viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo XIII


Capítulo Decimotercero

Como transformar una crisis en una oportunidad creadora


Conozco a un joven jugador de golf que mantiene todo el tiempo un estupendo récord de tiros acertados y, sin embargo, no le hace así mismo o con sus amigos, o en pequeños torneos en que las apuestas son bajas, su juego es magnífico. No obstante, cuando participa en un gran torneo su juego se deteriora lamentablemente. En el léxico de los jugadores de golf se dice “que la tensión se adueña del individuo”.
Muchos “pitchers” de béisbol muestran dominio de la puntería hasta que se encuentran en una situación en que “los tiros son bajos”. Luego “se atoran”, se pierden el dominio de sí mismos y parece que no poseen ninguna habilidad.
Por otra parte, no son pocos los atletas que tienen mejor actuación cuando se sienten dominados por diversas presiones. Las circunstancias por sí mismas parecen proporcionarles mayor fuerza, más potencia y mayor habilidad.


La gente que se domina mejor en situaciones de crisis

Por ejemplo, John Thomas, el saltador de la Universidad de Boston que rompió el récord del salto de altura, suele actuar mejor en los certámenes de competición que en la práctica. En el mes de febrero del año 1960, Thomas estableció un nuevo récord mundial, dándole una ventaja en los Estados Unidos al ejecutar un salto de 7 pies y una y media pulgadas. El anterior salto, en el que había alcanzado mayor altura, fue de 6 pies y nueve y cuatro pulgadas.
No se llama siempre al jugador de béisbol que tiene el más alto promedio de tantos a la esquina. El manager cambia frecuentemente al hombre que posee el más alto porcentaje de golpes correctos por el jugador que es conocido “como el de mejor agarre”.
Cierto vendedor, por ejemplo, puede hallarse desconcertado cuando se le presenta un magnífico negocio, y, en ese momento, le desaparecen todas sus habilidades. Otro vendedor, bajo las mismas circunstancias, puede “vender con la cabeza”, y el desafío al que le expone la situación suele despertarle ciertas capacidades que el hombre no posee de ordinario.
No son pocas las mujeres que se muestran encantadoras y graciosas cuando hablan con una sola persona o charlan en un pequeño grupo de gente, pero se desconciertan y se sienten “como atadas” en una cena formal o en alguna otra gran reunión de carácter social. Por otra parte, conozco a una joven señora que se siente completamente dueña de sí solamente al recibir el estímulo de las grandes reuniones sociales. Si uno cena con ella sola, suele encontrarla bastante ordinaria. Sus rasgos, en realidad, no resultan especialmente atractivos. Su personalidad, entonces, se inclina a la de la simple mujer de su casa. Pero toda ella se transforma cuando acude a una reunión importante. El estímulo de la ocasión le despierta y “trae a la vida” un algo que permanecía oculto dentro de ella. Sus ojos adquieren un nuevo brillo. La conversación de mi amiga se hace entonces aguda y encantadora. Inclusive sus rasgos faciales parecen haber experimentado una profunda transformación y uno mismo empieza a pensar que es una mujer hermosa.
Hay también estudiantes que se comportan maravillosamente bien en sus trabajos de clase cotidianos, y, sin embargo, llegan a azorarse tanto en los días de exámenes que, en esas ocasiones, sienten como si se les hubieran limpiado las mentes por completo. Hay, por otra parte, un tipo contrario de estudiante: aquel que se muestra común y ordinario en los días de clase y, no obstante, resulta brillantísimo el los exámenes más importantes.


El secreto del jugador que apuesta dinero

La diferencia entre todas estas personas no consiste en las cualidades inherentes a algunas de ellas y a otras no. Esto tiene que ver mucho más con la actitud de cómo hayan aprendido a reaccionar a las diversas situaciones de crisis.
“La crisis” consiste en una situación que puede contribuir a desarrollar mejor las aptitudes del individuo o a destruirle. Si el sujeto reacciona adecuadamente a la situación, la crisis, entonces, podrá proporcionarle fuerza, poder y un juicio que no posee de ordinario. Ahora bien, si éste reacciona de manera impropia, la crisis podrá sustraerle toda su capacidad, ante las aptitudes de dominio y las habilidades a que está acostumbrado.
Al individuo que recibe en el lenguaje deportivo el nombre de “jugador de dinero”, el sujeto que apuesta, ya sea en los deportes, los negocios o en las actividades sociales –la persona que extiende sus manos más directamente hacia la presa-, el sujeto que piensa y actúa de mejor manera, azuzado por el estímulo, es, invariablemente, un individuo que ha aprendido, ya sea consciente o inconscientemente, a reaccionar bien a las diversas situaciones de crisis en que suele encontrarse.
Con el objeto de comportarnos bien en una crisis dada, necesitamos: 1) aprender a obtener ciertas aptitudes para no ser superados por la crisis; luego, necesitamos practicar sin dejarnos someter a la presión de las circunstancias. 2) Necesitamos aprender a reaccionar a una crisis adoptando una actitud de agresividad más bien que una actitud de defensa. Con el objeto de responder al desafío de la situación, más  que a la amenaza de la misma, tenemos que guardar en la mente nuestra meta positiva. 3) Necesitamos aprender a valorizar en sus verdaderas perspectivas las así llamadas situaciones de “crisis”, con el objeto de no hacer montañas de las pequeñas colinas o reaccionar como si cada pequeño desafío fuera a constituir un asunto de vida o muerte.


