero del tejido de antigranulación en cuanto respecta a la rapidez de la curación y a mantenernos más jóvenes? ¿Constituye, acaso, nuestro “mecanismo del éxito” cierta suerte de suero de la juventud que podríamos emplear para vivir más y con mayor energía?





Las ideas proveen al organismo de tanto bienestar como las transformaciones funcionales

Esto lo conocemos bastante bien: las actitudes mentales pueden influir sobre los mecanismos de curación del cuerpo humano. Las “píldoras de azúcar” (cápsulas que contienen ingredientes inertes) han constituido, durante mucho tiempo, uno de los grandes misterios de la medicina. Estas no contienen ninguna clase de droga que pueda contribuir a la curación del enfermo. No obstante, cuando se le administra a los miembros de un grupo de control una de estas “píldoras”, con el objeto de comprobar la eficacia de una nueva droga, los pacientes que integran el grupo suelen manifestar algún “alivio”, y, con bastante frecuencia, un alivio tan grande como el obtenido por los pacientes del grupo que recibió la verdadera droga. Los estudiantes a quienes se les administra estas cómicas “píldoras” muestran verdaderamente mayor inmunización contra los resfriados que los grupos constituidos por pacientes que reciben una nueva droga contra tal indisposición fisiológica.
En el año 1946, el New York Journal of Medicine publicó un resumen de una discusión de mesa redonda sostenida por los miembros del Departamento de Farmacología y de Medicina del Colegio de Medicina de la “Cornell University” sobre estas “píldoras de azúcar” que hemos mencionado. Entre los alivios experimentados por los pacientes, mediante este procedimiento –y de los cuales se informó-, se incluyeron la curación del insomnio y la manifestación de un mejor apetito. “Me he fortalecido. Tengo mejor mis riñones. Puedo caminar más lejos sin que me llegue a doler el pecho”. Se comprobó, de manera evidente, que estas píldoras de azúcar hubieron operado en algunos casos “con tanta eficacia como las vacunas contra la artritis reumáticas crónicas”.
Durante la II Guerra Mundial, la Marina Real del Canadá sometió a prueba a una nueva droga contra el mareo. El Grupo No. 1 recibió la nueva droga y el Grupo No. 2 recibió “píldoras de azúcar” y sólo el trece por ciento de las personas de ambos grupos padeció de mareo, mientras que los miembros del Grupo No. 3, que no recibieron nada, resultaron todos mareados.
Existen hoy muchos médicos que están plenamente convencidos de que un tipo similar de tratamiento de sugestión constituiría la mejor forma para la terapia de las verrugas. Se pintan, pues, éstas con un metano azul, tinta roja o cualquier otro color, y empléase además una luz colorada para tratarlas. En la revista Journal of the American Medical Association –“Revista de la Sociedad Americana de Medicina” se ha dicho: “Los resultados de la terapia de sugestión aplicada a las verrugas parece ser que van a ejercer una influencia decisiva a favor de la adopción general de dicho proceso”.


La “sugestión” no explica nada

A los pacientes que se les administra “píldoras de azucar”, así como a los que se les aplica la terapia sugestiva de las arrugas, no se les puede decir que se les ha aplicado un “tratamiento de broma” si queremos que éste sea efectivo. Ellos creen que han recibido medicinas legítimas las cuales van a producirles la mejoría. Decir que el efecto de las “píldoras de azúcar” se debe solamente a la sugestión no explica absolutamente nada. Sería más razonable llegar a la conclusión de que al tomar la “medicina se despierta cierta expectación con respecto a la mejoría del paciente y que establecemos en la mente del mismo una “autoimagen objetivo de la salud”, y, desde ese instante, el mecanismo de la creación opera a través de nuestro propio mecanismo de la salud del cuerpo, el cual trata, entonces de alcanzar su “meta de curación”.


Pensamos a veces en ¿cómo habremos de ser cuando lleguemos a viejos?

