viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo VIII


Capítulo Octavo

Ingredientes de la personalidad del “tipo de éxito” y cómo adquirirlos


Exactamente lo mismo que un médico puede descubrir los síntomas de una enfermedad mediante el diagnóstico, también el psicólogo puede diagnosticar, mediante el estudio de las causas, el éxito y el fracaso. La razón consiste en que el hombre no halla simplemente el éxito ni tampoco llega con facilidad al fracaso. La verdad es que lleva consigo las simientes de su personalidad y carácter.
He hallado que uno de los medios más efectivos para ayudar al individuo a adquirir una personalidad adecuada o de “éxito”, consiste antes de todo, en proporcionarle una imagen gráfica del aspecto que tiene la personalidad de éxito. Recuerde que el dispositivo de dirección creadora que poseemos cada uno de nosotros aspira constantemente a alcanzar metas y que el primer requisito para emplearlo consiste en tener una meta o blanco definido y claro a donde poder dispararlo. Mucha gente desea “perfeccionarse” y espera adquirir una “mejor personalidad”, a pesar de no poseer una clara idea de la dirección en que se halla este “mejoramiento” ni tampoco de los atributos e ingredientes de que consta el tipo de “una buena personalidad”. En efecto, este tipo individual es el que nos capacita a desenvolvernos en el ambiente, así como a enfrentarnos a la realidad de manera apropiada, de tal modo que nos ayuda a obtener las debidas satisfacciones por haber logrado alcanzar las metas o fines que considerábamos importantes para nosotros.
Otra vez el tiempo. He visto a algunas personas sentirse infelices y confusas al abandonar sus derroteros cuando les fue dado un blanco al qué disparar y un camino derecho que seguir. Por ejemplo, el cuidadoso señor de apenas cuarenta años que se sentía extrañamente inseguro e insatisfecho inmediatamente luego de haber obtenido un importante ascenso en su carrera.


Los puestos nuevos que ocupemos requieren nuevas autoimágenes

“No tiene ningún sentido –decía este individuo-. He trabajado y soñado por ello. Es precisamente lo que siempre he querido. Sé muy bien que puedo desempeñar este trabajo, y, sin embargo –no sé por qué razón-, siento perturbado mi sentido de la autoconfianza. Me despierto de súbito como de un sueño y comienzo a preguntarme: ‘Qué podría hacer en el mundo un ser insignificante como yo, y, sobre todo, como podría desempeñar un empleo como este?’”. Había llegado a sentir extremada susceptibilidad con respecto a su apariencia y pensó que quizás la causa de su molestia pudiera consistir en su “débil barbilla”. No parezco un director de negocios, se decía. Pensó, entonces, que la cirugía plástica podría proporcionarle la resolución a su problema.
Me enfrenté también con el ama de casa a quien los niños “la estaban poniendo loca” y cuyo marido la irritaba tanto que se sentía aburrida de él, por lo menos una vez a la semana, y ello sin ninguna causa. “¿Qué me ocurre? –se preguntaba-. Mis niños son realmente unos chicos guapos y me debieran producir orgullo. Mi marido es también un hombre atractivo y siempre me avergüenzo de él”. Sentía que un arreglo del rostro le podría proporcionar mayor confianza y hacer “que la apreciara más su familia”.
Las dificultades con que se enfrentan esta clase de personas, y otras como ellas, no consiste en la apariencia física de las mismas, sino en sus autoimágenes. Se hallan desempeñando un nuevo papel y no están seguras de la clase de personas que se suponen ser para vivir y comportarse de esta nueva forma, o quizá nunca han desarrollado dentro de sí una clara autoimagen de cualquiera de los papeles que desempeñan en la vida.