1.                      La práctica sin tensión

Aunque podamos aprender de prisa, no podemos aprender bien en situaciones de “crisis”. Arroje a un hombre que no sepa nadar a un lugar en que el agua le cubra la cabeza, y la crisis, por sí misma, quizás le proporcione capacidad suficiente “para que nade” y pueda salvarse. Aprende rápidamente y se las arregla para poder nadar de algún modo. Pero así no podrá aprender nunca a convertirse en un campeón de natación. La ruda manera de nado que ha empleado para salvarse se le queda “fija”, y será muy difícil, para ese sujeto, aprender mejores métodos de natación. Debido a su ineptitud, este sujeto puede perecer en una crisis real en la que se requiera nadar grandes distancias.
El Dr. Edward C. Tolman, de la Universidad de California, psicólogo y especialista de la rama científica que se dedica a la observación dela conducta y comportamiento de los animales, manifiesta que tanto los animales como los hombres se forman “mapas cerebrales” o “mapas cognoscitivos” del ambiente en que viven mientras se hallan “aprendiendo”. Si las motivaciones de los mismos no son demasiado intensas y si la crisis presente en la situación del aprendizaje no es excesiva, entonces, estos mapas son amplios y generales. Si el animal es super-sensible, el mapa cognoscitivo es estrecho y restringido. Aprende, pues, una sola manera de solucionar sus problemas. En el futuro, si acontece que esta manera experimenta algún impedimento, el animal se sentirá frustrado y no atinará a discernir los modos o desviaciones alternativas que se le ofrezcan. Cultiva, pues, “una sola respuesta” corta y seca, preconcebida, y tiende a perder la capacidad de reaccionar espontáneamente a una nueva situación. No puede improvisar y solamente logra seguir un plan preestablecido.


La tensión retarda el aprendizaje

El doctor Tolman llegó a la conclusión de que si a las ratas se les hubiese permitido aprender y practicar en condiciones sin crisis, el comportamiento de las mismas sería excelente en una crisis. Por ejemplo, si a las ratas se les hubiera permitido vagar por todas partes a plena voluntad y a explorar un laberinto estando bien alimentadas y después de haber satisfecho la sed, parecería que no habría aprendido nada. Ahora bien, si luego estas ratas fueran colocadas en el mismo laberinto estando hambrientas, mostrarían que habían aprendido muchísimo ya que las veríamos dirigirse rápida y eficientemente hacia la misma meta. El hambre habría enfrentado a estas mismas ratas entrenadas con una crisis a la que reaccionaría perfectamente.
Las otras ratas, que fueron forzadas a aprender a andar por el laberinto en una crisis de hambre y sed, es seguro que no lo habrían hecho tan bien. Experimentarían ciertas supermotivaciones y sus “mapas cerebrales” habíanse hecho demasiado estrechos. Cuando sólo existe una ruta correcta para alcanzar el objetivo, ésta se hace “fija”. Si esta ruta, pues, hubiera experimentado algún bloqueamiento, las ratas se habrían sentido frustradas y hubieran y hubieran tenido una gran dificultad para poder hallar otra nueva.
Cuanto más intensa sea la situación de crisis bajo la cual estamos aprendiendo, aprenderemos menos. El profesor Jerome S. Bruner, de la Universidad de Harvard, entrenó a dos grupos de ratas a que pasasen por un laberinto para que pudiesen llegar a conseguir la comida. Uno de los grupos, el cual había estado sin comer durante doce horas, aprendió a pasar el laberinto después de seis intentos. El segundo grupo, que no había comido hacia más de treinta y seis horas, aprendió el camino luego de haber hecho más de veinte intentonas.


Los ejercicios de incendios enseñan a asimilar la conducta de crisis en situaciones en que las crisis no existen

La gente reacciona del mismo modo. Las personas que han tenido que aprender a escapar de un edificio incendiado requirieron normalmente someterse a dos intentos para hallar la salida adecuada, exactamente lo mismo que hubiesen tardado en el caso de no haber habido fuego. Pero, algunos individuos no aprenden en absoluto a hallar el camino de escape. La supermotivación les interfiere los procesos de razonamiento. El mecanismo automático de las reacciones queda paralizado por el exceso de esfuerzo consciente. Algo parecido al “temblor de la ansiedad de hacer” aparece entonces, y ello hace perder al sujeto la capacidad de pensar con claridad. Aquellos otros individuos que se las arreglaron para escapar “de cualquier manera” del edificio incendiado ha aprendido “la estrecha respuesta prefijada”. Pónganles en un edificio distinto, o alteren ligeramente las circunstancias, y reaccionará tan mal la segunda vez como reaccionaron en la primera.
Ahora bien, tomemos a esta misma gente y hagámosle practicar un ejercicio “de escapar del incendio” en circunstancias en que no haya fuego. Debido a que no existe en el ambiente nada que les amenace, no habrán de experimentar tampoco la influencia del exceso de la retroacción negativa para que les interfiera el proceso de pensar claramente o de conducirse con absoluta corrección. Practicarán, entonces, la salida del edificio con toda calma, eficiencia y compostura. Luego que hayan practicado este ejercicio una serie de veces, estarán preparados para comportarse del mismo modo en el momento en que se produzca un verdadero incendio. Además, habrán aprendido algo acerca de cómo escapar de un edificio que se está incendiando y también sabrán adaptarse a cualquier otra circunstancia en que se produzca un desastre de distinta índole. Los músculos, los nervios y los cerebros de estas personas habrán memorizado un “mapa” más amplio, flexible y de carácter más general que el anterior grupo de individuos. La actitud de calma y de pensar con claridad habrá devenido natural entre estos individuos, gracias a los ejercicios prácticos de actuación en una circunstancia supuesta, al enfrentarse al hecho real de un verdadero incendio. No se sentirán impulsados a producirse con una respuesta rígida, sino que serán capaces de modificar y mejorar las reacciones aprendidas para poder “reaccionar espontáneamente” ante cualquier circunstancia o situación que pueda presentárseles.
La conclusión que sigue a lo que hemos dicho es obvia, ya se trate de razones o de hombres: Practique los ejercicios que se proponga cuidando apartar de sí todas las clases posibles de tensiones, y usted será capaz de conducirse mejor en una u otra situación de crisis.