También nosotros hacemos algo muy parecido, pero en el orden contrario, cuando nos ponemos, inconscientemente, “a esperar a ser viejos” a una edad determinada.
En el año de 1951, en el Congreso Internacional de Geriatría de St. Louis, el Dr. Raphael Ginzberg, de Cherokee. Iowa, manifestó que la idea tradicional que supone que una persona se hace vieja e inservible alrededor de los setenta años es responsable en gran medida de que el individuo se sienta anciano precisamente a esa edad, y así, en el futuro más ilustrado podremos considerar los setenta años como una edad media.
Constituye materia de observación común el caso de algunos individuos que se encuentran entre los cuarenta y los cincuenta años y empiezan a mostrarse y actuar como ancianos, mientras que otros continúan comportándose y manifestándose como jóvenes. Hase descubierto mediante un reciente estudio que los sujetos mayores de cuarenta y cinco años se consideran a sí mismos personas de mediana edad que ya están descendiendo de la “colina”, mientras que los más jóvenes de cuarenta y cinco aún se ven ascendiendo al “monte”.
Existen por lo menos dos casos que nos sugieren pensar que nos estamos haciendo viejos. Al esperar a envejecer a una edad determinada, ponemos inconscientemente una imagen de meta negativa a nuestro mecanismo de creación para que éste trate de alcanzarla. También, cuando esperamos hacernos viejos y comenzamos a sentir el temor de las primeras embestidas de la edad avanzada, quizás hagamos involuntariamente todo lo que no debemos, precisamente todas esas “cosas” mediante las cuales habremos de alcanzar, con mayor rapidez, las sensaciones de la senilidad. Comenzamos, por ejemplo, a descuidar nuestras actividades físicas y metales; a alejarnos de todas las actividades físicas que requieren ser tratadas vigorosamente, y, con ello no hacemos más que perder la flexibilidad de las conyunturas. La carencia de ejercicio físico obliga a contraerse a los vasos capilares e incluso a hacerlos desaparecer virtualmente, y el suministro de nueva sangre vivificante, que habríamos de proporcionar a nuestros tejidos, queda cortado en forma drástica. El ejercicio vigoroso es necesario para dilatar las vasos capilares que suministran toda la sangre a los tejidos reemplazando simultáneamente a las toxinas o productos de desecho. El doctoy Selye ha cultivado células de animales dentro del cuerpo de un animal vivo, introduciendo en el cuerpo del mismo un tubo hueco. Por alguna razón desconocida estas células, nuevas y jóvenes biológicamente, se forman dentro de este tubo. Descuidadas y sin la debida protección mueren, sin embargo, en el transcurso de un mes. No obstante, si el fluido del tubo es lavado diariamente y se le quitan los productos de desecho, las células viven por tiempo indefinido. Permanecen eternamente jóvenes sin envejecer ni morir. El doctor Selye supone que éste puede ser el mecanismo del envejecimiento, y que si es así, entonces, el envejecimiento puede posponerse mediante la reducción del promedio de los productos de desecho o ayudando al sistema a que se desprenda de los mismos. En el cuerpo humano, los vasos capilares constituyen los canales a través de los cuales se vacían los productos de desecho. Se ha establecido definitivamente que la carencia de ejercicio “seca” los mencionados vasos capilares.


La “actividad” indica “vida”

Cuando nos decidimos a reducir nuestras actividades sociales y mentales, nos engañamos a nosotros mismos. Quedamos detenidos en nuestros propios caminos, como enterrados y vencidos y fuera “de los grandes acontecimientos” que pudieran animar nuestra “gran expectación”.
No abrigo la menor duda de que si uno se encuentra con un joven sano alrededor de treinta años de edad, y logra convencerle, de cualquier manera, que ya es viejo, de que toda actividad física es peligrosa para él, así como fútil la actividad mental que intente desarrollar, llegará a convertirle en un verdadero anciano en no más de cinco años de tiempo. Si, además, le inducimos a que pase todo el día sentado en una mecedora, a que cese de soñar en el futuro, que detenga todos sus intereses a ideas nuevas y a que se considere a sí mismo como una persona “inválida”, buena para nada, sin importancia y sin capacidad de producir ni crear, estoy seguro de que habremos formado experimentalmente a un anciano.
El Dr. John Schindler, en su famoso libro How to Live 365 Days a Year –“Cómo vivir 365 días al año”- (Prentice-Hall, Inc., Englewood Cliffs, N. J.), señala las que él cree sean las seis necesidades básicas que debe poseer cada sujeto humano:

1.                      La necesidad del amor
2.                      La necesidad de la seguridad
3.                      La necesidad de la expresión creadora
4.                      La necesidad de reconocimiento
5.                      La necesidad de nuevas experiencias
6.                      La necesidad de autoestimación

A estas seis necesidades yo añadiría otra necesidad básica… la necesidad de vivir más, o sea, la necesidad de mirar hacia el mañana con alegría y anticipación.