La imagen del éxito

En este Capítulo voy a prescribirle al lector la misma “receta” que le daría si viniera a mi consultorio.
He hallado que una imagen de la personalidad de éxito fácil de recordar se halla contenida en las mismas letras que componen la palabra SUCCESS (ÉXITO).
“El Tipo de la Personalidad de Éxito” se halla compuesto de:
S-ense of direction (Sentido de dirección)
U-nderstanding (Comprensión)
C-ourage (Valor)
C-harity (Caridad)
E-steem (Estimación o apreciación)
S-elf Confidence (Autoconfianza o confianza en sí mismo)
S-elf Acceptance (Autoaceptación o aceptación de sí mismo)

1.                      SENTIDO DE LA DIRECCIÓN

En cauto ejecutivo “que abandonó sus propios derroteros” y que, en poco tiempo, tornó a conquistar la confianza de sí mismo, cierta vez vio con claridad que durante varios años había sido impulsado a trabajar por fuertes metas a que quería apuntar y atacar incluyendo la seguridad personal de que disfrutaba en el presente. Estos fines, que consideraba tan importantes para el desarrollo de su propia vida, le mantuvieron firme en la ruta que dirigía hacia la consecución de los mismos. No obstante, una vez que hubo conseguido el ascenso, cesó de pensar en los términos de lo “que deseaba” para pasar a pensar en los términos de lo que los otros esperaban de él, o sea, que se puso a vivir para adaptarse a los fines y estándares de vida de otros individuos. Se sentía como el patrón de una pequeña nave que hubiera abandonado el timón y, sin embargo, esperase seguir la orientación correcta. Hallábase también en la disposición del alpinista que en tanto miraba al pico que deseaba escalar se sentía y se comportaba valerosa y audazmente, pero, al alcanzar la cumbre, considera que ahora ya no tiene a dónde seguir, comenzando, entonces, a mirar hacia abajo y a sentir el vértigo. Estaba, pues, ahora, actuando a la defensiva, defendiendo su presente puesto, mucho más que desempeñándose como un luchador que pretende alcanzar un fin y pasa a la ofensiva apuntando a la meta que se propuso. Obtuvo sólo el dominio de sí mismo cuando se decidió a seguir nuevas metas y comenzó a pensar en términos que éstas requerían: “¿Qué voy a conseguir con este nuevo empleo? ¿Qué deseo alcanzar? ¿a dónde quiero ir?”
“Funcionalmente, el hombre se parece a una bicicleta –le dije-. Una bicicleta se mantiene en equilibrio en tanto se la lleva hacia algún lugar. Usted posee, pues, una buena bicicleta. La dificultad consiste en que está tratando de guardar buen equilibrio, sentado todavía en ella, y, sin embargo, no se ha fijado de antemano el nuevo lugar a que desea ir. No me asombra que se sienta lleno de confusiones”.
Los seres humanos “hemos sido construidos” como sujetos-mecanismos que luchan para conquistar ciertas metas o fines. Usted también ha sido hecho de esta manera. Cuando no estamos interesados en alcanzar un fin personal que signifique algo para nosotros, nos disponemos “a andar en círculos”, a sentirnos “perdidos” y hallarnos sumergidos en una vida sin objetivos y sin propósitos. Hemos sido hechos para conquistar el ambiente, solucionar problemas, perseguir objetivos, etc., y no hallamos en la vida verdadera satisfacción y felicidad si no tenemos obstáculos que superar y anhelos que satisfacer. La gente que suele decir que la vida no vale la pena de vivirla, o que no vale nada, son individuos que se están diciendo a sí mismos que sus objetivos personales no tienen valor alguno.
Receta: Propóngase un objetivo que le valga la pena de alcanzarlo. Mejor aún, proyecte algo que hacer. Decida cuándo quiere abandonar una situación determinada. Enfréntese siempre con algo “que le lleve hacia delante”, algo en que confíe y por lo que tenga que luchar. Mire hacia delante, nunca hacia atrás. Desarrolle eso que los fabricantes de automóviles llaman “el aspecto de vanguardia”. Procure cultivar “la nostalgia del futuro” en vez de la del pasado. El “aspecto de vanguardia” y la “nostalgia del futuro” habrán de conservarle joven. Inclusive su cuerpo deja de funcionar bien cuando usted cesa de ser un “perseguidor de objetivos” y “no tiene nada por qué mirar hacia delante”. Esta es la razón por la que con frecuencia se mueren algunos hombres poco después de haberse retirado del trabajo o de sus negocios. Cuando no tienen fines que le interese perseguir y no mira hacia delante, en realidad, “ya ha dejado de vivir”. Además de las metas puramente personales, procure también desarrollar alguna de carácter impersonal, o sea, una “causa” con qué identificarse. Interésese en algún proyecto con el que pueda ayudar a su prójimo, no como algo dictado por su sentido del deber, sino porque usted lo quiere.