El “boxeo de sombra” como medio para conseguir la estabilidad

El caballeroso Jim Cobett hizo popular la expresión “boxeo de sombra”. Cuando se le preguntó cómo había cultivado el dominio perfecto de asestar el gancho de izquierda que empleó para mandar a John L. Sullivan, “El Muchacho Fuerte de Boston” a las cuerdas, Corbett replicó que había practicado ante el espejo el tiro de izquierda a su propia imagen, y ello no menos de diez mil veces durante el tiempo en que se estuvo preparando para el ataque.
Gene Tunney hizo lo mismo. Años antes de que llegara a vencer a Jack Dempsey en el ring, ya le había vencido imaginativamente más de un centenar de veces en su propia habitación. Vio las películas que se habían filmado de todos los combates de Dempsey. Las observó hasta que llegó a conocer cada uno de los movimientos de su futuro antagonista. En seguida, se puso a hacer boxeo de sombra. Trataba, entonces, de imaginarse que tenía ante sí a Dempsey. Cuando el Dempsey imaginario iba a hacer un cierto movimiento, Tunney practicaba el contragolpe correspondiente.
Sin Harry Lauder, el famoso actor y comediante escocés, admitió cierta vez que había practicado en privado cierto gesto más de diez mil veces, y ello lo hizo antes de presentarlo al público. Lauder practicó, en efecto, “el boxeo de sombra” ante un auditorio imaginario.
Billy Graham solía pronunciar sus sermones a los troncos de los cipreses en uno de los pantanos de La Florida antes de cultivar su arte y de desarrollar su arrebatadora personalidad de tribuno ante los auditorios vivos. La mayor parte de los buenos oradores públicos han hecho, de una u otra manera, la misma cosa. La forma más común del “boxeo de sombra” que cultivan los oradores públicos consiste en pronunciar sus discursos ante sus propias imágenes reflejadas en un espejo. Cierto individuo, a quien conozco muy bien, acostumbra alinear de seis a ocho sillas ante sí, para practicar sus alocuciones ante un público imaginario.


Las prácticas sencillas producen mejores efectos

Cuando el célebre Ben Hogan se hallaba jugando regularmente en torneos de campeonato, solía guardar un bastón de golf en su habitación, y allí practicaba a diario y en privado balanceando correctamente el bastón y apuntando a una pelota imaginaria, y ello sin experimentar la turbación y los rigores propios que producen las diversas tensiones. Cuando Hogan se encontraba en el terreno de juego, solía evocar los movimientos correctos en su imaginación antes de hacer el tiro y luego se entregaba en cuerpo y alma a “la memoria muscular” para lanzar el disparo con la mayor corrección posible.
Algunos atletas suelen practicar en privado con el objeto de experimentar la menor presión que les sea posible. Ellos mismos, o sus propios “coaches”, impiden a la prensa que presencie los ejercicios de práctica e incluso rehusan proporcionar cualquier información relacionada con la práctica que pudiera servir para propósitos de publicidad, y todo ello con el único objeto de protegerse de la presión o tensión internas. Todo se arregla de manera que pueda hacerse el entrenamiento y la práctica en las mejores condiciones humanamente posibles con respecto al reposo y a la liberación de tensiones. El resultado que se obtiene consiste en que estos deportistas se introducen en la “crisis” de la verdadera competición con la apariencia de no tener nervios en absoluto. Se transforman en verdaderos témpanos de hielo, inmunes a la presión, sin preocupación alguna con respecto a cómo habrán de actuar , y se entregan en absoluto a “la memoria muscular”, para ejecutar en la realidad los diversos movimientos que han aprendido.
La técnica “de boxear con la sombra” o la “práctica sin tensión” es tan simple y los resultados son con frecuencia tan definitivos que alguna gente se inclina a asociar ambas técnicas con alguna clase o suerte de misteriosa magia.
Recuerdo a una viuda que había guardado luto durante años y se solía sentir mal en cualquier reunión o circunstancia social. Luego de haber practicado la técnica del “boxeo de sombra” tuvo a bien escribirme lo siguiente: “… debo haber practicado una ‘gran entrada’ cien veces por lo menos en mi propia habitación estando ésta completamente vacía. Entraba a la pieza y estrechaba la mano a multitud de invitados imaginarios. Sonreía y siempre tenía algo agradable que decirle a cada uno de ellos. En seguida, íbame a los diferentes corrillos y bromeaba en una y otra parte. Practiqué, pues, la manera de andar, de sentarme y de charlar con gracia y confianza”.
“Me es imposible describirle lo feliz que me sentí cuando estuve en… y podría decirle algo sorprendente de… y también de los maravillosos momentos que pasé en el baile de… Me sentía llena de calma y de confianza. Se produjeron, sin embargo, algunas situaciones incidentales que no había practicado anteriormente, pero, de todas maneras, las superé con facilidad y me conduje de modo admirable…”