Miremos hacia adelante y vivamos

Ello me produce otra de mis “super-creencias”.
Creo que la vida es por sí misma adaptativa; que la vida no concluye en sí misma, sino que constituye un medio para alcanzar un fin. La vida es, pues, uno de los “medios” que tenemos el privilegio de emplear, de diversos modos, para la consecución de metas sumamente importantes. Podemos observar que no concluye en sí misma, sino que constituye un medio para desde la amiba hasta el hombre. El oso polar, por ejemplo, necesita de una espesa piel con el objeto de lograr la supervivencia en un ambiente sumamente frío. Necesita, además, de un color protector para poder ocultarse de sus enemigos. La fuerza de la vida actúa como un “medio” para conseguir estos fines, y así provee al oso polar del blanco manto protector que constituye su piel. Estas adaptaciones de la vida para tratar con diversos problemas del ambiente son casi infinitas y por ello no tenemos por qué continuar enumerándolos. Sólo quiero señalar este principio para poder llegar a una conclusión.
Si la vida se adapta a sí misma, en tan diversas formas, para actuar como un medio que conduce a un fin, ¿no es, acaso, razonable presumir que si nos colocamos en una especie de “situación-objetivo”, que necesita mayor vida para desenvolverse, no habríamos de recibir más “intensidad vital”?
Si consideramos al hombre como un “buscador de objetivos”, tendremos que pensar con respecto a la energía de la adaptación de la fuerza de la vida como en el combustible propulsor o en la energía que habrá de dirigirnos hacia esa meta que nos proponemos. Un automóvil que se guarda en el garage no necesita tener gasolina en su tanque. Tampoco un “buscador de objetivos” sin objetivos necesita realmente de mucha fuerza de vida.
Creo que nos establecemos esta necesidad cuando, con alegría y anticipación, disponemos a mirar hacia delante, hacia el futuro, y esperamos gozar del mañana, y, sobre todo, cuando tenemos algo muy importante (para nosotros) qué hacer y algún sitio a dónde ir.


Creémonos una necesidad para vivir más

La capacidad de crear constituye, ciertamente, una de las características más importantes de la fuerza de la vida. Ahora bien, la esencia de la capacidad de creación consiste en mirar hacia delante persiguiendo constantemente una meta. La gente creadora necesita de mayor fuerza vital. Las tablas de registro, por otra parte, parecen también confirmar que esta clase de personas logran siempre una mayor fuerza de vida. Como grupo, los trabajadores con capacidad de creación –investigadores científicos, inventores, pintores, escritores, filósofos, etc.-, no sólo viven más, sino que también continúan produciendo durante mucho más tiempo que los individuos que se ocupan de otras clases de actividades. (Miguel Angel pintó algunos de sus mejores cuadros a la edad de ochenta años; Goethe escribió el Fausto pasados los ochenta; Edison continuaba aún inventando a los noventa años; Picasso, que ha pasado de los setenta y cinco años, domina el arte mundial de hoy; Wright, a los noventa y cinco años, estaba aún considerado como el más creador de los arquitectos de la época; Shaw se hallaba aún escribiendo comedias a los noventa años; la abuela Moses comenzó a pintar a los setenta y nueve, etc., etc.)
Ello es por lo que aconsejo a mis pacientes que procuren “desarrollar una ‘nostalgia’ del futuro”, en vez de hacerlo con respecto al pasado, en el caso que quieran continuar un género de vida productivo y vital. Cuando desarrollamos “el entusiasmo por la vida”, nos creamos la necesidad de obtener más “vida” e, indudablemente, adquirimos mayor fuerza vital.
¿No se ha llegado usted a preguntar alguna vez a qué se deberá que tantos actores y actrices se las arreglen para parecer mucho más jóvenes de lo que compete a sus años, y por qué presentan un aspecto juvenil a los cincuenta, y aún a una edad mayor que ésta? ¿No se deberá ello a que estos individuos tienen la necesidad de parecer jóvenes, en que están interesados en mantener esta apariencia y no dejan de perseguir el objetivo de permanecer así como por desgracia hacemos la mayoría de nosotros apenas hemos alcanzado la edad mediana?
“No envejecemos a causa de los años, sino debido a los acontecimientos y a nuestras reacciones emotivas a los mismos”, dice el Dr. Arnold A. Hutschnecker. “El fisiólogo Rubner observó que la mujer campesina que trabaja en el campo y es mas retribuida suele, en algunas partes del mundo, arrugársele la cara prematuramente, pero, no obstante, no experimentan la pérdida de la fuerza ni de la resistencia físicas. Aquí tenemos un ejemplo especial con respecto al proceso del envejecimiento. Podemos, pues, razonar que estas mujeres han renunciado a su papel de “competición” como sujetos del género femenino; hanse resignado a vivir la vida trabajadora de la abeja y, debido a ello, no necesitan la belleza del rostro sino sólo de sus capacidades físicas”. (Arnold A. Hutschnecker, The Well to Live –“La voluntad de vivir”- Revised Edition, Englewood Cliffs, N. J., Prestice-Hall, Inc.)
Hutschneker comenta también cómo la viudez suele envejecer a unas mujeres y no a otras. Si la viuda siente que su vida ha llegado a su fin y no tiene nada por qué vivir, su actitud habrá de prestarle “una notable evidencia de la vejez mediante el gradual arrugamiento de la piel y la continua y progresiva transformación de sus cabellos que se le irán poniendo grises rápidamente”.
“…Sin embargo, otra mujer, verdaderamente más vieja, comienza a florecer. Esta entrará a la competencia por buscarse un nuevo marido o puede entregarse a una carrera de negocios o quizás se ocupe de algo interesante, porque, es posible, no dispuso del ocio suficiente para ello hasta este mismo momento”. (De la misma obra).
La Fe, el Valor, el Interés, el Optimismo y el mirar siempre hacia delante nos hace entrar en una nueva vida y nos provee de mayor fuerza vital. La Futilidad, el Pesimismo, la Frustración y el vivir en el pasado no constituyen, solamente, las características esenciales de la edad avanzada, sino que también contribuyen a envejecernos.