2.                      COMPRENSIÓN

El sentido de la comprensión depende de una buena comunicación. La comunicación es vital para cualquier sistema de guía o computador. No podrá reaccionar con propiedad si la información de que dispone es falsa o errónea. Muchos médicos creen que la confusión constituye el elemento básico que genera la neurosis. Para que podamos atacar algún problema real tenemos que disponer, por lo menos, de una ligera comprensión acerca de nuestra verdadera naturaleza. La mayor parte de los fracasos, en cuanto respecta a las relaciones humanas, débense a “los conceptos erróneos” que poseemos acerca de lo que estamos tratando.
Esperemos que otras personas reaccionen, respondan y lleguen a idénticas conclusiones que nosotros con respecto a una misma serie de hechos y de circunstancias. Deberíamos recordar lo que hemos dicho en un capítulo precedente: “nadie reacciona a las cosas ‘como ellas son’, sino a sus propias imágenes mentales”. La mayor parte del tiempo, la reacción de otra persona o la posición que adopta con respecto a nuestra respuesta y postura no la produce por el simple objeto de hacernos sufrir, tampoco por cabezonería ni malicia, sino simplemente porque comprende e interpreta la situación de manera distinta a la nuestra. Responde apropiadamente a lo que a ésta –a él o ella- le parece ser la verdad. La confianza que otorguemos con respecto a la sinceridad de las otras personas, considerándolas más bien equivocadas que maliciosas, puede hacer mucho para allanar las relaciones humanas y producir mejor comprensión entre la gente. Pregúntese: “¿Cómo habré de parecerle a él? ¿Cómo podrá interpretar esta situación? ¿Cómo se irá a sentir acerca de ello?” Procure comprender, por último, “cómo puede él comportarse de esa manera”.


El hecho contra la opinión

Muchas veces producimos confusión cuando solemos añadir nuestra propia opinión a los hechos y llegamos a conclusiones equivocadas. HECHO: un marido tamborilea con sus nudillos sobre la mesa. OPINIÓN: la esposa cree que lo hace sólo para molestarla. HECHO: el esposo se escarba los dientes después de la comida. OPINIÓN: la esposa concluye: “Si guardara hacia mí algún miramiento, procuraría enmendar sus maneras”. HECHO: Dos amigos están susurrándose algo cuando usted llega a donde están ellos: Ambos cesan de hablar al momento y tienen aspecto embarazado. OPINIÓN: “Deben haber estado murmurando de mí”.
El ama de casa mencionada, anteriormente debiera haber comprendido que las molestas maneras de su marido no habían sido deliberadamente manifestadas para molestarla. Cuando ésta cesó de reaccionar como si no hubiera sido ofendida personalmente, fue capaz de detenerse a analizar la situación y seleccionar una respuesta apropiada.