El “boxeo de sombra” revela la expresión del ser

La voz “revelar” significa literalmente “descubrir”, “hacer visible lo que estaba oculto”. El vocablo “inhibición” expresa todo lo contrario : “retringir” y “no manifestar las ideas o sentimientos”. La “autoexpresión” consiste en “liberar lo restringido” y en manifestar plenamente los talentos y las capacidades del ser. Significa también “sacar a flote su propia luz y permitirla que brille”.
Mediante la técnica del “boxeo con la sombra” el sujeto practica la expresión del ser en ausencia de los factores inhibitorios. El individuo aprende los movimientos correctos y también se forma un “mapa mental” que retiene en la memoria. Un mapa amplio, general y flexible. Luego, cuando se enfrenta a una crisis, cuando se le presenta una amenaza verdadera o un factor inhibitorio, el sujeto aprende a conducirse con calma y corrección. Existe, entonces, un “impulso de reacción” en los músculos, los nervios y el cerebro, un impulso que el sujeto se ha formado con la práctica para poder enfrentarse con una situación real. Además, debido a que el aprendizaje fue hecho en circunstancias de reposo y libre, por tanto, de tensiones, el sujeto hállase capacitado para responder en cualquier ocasión y para exteriorizarse, improvisar y conducirse espontáneamente. Al mismo tiempo, la práctica de la técnica del “boxeo de sombra” contribuye a formarle una autoimagen mediante la cual el individuo ha de conducirse con corrección y éxito. El recuerdo de esta feliz autoimagen también habrá de capacitar al sujeto a que haga mejor todo lo que emprende.


El entrenamiento de tiro sin bala constituye el secreto del buen tirador

El nuevo aficionado al tiro de pistola se encontrará frecuentemente con el hecho de que podrá mantener el arma perfectamente fija en tanto no pruebe a disparar. Cuando apunta a un blanco con un arma vacía, su mano se queda quieta. Mas una vez que se carga el arma e intenta dar en el blanco, comienza “el temblor de la tentativa”. El cañón de la pistola muévese, entonces, de arriba hacia abajo y de manera incontrolable también de derecha a izquierda, o sea, de la misma manera que cuando intenta enhebrar una aguja. (Vea el capítulo Décimoprimero).
Los buenos instructores de tiro al blanco recomiendan casi a cada individuo que haga el mayor número posible de ejercicios de puntería con las pistolas descargadas de modo que logre superar así la condición descrita. El tirador apunta con calma deliberada, aprieta el gatillo y dispara al blanco. Presta toda su atención, con deliberada calma, a como está manteniendo la pistola, si está inclinada o no el arma, si oprime o tira del gatillo, etc.
Aprende, pues, los buenos hábitos en un estado de ánimo de perfecta calma. No se le produce “el temblor del intento” ya que no se siente excesivamente preocupado ni tampoco experimenta demasiada angustia acerca de los resultados. Luego de haber hecho millares de “disparos” con el arma descargada, el aficionado observará que puede mantener firme la pistola cargada y que es capaz de disparar realmente en tanto observe la misma actitud de calma y sangre fría que mantuvo en los ejercicios de ensayo.
Un amigo mío aprendió a disparar al tiro de pichón de manera bastante parecida a la que he descrito más arriba. Un buen tiro, el graznido de la codorniz le ponían fuera de si produciéndole ansiedad y haciéndole perder casi cada vez los subsecuentes disparos. En la siguiente cacería, y luego de haber practicado la técnica del “boxeo de sombra”, el primer día llevó consigo una carabina vacía. No tenía necesidad de ponerse excitado porque, de todas maneras, no podría disparar. ¡Tampoco podría experimentar el impulso de super-estimulación ya que llevaba un arma vacía! Disparó, pues, como a unas veinte codornices con la carabina descargada. A la hora en que había disparado como los primeros seis tiros, toda su ansiedad y angustia le desaparecieron como por encanto. Sus compañeros pensaron que su amigo había perdido algunos puntos, pero, en seguida, al día siguiente redimiose cuando hubo matado las primeras ocho aves abatiendo un total de quince codornices con diecisiete disparos.


La técnica del “boxeo de sombra” ayuda a acertar a la pelota

No hace aún mucho tiempo, en un día domingo, visité a un amigo que residía en un suburbio de Nueva York. El hijo de éste, que contaba diez años, había tenido visiones que le anunciaban habría de convertirse en una estrella de la liga de béisbol. El muchacho observaba la posición adecuada, pero no podía atinar a la pelota. Cada vez que su padre le arrojaba la bola, el chiquillo se pasmaba y perdía el pie. Decidí, entonces, que probara otra vez. “Estás tan ansioso de pegarle a la pelota y tienes tanto miedo de no poder darle –le dije-, que no puedes verla claramente”. Todo lo que le ocurría era que la tensión y la ansiedad le estaban interfiriendo la vista y los reflejos, y así, pues, los músculos de los brazos no podían ejecutar las órdenes que recibían del cerebro.
“Durante los diez juegos siguientes –le dije-, no trates siguiera de golpear a la pelota. No trates de ninguna manera. Quédate con el bat en el hombro, pero observa con mucho cuidado a la bola. Ten los ojos sobre ella desde el momento que sale de las manos de tu padre hasta que llegue a las tuyas. Quédate tranquilo y suelto, y trata sólo de observar cómo macha la pelota”.
Luego de haberlo hecho así durante diez veces seguidas, le aconsejé de esta manera: “Ahora, y por un momento, observa cómo vuela la pelota y sigue manteniendo el bat en tu hombro, pero piensa entre ti que vas a agarrar y mecer el bat, para golpear la bola con precisión y cuando ésta se halle bien centrada”. Después de esto, le dije que se quedara “sintiendo del mismo modo” y que continuara observando la pelota cuidadosamente y que “dejase” al bat ir al encuentro de la bola y que no la golpease con demasiada fuerza. El muchacho, entonces, golpeó a la pelota. Luego de unos cuantos sencillos “hits” como éste, pudo acertar casi todos sus tiros y yo me gané un amigo para toda la vida.