Retírese de un empleo, pero nunca se retire de la vida

Son muchos los hombres que comienzan a “descender la colina de la vida” luego de haberse retirado de un empleo. Sienten que ya han completado su vida de actividad productiva y que su tarea ya está totalmente hecha. No tienen nada a que mirar hacia delante, se deprimen y se hacen inactivos y, con frecuencia, hasta padecen la pérdida de la autoestimanción ya que se sienten aparte de todas las cosas del mundo; nada, absolutamente nada habrá de importarles desde ahora en adelante. Van creando y desarrollándose una autoimagen en la que se conciben como seres inservibles, sin valor, completamente derrotados y fuera de uso. En fin, muchos de ellos mueren al transcurrir un año o así luego de haberse retirado de la vida de trabajo.
No es el retiro del trabajo lo que asesina a estos hombres: es el retirarse de la vida. Es la sensación de no servir para nada, de haber sido barridos de la vida; la derrota de la autoestimación, del valor y de la confianza en sí mismos, las cuales, las actitudes de la sociedad actual procuran alentar. Necesitamos saber, pues, que estas actitudes se basan en conceptos anticientíficos y pasados de moda. Hará unos cincuenta años algunos psicólogos creían que las fuerzas mentales del hombre alcanzaban su cumbre a la edad de veinticinco años y que luego comenzaban a declinar poco a poco. Los últimos descubrimientos manifiestan, sin embargo, que un hombre alcanza su cumbre mental alrededor de los treinta y cinco años manteniendo el mismo nivel hasta bien pasados los setenta. Tales tonterías como esa que dice que “uno no puede enseñarle nuevas mañas a un perro viejo” persisten aún a pesar del hecho de que numerosos investigadores han demostrado que la capacidad de aprender es tan buena a los setenta como a los diecisiete años de edad.