Trate de ver la verdad

Con cierta frecuencia solemos deformar los datos de nuestras sensaciones internas por medio de los temores, las ansiedades o los deseos. Mas para que podamos llegar a un conocimiento real del ambiente, debemos tratar de reconocer la verdad acerca del mismo. Sólo cuando comprendemos cómo es éste, podemos reaccionar en forma adecuada. Debemos ser capaces de ver la verdad y aceptarla tanto si es buena como si es mala. Bertrand Russell dijo que la única razón de que Hitler perdiera la segunda Guerra Mundial consistió en que no logró comprender el todo de la situación con que se enfrentaba. Los portadores de malas noticias eran castigados. Muy pronto nadie se atrevía a decirle la verdad. Así, pues, sin conocer la verdad, tampoco podía tomar medidas a propósito de ella.
Muchos de nosotros somos individualmente culpables del mismo error. No nos gusta admitir nuestros propios errores, faltas y defectos o incluso admitir simplemente que hemos estado equivocados. No nos gusta reconocer que una situación dada es distinta a como quisiéramos que fuese. Luego persistimos en mantener los rasgos de nuestros caracteres infantiles. Y, naturalmente, debido a que no vemos o no queremos ver la verdad, no podemos actuar de manera adecuada. Alguien ha dicho que sería un buen ejercicio que nos dedicásemos a tratar de admitir diariamente algún hecho doloroso acerca de nosotros mismos. La personalidad de tipo de éxito no sólo no engaña a las otra gentes, sino que enseña a ser honestos consigo mismos. Lo que llamamos sinceridad se halla basado en la autocomprensión y la honradez individuales. No puede ser sincero el hombre que se miente a sí mismo “raciocinando o se dice “mentiras racionales”.
Receta: Trate de hallar y averiguar la información verdadera que ataña a sus problemas, al prójimo o a la situación en que se encuentra, ya sean buenas o malas noticias. Adopte la consigna que dice: “No importa quién tiene razón, sino lo que está bien”. Un sistema automático de dirección corrige el curso de los datos negativos que se le hayan suministrado al “feed-back” y reconoce los errores con el objeto de corregirlos y de permanecer sobre su curso. Así debe hacer también usted. Admita sus faltas y errores, pero no se lamente acerca de ellos. Corríjalos y prosiga su camino. Al tratar con otra persona, procure comprender el punto de vista que ésta le manifiesta tan objetivamente con el de usted mismo.

3.                      EL VALOR

Comprender la situación en que se halla y disponer de un fin que perseguir, no es lo suficiente para el logro de la felicidad. Debe tener también el valor de actuar, ya que sólo mediante la acción se pueden transformar en realidades los fines que perseguimos, así como los propios deseos y las creencias.
La consigna personal del almirante William F. Halsey consistía en la siguiente cita de Nelson: “Ningún capitán podrá cometer un error demasiado considerable si enfrenta a su nave con la del enemigo” “La mejor defensa consiste en una buena ofensiva –decía Halsey-, éste es un principio militar, mas su aplicación es más amplia que la misma guerra. Todos los problemas, ya sean de carácter personal, nacional o de combate, se hacen más pequeños si no los abandonamos, sino, al contrario, nos enfrentamos a ellos. Toque un cardo tímidamente, y le pinchará; agárrelo con audacia, y le aplastará usted las espinas”. (William Nichols, Words to Live By, Simon and Schuster, New York).
Alguien ha dicho que la Fe no consiste en creer en algo que vemos de modo evidente: el VALOR de emprender cualquier cosa sin tener en cuenta las consecuencias.


¿Por qué no apostar sobre sí mismo?