El agente de ventas que practicaba “el no vender”

Cualquier individuo puede emplear en “el arte de las ventas” esta misma técnica de “dar a la pelota”. También se puede emplear en el arte de la enseñanza o en el de la administración de negocios. Un joven vendedor se me quejaba, en cierta ocasión, de que solía “quedarse pasmado” cuando le citaban para que hiciera algún proyecto de ventas. Su gran dificultad consistía en la incapacidad que mostraba al tener que replicar apropiadamente a las objeciones que los clientes le presentaban. “Cuando un cliente probable me presenta una objeción o critica el producto que trato de venderle, no sé que me pasa que no puedo decirle nada instantáneamente” –me dijo. “Luego, una vez que le he abandonado, puedo pensar en toda una buena serie de excelentes razones con que invalidarle el argumento que me expone”.
Le hablé, entonces, acerca de la técnica del “boxeo con la sombra” y le conté el caso del muchachito que había aprendido a “batear” maravillosamente por el procedimiento de observar la trayectoria de la pelota en tanto cargaba el “bat” en el hombro. Le indiqué que tanto para atinar a una pelota como para pensar en los pies, el individuo requiere disponer de buenos reflejos. El mecanismo automático del éxito debe responder en forma automática y apropiada. El exceso de tensión o de estímulo y la demasiada ansiedad por alcanzar los resultados suelen paralizar el mecanismo. “Usted, pues, piensa en las respuestas adecuadas luego que se ha marchado el cliente, debido a que entonces se siente reposado y le desaparece la tensión. En efecto, sus dificultades consisten en que no responde rápida y espontáneamente a las objeciones que le presentan sus probables clientes, o sea, para expresarme con otras palabras, usted ‘no atina a golpear’ la pelota que le arroja el probable cliente con el que está trabajando”.
Le dije que, ante todo, debería comenzar a practicar una serie de entrevistas imaginarias –tratar de acudir realmente a las citas, presentarse a un probable cliente, lanzar el proyecto de venta, etc.-. En seguida, debería imaginar cualquier objeción posible, no importa qué enrevesada y extraña fuese,  contestarla siempre de la manera más contundente posible. Luego, habría de practicar “con el bat en el hombro” con un cliente verdadero. Debería ir a verle “con la carabina vacía en tanto ello se relacionase con sus intentos y propósitos. El propósito de la entrevista de ventas no debiera consistir en vender, tendría que resignarse, por esta vez, a quedarse satisfecho sin lograr el pedido. El propósito de esta visita debiera consistir solamente “en el entrenamiento”: en la práctica de “el bat en el hombro” y de “la carabina vacía”.
Los resultados de esta práctica fueron enteramente satisfactorios. Bien para decirlo con las propias palabras del interesado: “la práctica del boxeo de sombra funcionó milagrosamente”.
En mis tiempos de joven estudiante de medicina, yo mismo emplee la técnica de “el boxeo de sombra” en la práctica de la disección de cadáveres. Esta práctica carece de presiones y de tensión me enseñó mucho más que la mejor técnica. Me enseñó a mostrarme como un futuro cirujano lleno de calma, deliberación e ideas claras, ya que había practicado la cirugía en una situación que no requería de mi una inquietud de vida o muerte.


Como hacer que los nervios funcionen en el propio beneficio del sujeto

El vocablo “crisis” procede de una palabra griega que significa, literalmente, “decisión” o “punto de decisión”.
Una “crisis” es como la bifurcación que se presenta de pronto en el camino: una de las divisiones promete una mejor condición, y la otra señala una peor. En medicina, la crisis señala un punto de partida: o bien el paciente empeora y muere, o bien mejora y se salva.
De modo que cada situación de crisis tiene dos salidas: una, mediante la que se consigue el éxito, y la otra, que conduce al fracaso.
A Hugh Casey, que fue uno de los “pitchers” más calmados y de más éxito de todos los tiempos, se le hizo cierta vez la pregunta de qué pensaba en el momento en que se le ordenaba entrar a jugar en los momentos de una situación crítica del partido.
“Pienso siempre en lo que voy a hacer y en lo que deseo que pase” -dijo-. “en vez de pensar en lo que va a hacer el bateador o en lo que pueda pasarme a mí”. Añadió que solía concentrarse en lo que quería que ocurriese, sentía “lo que podía hacer él mismo”, y eso solía hacer casi siempre.
Esta actitud forma otra importante clave para reaccionar bien a cualquier situación dada. Si podemos mantener una actitud agresiva y reaccionar agresivamente a las amenazas y a las crisis, en vez de hacerlo de una manera negativa, la situación, por sí misma, laborará en nuestro favor actuando como estímulo para contrarrestar a las fuerzas ocultas.
Hace algunos años publicaron los periódicos la noticia de que un gigantesco negro ejecutó lo que dos vagones de auxilio y una veintena de hombres no lograron hacer. Logró levantar la cabina metálica destrozada de un camión y, además, separarla de los engranajes. Sacó también con su propias manos desnudas el pedal del freno que había atrapado los pies dl conductor y, asimismo, consiguió apagar, con las manos desnudas, las llamas que surgían del piso del camión. Luego, cuando se encontró a este “gigante” y logrose identificarle, se observó que este sujeto no era, en realidad, ningún “gigante”. Charles Dennis Jones, que así se llamaba el individuo en cuestión, medía sólo seis pies y dos pulgadas y no pesaba más que doscientas veinte libras. He aquí la explicación del sujeto acerca de su extraordinaria hazaña: “Odio el fuego”. Catorce meses antes el hecho descrito, su pequeña hija de ocho años de edad se había quemado en un incendio que estalló en el hogar del pobre hombre. (A Man Don’t Know GAT He Can Do –“El hombre no sabe lo que es capaz de hacer”- Reader’s Digest, octubre, 1952).
Conozco a un hombre que aunque alto es bastante débil; este individuo se las arregló por sí solo para sacar de su casa un piano, bajarlo tres escalones y llevarlo hasta el centro del prado que había delante del edificio. Ahora bien, esto lo hizo cuando en su casa se había declarado un incendio. No obstante, habíase requerido el impulso de seis fuertes hombres para meter el piano en la casa. Sin embargo, él solo, un hombre débil, gracias al estímulo de la excitación y de la crisis, logró sacarlo afuera.