Conceptos médicos desaprobados y pasados de moda

Los psicólogos solían creer que cualquier tipo de actividad física habría de ser dañosa para el hombre mayor de cuarenta años. Los médicos somos tan culpables como las demás personas por haber aconsejado a los pacientes que rebasaron esta edad “que tomasen las cosas con calma” y por prohibirles jugar al golf y hacer cualquier otra clase de ejercicios físicos. Hará como unos veinte años, uno de los mas famosos escritores sugería, incluso, que cualquier individuo mayor de los cuarenta no debería nunca permanecer de pie si podía estar sentado, y nunca debería quedarse sentado si podía acostarse, y ello sólo con el objeto de que pudiese conservar la fuerza y la energía. Los psicólogos y los médicos, incluyendo entre estos últimos a los mejores especialistas nacionales del corazón, ahora nos dicen que la actividad, incluso la actividad extremada, no es sólo posible sino que se requiere, para que podamos, a cualquier edad, conservarnos en buen estado de salud. Nunca será el individuo demasiado viejo para que no pueda hacer ejercicios físicos. El sujeto, incluso, se pondrá enfermo en el caso de que irrumpa a ejecutarlos demasiado pronto. O si el individuo ha permanecido en la mayor inactividad, por un tiempo demasiado largo, el repentino ejercicio extremado quizás le produzca un pésimo efecto e incluso le enferme y le sea fatal.
Así, pues, si usted no está acostumbrado al ejercicio extremado, déjeme aconsejarle “que lo tome con calma”, y comience a hacerlo de una manera gradual. El Dr. T. K. Cureton, que fue de los primeros médicos en estudiar el reacondicionamiento físico de los hombres de cuarenta y cinco a ochenta años de edad, sugiere que nos tomemos por lo menos dos años de tiempo para que vayamos adquiriendo gradualmente la capacidad de poder realizar una actividad extremada.
Si ha pasado de los cuarenta años, procure olvidar el peso que levantaba cuando se hallaba en el colegio; asimismo, procure no recordar lo de prisa que corría. Comience por pasear diariamente alrededor de la manzana en que habita. Aumente, poco a poco, la distancia hasta una milla; luego, dos, y después de haber transcurrido seis meses, hasta seis millas diarias. Luego, alterne entre saltar y caminar. Primero, haga una carretilla de una media milla diaria: más tarde, una milla completa. Posteriormente, podrá añadir a sus ejercicios diarios pequeños saltitos, flexiones de piernas y quizás a comenzar un entrenamiento moderado de levantamiento de pesas. Empleando un programa como éste, el doctor Cureton, después de haber tomado algunos hombres “débiles” y decrépitos de cincuenta, de sesenta y inclusive de setenta años, les ha hecho correr como a cinco millas diarias luego de dos o dos y medio años de entrenamiento. No sólo se sienten mejor estos individuos, sino que también las pruebas médicas muestran una gran mejoría en el funcionamiento del corazón y de los demás órganos vitales de los mismos.


Por qué creo en los milagros

Mientras me hallo confesando mis “super-creencias”, puedo hacer un respiro y afirmar que también creo en los milagros. La ciencia médica no pretende saber el porqué se conducen así los diversos mecanismos que existen dentro del cuerpo. Conocemos muy poco acerca de cómo se produce ello y por qué acontece de esta manera. Podemos describir, desde luego, lo que ocurre y cómo funcionan los mecanismos cuando el cuerpo humano sana en un corte que se le ha hecho. Ahora bien, la descripción no es precisamente una explicación, independientemente de los términos técnicos en que se trate de hacer aquella. Yo tampoco comprendo todavía el porqué y el cómo sana un dedo por sí mismo cuando se le hace algún corte.
Tampoco comprendo la potencia de la fuerza de la vida que hace funcionar a los mecanismos de la curación, y mucho menos entiendo aún cómo se aplica esa fuerza o cómo ejecuta su trabajo. Tampoco he logrado percibir a la inteligencia que ha creado esos mecanismos ni como esa inteligencia directiva opera sobre los mismos.
El Dr. Alexis Carrel, al escribir sus observaciones personales sobre las curaciones instantáneas que se verifican en Lourdes, dice que la única explicación que podría dar como doctor en medicina consistiría en que los procesos naturales de curación del propio cuerpo, que normalmente funcionan durante un período de tiempo para traernos la salud, prodrían someterse, de alguna extraña manera, a una tremenda aceleración causada por la intensidad de la fe del paciente.
Si los milagros, como dice el doctor Carrel, son realizados por la aceleración de o por la intensificación de, los procesos de la curación natural y las fuerzas que existen dentro del cuerpo, en ese caso he sido testigo de un “pequeño milagro” cada vez que veo sanar por sí misma a una herida causada por intervención quirúrgica cuando ésta desarrolla su nuevo tejido, Si para ello se requiere de dos minutos, dos semanas o dos meses, eso no altera la diferencia de tanto como yo lo pueda ver. Además, también he sido testigo del funcionamiento de algunas fuerzas que aún no logro comprender.