Nada existe en el mundo que sea absolutamente cierto o que pueda garantizarse. Con frecuencia, la diferencia existente entre un hombre que tuvo éxito y otro que fracasó, no consiste en que aquél poseyera más capacidad o ideas, sino en el valor que este último impuso a sus ideas para la adopción de un riesgo calculado y actuar con arreglo al mismo.
Pensamos casi siempre en el valor remitiéndonos a los hechos heroicos que tienen lugar en el campo de batalla, en un naufragio o en una crisis parecida. Mas la vida diaria también requiere valor si queremos hacerla eficiente.
Todavía más, el fracaso al actuar hace que la gente que se enfrenta con un problema se ponga nerviosa, se sienta “intimidada”, “como cogida en una trampa” e inclusive puede conducirla a toda una serie de miedos fisiológicos. Suelo decirle a esta clase de gente: “Estudie la situación profundamente, procure imaginarse los diversos procesos de cada una de las posibles maneras de actuar y las distintas consecuencias que deben y pueden surgir de cada proceso. Siga el camino que más le prometa y vaya hacia delante. Se espera hasta que esté absolutamente cierto y seguro del camino que debe emprender antes de ponerse a actuar, usted nunca podrá hacer nada. Cada vez que actúe puede equivocarse. Cualquier decisión que haga puede ser la equivocada. Pero no debemos permitir que ello nos detenga en la búsqueda del fin propuesto. Debemos tener el valor de arriesgarnos a cometer errores a diario, arriesgarnos a fracasar y también a recibir algunas humillaciones. Un paso en la dirección equívoca vale más que quedarse detenido en el mismo punto durante toda la vida. Una vez que haya emprendido el camino, podrá corregirlo en cualquiera de los puntos en que se halle mientras prosigue andando. Su sistema automático de guía no podrá dirigirle en tanto se queda detenido en constante duda.”.





La fe y el valor son instintos naturales

¿No le ha asombrado alguna vez “el porqué”, la “urgencia” o el deseo de jugar parecen ser instintivos en la naturaleza humana? Mi propia teoría consiste en que esta universal “urgencia” de arriesgarse o jugarse el todo por el todo es un instinto que al emplearlo correctamente nos excita a aventurar algo de nosotros mismos para tener la oportunidad de comprobar nuestras propias fuerzas creadoras. Cuando poseemos la suficiente fe y actuamos con valor, eso es precisamente lo que estamos haciendo: arriesgarnos y valernos de una oportunidad para poner en funcionamiento los dones creadores que Dios nos concedió. También incluyo en mi teoría la idea de que el individuo que frustra en sí este instinto natural, al rehusar vivir en una manera creadora y comportarse con valentía, es la misma persona que se convierte en “jugador febril” y se aficiona de manera harto perjudicial a las mesas de juego. El hombre que no se vale de la oportunidad de exponer su propia vida debe desafiar alguna cosa externa. También el hombre que no se comporta con valor, a veces busca en la bebida este sentimiento. La fe y el valor son instintos naturales del ser humano y, por lo tanto, sentimos la necesidad de expresarlos, ya sea de una u otra manera.
Receta: Propóngase, desde luego, cometer las menos faltas posibles y sentir el menor dolor que pueda para tratar de conseguir lo que quiera. No se venda barato. “La mayoría de la gente –dice el general R. E. Chambers, Jefe de la Sección Consultora de Neurología y Psiquiatría del Ejército, no sabe lo valiente que es. En realidad, muchos héroes en potencia, hombres y mujeres, viven en deuda perpetua con sus propias vidas. Si pudieran saber que poseen estos profundos recursos, ello les ayudaría a proporcionarles la autoconfianza necesaria para enfrentarse a la mayoría de los problemas que se les pudieran presentar inclusive en las más grandes crisis”. Usted dispone de los recursos necesarios, pero nunca sabrá que los posee hasta que no tenga una ocasión en qué emplearlos para que funcionen en su propio beneficio.
Otra sugestión que podría ayudarle consiste en practicar un comportamiento audaz y valeroso en relación con las cosas menos importantes. No espere hasta que pueda convertirse en un gran héroe en alguna crisis peligrosa. La vida diaria también requiere valor, y, al practicar el valor en las pequeñas cosas, también desarrollamos la fuerza y el talento para actuar valerosamente en asuntos de mayor importancia.