La crisis aumenta nuestras fuerzas

El neurólogo J. A. Hadfield ha hecho un extenso estudio sobre las fuerzas extraordinarias –físicas, mentales, emotivas y espirituales- que, en momentos de crisis, acuden a reforzar las aptitudes de hombres y mujeres normales.
“¿De qué maravillosa manera en un momento de emergencia se multiplican las fuerzas de gentes que por sí mismas son bastante ordinarias!” – dice el investigador más arriba citado-. “Nuestras vidas son tímidas y nos mostramos temerosos ante las difíciles tareas que hemos de cumplir hasta que quizás seamos forzados a enfrentarnos con ellas, o éstas vengan sobre nosotros, e, inmediatamente, nos parece ver desplegarse las energías invisibles. Cuando tenemos que enfrentarnos al peligro, entonces aparece el valor; cuando la desgracia parece cebarse con nosotros, nos hallamos con las fuerzas suficientes para resistir su presión; por último, en el momento en que el desastre parece querer abatirnos y hacernos caer en esa ‘fosa’ que por durante tanto tiempo habíamos temido, entonces sentimos que algo nos sostiene, algo así como la energía de unos ‘brazos’ siempre elásticos. La experiencia común nos enseña que cuando nos hallamos sujetos a responder grandes y tremendas demandas, si logramos aceptar el desafío de las mismas, sin temor y con confianza en nuestras fuerzas, cualquier peligro o dificultad nos traerán consigo las energías inherentes con que podamos combatirlas. ‘Conforme se te presenten los días, así serán tus fuerzas’.”
El secreto de ello consiste en nuestra actitud “de aceptar sin temor el desafío” y “en gastar nuestras fuerzas con confianza.”
Ello significa que debemos mantener una “actitud agresiva dirigida a la meta que nos proponemos alcanzar” y, desde luego, nunca adoptar una actitud defensiva ni negativa: “no importa lo que acontezca, ya me las arreglaré” o “lo veré a fondo”, en vez de “espero que nada ocurra”.


Mantenga en mente su propósito

El esfuerzo esencial para experimentar esta actitud agresiva consiste en permanecer orientado hacia la meta que se persigue. El sujeto mantiene en mente su propia meta positiva. Intenta, entonces, pasar a través de la experiencia de la crisis hasta alcanzar su meta. El sujeto mantiene su objetivo original y no intenta desviarse por caminos adyacentes y secundarios –el deseo de escapar, de ocultar y evitar- debido a una situación de crisis. O, para expresarnos con la lengua de William James, la única actitud que debe mantenerse es la de la lucha, en vez de la del temor o la de la huida.
Si el sujeto puede hacerlo así, la situación crítica por sí misma actuará como un estímulo que habrá de liberar energías adicionales que han de ayudarle a realizar su propósito.
Lecky sostiene que el propósito de la emoción consiste en “reforzar” o en “añadir fuerzas” más que en servir de señal de debilitamiento. Este autor creía que sólo existe una emoción básica, la excitación, y que ésta se manifiesta por sí misma como miedo, ira, valor etc., dependiendo ello sólo y simultáneamente de nuestros propios objetivos internos, ya estemos dispuestos interiormente a resolver un problema, a escapar del mismo o a destruirlo. “El problema real no consiste en dominar la emoción sin en el dominio de la tendencia preferente por la que habremos de recibir el esfuerzo emotivo”. (Prescott Lecky, Self-Consistency, A Theory of Personality, New York, Island-Press).
Ahora bien, si su intención o su actitud de objetivo consiste en proseguir su camino y en sacar todo lo que pueda de la situación crítica, y, además, en obtener lo que desea a pesar de todos los contratiempos que se le presenten, entonces “la excitación” ocasional habrá de reforzarle esta tendencia y ella misma le proporcionará más valor y más fuerza para que prosiga la persecución de su anhelada meta. Por otra parte, si pierde de vista el objetivo original que perseguía y su actitud de objetivo se convierte en la disposición de escapar de la crisis o en buscar “algo de su pasado”, para evadirse de ello, esta tendencia de escapismo también habrá de reforzarse y, en ese caso, experimentará usted el temor y la angustia.