Tanto la ciencia médica como la fe y  la vida, proceden de la misma fuente

Dubois, el famoso cirujano francés, ha desplegado una grande muestra en su gabinete de operaciones; ésta dice: “El cirujano venda la herida, pero sólo Dios la cura”.
Pues bien; lo mismo puede decirse de cualquier tipo de medicación, desde los antibióticos hasta las drogas contra los resfriados. No obstante, no logro comprender como una persona racional pueda renunciar a la ayuda médica debido a que la crea contraria a su fe. Creo que tanto la capacidad médica como los descubrimientos hechos por la medicina han sido posibles gracias a la misma inteligencia y a la misma fuerza de la vida que opera a través de la curación de la fe, y, debido a esta misma razón, no puedo prever un posible conflicto entre la ciencia médica y la religión. La curación médica y la curación por medio de la fe derivan de la misma fuente y deben operar conjuntamente.
Ningún padre que vea a su hijo atacado por un perro furioso habrá de quedarse sin movimiento y decir: “No debo hacer nada porque tengo que probar mi fe”. Tampoco habrá de rehusar la ayuda de un vecino que trae consigo una estaca o un arma de fuego. Pues bien; así uno reduce el tamaño del perro furioso a trillones de veces y lo llama una “bacteria” o un “virus”, el mismo padre quizás rehuse la ayuda de su vecino-médico, que trae el debido instrumento para atacar el mal que padece su hijo, en forma de una cápsula, de un escalpelo o de una gomita.


No ponga limitaciones a la vida

Se nos dice en la Biblia que cuando el profeta andaba por el desierto y padecía hambre, Dios le bajó, desde el cielo, un pedazo de tela que contenía alimentos. El profeta, sin embargo, no miró aquello como buen alimento. Estaba sucio y contenía toda clase de “insectos que se arrastraban”. Entonces, Dios mismo le regañó y le hizo varias admoniciones por llamar sucio a lo que el mismo Dios habíale ofrecido.
Algunos médicos y bastantes científicos suelen taparse las narices cuando alguien les habla de fe o de religión, y algunos religiosos, por otra parte, observan la misma actitud de sospecha y de repulsión hacia cualquier asunto que carezca tener carácter “científico”.
La meta real de cada persona, como dije en un principio, debe consistir en procurar vivir mejor y en alcanzar una vida más dilatada. Cualquiera que pueda ser la definición que el sujeto tenga con respecto a la felicidad, sólo habrá de experimentar más felicidad en el caso de que sienta mayor intensidad de la vida. Mayor intensidad de vida significa, entre otras cosas, más satisfacciones, que se tengan en cuenta –y que se procure apuntar hacia ellas- metas valiosas, más experiencia en la entrega de amor, más salud y alegría, y, en pocas palabras, mayor felicidad para sí mismo y para los otros.
Creo que existe UNA VIDA, una fuente de recursos, pero que esta VIDA UNICA dispone de muchos canales de expresión y se manifiesta en formas variadísimas. Si no desea obtener “mayor intensidad vital de la misma vida”, no debe, entonces, limitar los canales a través de los cuales la vida fluye hacia nosotros. Debemos aceptarla, ya nos llegue en forma de Ciencia, de Religión, de Psicología o como quiera que sea.
Otro importante canal, a través del cual fluye la vida hacia nosotros, lo forma el prójimo. No nos permitamos, pues, rehusar la ayuda, la felicidad y la alegría que puedan proporcionarnos otras personas o las que nosotros podamos brindarles a ellas. No seamos demasiado orgullosos, para aceptar la ayuda que nos brinde el prójimo, ni nos mostremos excesivamente endurecidos para dársela nosotros. No nos permitamos decir que está “sucio”, debido a que la forma del regalo no coincida con nuestros prejuicios o las ideas que poseemos con respecto a nuestra propia importancia.


La mejor de todas las autoimágenes

Finalmente, no nos permitamos limitar nuestra aceptación de la vida a causa de los sentimientos que poseamos respecto a nuestro pequeño valor. Dios mismo nos ha ofrecido el olvido, el perdón y la paz de espíritu que proceden de nuestra misma autoaceptación. Constituye un insulto a nuestro Creador el que tornemos las espaldas a estos regalos y digamos que Su criatura –el Hombre- es tan “sucio” que no puede ser importante ni capaz de nada, y, por tanto, es un sujeto indigno. La “autoimagen” más realista y adecuada de todas es la que consiste en concebirnos como hechos “a la imagen y semejanza de Dios”.
“Usted no podrá creer ser una criatura de Dios, profunda y sinceramente, con plena convicción, si no es capaz de recibir una nueva fuente de fuerza y de poder”, dice el Dr. Frank G. Slaughter.

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