No confunda la excitación con el miedo

Mucha gente ha caído en el error de confundir habitualmente el sentimiento de la excitación con el del miedo y la ansiedad, y, por consiguiente, ha interpretado aquel como una señal de insuficiencia de la personalidad.
Cualquier persona normal con cierta inteligencia para comprender una situación determinada se pone siempre excitada o nerviosa, precisamente momentos antes de que se produzca una situación de crisis; hasta que el individuo no sea dirigido hacia la meta, esta excitación no determina miedo, ansiedad, valor, confianza en sí mismo, etc., ni tampoco ninguna otra cosa que no sea un paso hacia delante y una provisión de refuerzo de vapor emocional o su propia caldera. No denota, desde luego, señal de debilidad alguna. Al contrario, indica realmente una fuerza de adición para que pueda emplearla del modo que se prefiera. Jack Dempsey solía ponerse tan nervioso antes de participar en un encuentro de boxeo que ni siquiera podía rasurarse. Era tan fuerte su excitación que no podía permanecer sentado o de pie ni un solo momento. Sin embargo, jamás interpretó este estado de excitación como un estado de temor. Nunca decidió que debiera evadirse del mismo. Proseguía, pues, su camino y la excitación le servía para añadir aún más dinamita a sus golpes.
Los actores experimentados saben muy bien que este sentimiento de excitación, que suelen advertir momentos antes de salir a escena, es una buena señal con respecto a una mejor interpretación de sus papeles. No son pocos los que entre ellos “se producen deliberadamente” un estado emocional antes de presentarse ante el público. El buen soldado suele ser el hombre que se siente “excitado” precisamente antes de la batalla.
Muchos individuos apuestan en las carreras de caballos teniendo en cuenta los caballos que parecen ser más nerviosos. Los entrenadores también saben que el animal que se pone más nervioso antes de la carrera habrá de desempeñar en la misma mejor que acostumbra.
No hace aún mucho tiempo, encontreme en un un aeroplano con cierto conocido a quien había dejada de ver durante muchos años. En el curso de nuestra conversación le pregunté si continuaba ahora dando tantas conferencias y charlas públicas como solía hacerlo en el pasado. “Sí, me dijo, naturalmente que he cambiado de trabajo, de tal modo que ahora puedo hablar más y dar por lo menos una conferencia al día”. Conocedor de su enorme afición a hablar en público, comenté que era magnífico que tuviera esta clase de empleo. “Sí –me dijo-, por una parte es bueno, pero, por otra, ya no lo es tanto. Ahora no pronuncio tan buenas conferencias como antes, y ello consiste en que ahora hablo con tanta frecuencia que ya lo hago en forma rutinaria y tampoco percibo en la boca del estómago aquella aguda sensación que me solía decir que todo iba a salirme bien”.
Algunos individuos llegan a excitarse tanto en un importante examen escrito que no son capaces de pensar con claridad o mantener una pluma constantemente en sus manos. Otros, en cambio, se excitan tanto y se ponen tan vivos bajo las mismas circunstancias que la mente les funciona mejor y más claro que de costumbre. En primer lugar, se les agudiza la memoria. No es precisamente la excitación la que marca la diferencia sino la forma en que ésta se emplea.


3. ¿Qué sería lo peor que podría acontecer?

Mucha gente tiene la tendencia de aumentar en forma desorbitada y fuera de toda proporción el “castigo” o el “fracaso” potenciales que creen que la crisis ha de llevar consigo. Solemos, emplear nuestra imaginación contra nosotros mismos y hacer verdaderas montañas de simples colinas. O, por otra parte, no empleamos la crisis para que nos sea posible “ver” lo que la situación comporta realmente en sí, sino que solemos reaccionar, habitualmente y sin pensar, como si cada simple oportunidad o amenaza constituyera por sí mismas un asunto de vida o muerte.
Si el sujeto se le presenta una crisis real, necesitará enfrentarse a la misma experimentando una gran excitación. Esta debe emplearla para adquirir ventaja en el proceso de la situación crítica. No obstante, se el sujeto sobreestima el peligro de la dificultad, si reacciona a una información deformada, escasa o irrealista, probablemente padecerá mucha mayor excitación que la que el caso requiere. Debido a que la amenaza real es mucho menor que la que el sujeto ha calculado, toda esta excitación no podrá emplearla en forma apropiada. Esta no podrá ayudarle en tal caso, a comportarse como verdadera acción creadora. Por tanto, la excitación permanece dentro del sujeto como si estuviera embotellada. Un gran exceso de excitación emocional puede causar más daño que beneficio en cuanto se refiere al proceso de la acción, simplemente porque la demasía resulta inadecuada.
El filósofo y matemático Bertrand Russell describe la técnica que él mismo suele emplear cuando desea disminuir el grado de excesiva excitación que puede padecer en alguna crisis: “Cuando amenaza alguna desgracia, hay que considerar seria y deliberadamente qué es lo peor que puede acontecer. Luego de haber mirado frente a frente a esta desgracia, procure hacerse algunas sanas razones pensando que, después de todo, esta no va a constituir un desastre demasiado terrible. Además, siempre existen tales razones, ya que en el peor de los casos nada que le pueda acontecer a uno ha de tener una importancia cósmica. Cuando haya logrado mirar por algún tiempo a la peor posibilidad y se haya dicho a sí mismo como verdadera convicción ‘Bien, después de todo, eso no me debería importar tanto’, hallará que disminuye considerablemente su preocupación. Puede que se haga necesario repetir el proceso unas cuantas veces, pero al final, si no ha tratado de esquivar enfrentarse al peor resultado posible, hallará que junto con éste desaparece la preocupación y es reemplazada, entonces, por cierta especie de alegría”. (Bertrand Russell, The Conquest of Happiness, New York, Liveright Publishing Corporation).


Procedimiento de que se valió Carlyle para adquirir el valor que necesitaba

Carlyle testimonió cómo este mismo método cambió de perspectiva, pasando de “un perpetuo no” a “un eterno sí”. El gran hombre atravesaba por un período de profunda desesperación espiritual. “Mis estrellas guías estaban borrosas; en mi severo cielo no brillaba ni una estrella. El universo era como una inmensa, muerta e inconmesurable máquina de vapor, y rodaba, rodaba con mortal indiferencia para quebrarme miembro a miembro. Luego, en medio d esta espiritual bancarrota, descubrí un nuevo medio de vida. Y me pregunté, entonces: ¿Por qué temes? ¿Por qué, como cobarde, debes estar siempre piando y lloriqueando e ir encogido y tembloroso? ¡Miserable bípedo! ¿Qué es lo que forma la suma total de lo peor que tienes ante ti? ¿La muerte? ¡Bien, la Muerte! Di también los tormentos del Averno y todo lo que el Diablo y el Hombre puedan, deseen o quieran hacer contra ti! ¿No tienes acaso un corazón; no puedes sufrir lo que sea, como criatura de la libertad, aunque el proscripto y el mismo humillado Lucifer esté bajo tus pies mientras te consume? Dejémosle, pues: ¡Iré a su encuentro y lo desafiaré!
“Y cuando pensé así, se levantó como un torrente de fuego que se precipitó sobre mi alma; y entonces agité al Miedo y lo ahuyenté de mí para siempre. Yo era fuerte, poseía una tremenda fuerza desconocida: un espíritu, casi un dios. Incluso, desde entonces, transformose la condición de mi miseria: ya no había Temor ni Pena quejumbrosa en ella, sin Indignación y un sombrío Desafío lleno de fuego”. (Th. Carlyle, Sartor Resartus).
Tanto Russell como Carlyle nos han dicho la manera como podemos mantener una actitud agresiva y autodeterminada, que se dirija a la consecución del objetivo propuesto incluso en presencia de los peligros más grandes y de las más serias amenazas.


Alpinismo sobre las madrigueras de topos

La mayoría de nosotros, sin embargo, nos dejamos “desviar” de la ruta que nos habría de conducir a la satisfacción del objetivo, ya sea por amenazas menores o inclusive imaginarias, las cuales insistimos en interpretar como situaciones de vida o muerte o de “hacer o morir”.
Alguien dijo que la causa que contribuye en mayor grado a la formación de las úlceras estriba en el “alpinismo sobre los montoncitos de tierra que hacen los topos sobre sus madrigueras”.
El agente de ventas a quien se invita a que presente un importante proyecto de pedido puede conducirse con respecto a ello como si realmente fuera éste un asunto de vida o muerte.
La debutante que se enfrenta a su primera danza suele desenvolverse en este cometido como si fuera a experimentar una prueba que tuviese valor decisivo para toda la vida.
Muchos individuos acuden a una entrevista acerca de un empleo conduciéndose en ella “como si sufrieran un espanto de muerte”, etc.
Quizá este sentimiento “de vida o muerte”, que mucha gente experimenta en cualquier situación crítica, tenga su origen en la herencia que hemos recibido de un pasado profundo y lejano, cuando, frecuentemente, “el fracaso”, para el hombre primitivo, era sinónimo de “muerte”.
Independientemente de su origen, la experiencia con numerosos pacientes ha demostrado, sin embargo, que este “sentimiento de vida o muerte” puede ser curado mediante el análisis racional de cualquier situación crítica, y este análisis debe ser hecho, sobre todo, en el ambiente impregnado de calma. Pregúntese: “¿Qué es lo peor que podría ocurrirme en el caso de que no atine a solucionar esta crisis?” Ello –esta actitud- es infinitamente superior a la que consiste en reaccionar de una manera irracional, ciega y automática.


¿Qué tiene usted que perder?

Una seria investigación demostraría que la mayor parte de estos casos, a los que se denomina “situaciones críticas”, no constituyen en absoluto casos de vida o muerte, sino oportunidades, ya sea para avanzar o para permanecer en donde uno se encuentra. Por ejemplo, ¿qué es lo peor que le podría haber ocurrido al agente de ventas? Quizás hubiera hecho un pedido y, en esas circunstancias, habría salido de la situación mucho mejor a como hubo entrado en ella, o quizás no hubiese logrado la nota y no habría quedado peor que antes de hacer la visita. El individuo que llena una solicitud de empleo puede conseguir éste o no conseguirlo. Si acaso no lo logra, quedará en la misma situación que antes de haberlo solicitado. Lo peor que le pudiera haber ocurrido a la debutante consistiría en que habría de quedarse como antes de la primera danza, relativamente desconocida y sin producir gran agitación en los círculos sociales.
Muy poca gente se da cuenta de la enorme influencia que puede tener sobre nosotros una cosa tan simple como lo es el cambio de actitud. Cierto agente de ventas a quien conocí dobló sus ganancias luego de haber logrado cambiar su actitud y dominar, de esta manera, el espanto y el pánico que le acosaban. “Todo depende de esto”, debe decirse con resolución, “todo lo que tengo por ganar y nada por perder”.
El famoso actor Walter Pidgeon ha relatado cómo se produjo el tremendo fracaso de que fue víctima al presentarse por primera vez ante el público. Sintiose, literalmente, sumido en un “espanto de muerte”. No obstante, se puso a razonar en el intervalo que sucedió al primer acto de la obra, que si ya había fracasado, no tendría nada que temer en adelante y que si se abandonaba y proseguía actuando podría ver, entonces, si resultaba un completo fracaso como actor, y, en ese caso, no tendría que preocuparse acerca de dejar esta nueva profesión. Pues bien; al iniciarse el segundo acto, salió a escena completamente calmado y lleno de confianza en sí mismo, y –cosa maravillosa- esta actitud le ayudó a obtener un gran éxito.
Procure, pues, recordar que la clave de toda situación radica siempre en USTED. Trate de practicar y de aprender las simples técnicas de este capítulo, y usted mismo, como centenares de otras personas antes que usted, podrá aprender a dominar la crisis y hacer que ésta opere en su favor convirtiéndola en una oportunidad creadora.

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