4.                      LA CARIDAD

Las personalidades de éxito siempre observan con interés lo que concierne al prójimo: respetan los problemas y las necesidades de las personas ajenas, honran la dignidad de la persona y tratan a los individuos extraños como si fueran seres humanos en vez de considerarlos como a piezas que se hallasen incluidas en su propio juego. Reconocen que cada persona es una criatura de Dios y que ésta constituye una individualidad que merece respeto y digno trato.
Es un hecho psicológico que nuestros sentimientos acerca de nosotros mismos tienden a corresponder con los sentimientos que observamos hacia las otras personas. Cuando un individuo comienza a sentirse más magnánimo con respecto a los seres ajenos, también, y ello de manera invariable, empieza a mostrarse más caritativo consigo mismo. La persona que cree que “la gente no es importante” no puede concebir un profundo respeto ni una gran consideración hacia sí, ya que ella es también “gente”, y, con el juicio idéntico que aprecia a los demás, exactamente habrá de juzgarse en su propio pensamiento. Uno de los mejores métodos que existen para superar el sentimiento de culpabilidad estriba en el hecho de cesar de condenar al prójimo en nuestra propia mente, en dejar de juzgarlo, culparle y odiarle por sus errores. Podrá, pues, cultivar y desarrollar una autoimagen mejor y más adecuada cuando comience a sentir que las personas ajenas valen más que lo que usted creía.
Otra razón por la que la caridad hacia el prójimo constituye un síntoma de la personalidad de éxito, débese a que ello significa que la persona que tal siente y hace, sabe enfrentarse con la realidad. La gente es importante. Los seres humanos no pueden ser tratados durante mucho tiempo como animales, máquinas o fichas de juego para valerse de ellos como de instrumentos de los fines personales que se persiguen. Hitler llegó a descubrirlo bien. Asimismo lo lograrán averiguar otros tiranos en cualquier lugar que desempeñen sus funciones y actúen sus caracteres, ya sea en el hogar, en los negocios o en cualquier otra circunstancia o lugar concernientes a las relaciones entre los seres humanos.
Receta: La receta para la adquisición o conservación del sentimiento de caridad se compone de tres partes: 1) Procure cultivar un aprecio genuino hacia la gente mediante la percepción de la verdad acerca de ella, pues los individuos son criaturas de Dios que constituyen personalidades únicas y seres creadores. 2) Tómese la molestia de inhibirse de juzgar los sentimientos, puntos de vista, deseos y necesidades del prójimo. Piense más en lo que una persona ajena pueda querer y en cómo se debe sentir. Un amigo mío suele mantener con su esposa el siguiente diálogo: “¿Me quieres?” –“Sí, en el instante en que dejo de pensar en ello”. Hay mucho de verdad en esto. No podemos sentir nada acerca de otra persona, al menos que cesemos de pensar en ello. 3) Procure concebir que los individuos ajenos son importantes y compórtese con ellos de la manera que corresponde a este principio. Cuando trate a otras personas observe la debida consideración acerca de los sentimientos de las mismas, pues es absolutamente cierto que es idéntica forma que tratamos a las personas y a los objetos, así consideramos a las unas y a los otros.


5.                      LA ESTIMACIÓN

Hace algunos años escribí un comentario a “Las palabras por qué vivir”, el cual fue publicado en This Week Magazine. En este artículo, comentando lo dicho por Carlyle: “¡Alas! La irreligión consiste en no creer en sí mismo”, decía yo lo siguiente:
“De todas las trampas y engaños que nos presenta la vida, el automenosprecio aparece como el sentimiento de más laboriosa y difícil superación, ya que ha sido proyectado y cultivado por nuestras propias manos y la síntesis del mismo se concentra en esta frase: ‘No tengo empleo posible; no puedo hacer nada’.
“La pena se sucumbir a este sentimiento es pesada, tanto para el individuo, en términos de las recompensas materiales perdidas, como para las ganancias de la sociedad, en cuanto concierne al progreso alcanzado.
“Como médico puedo señalar también que el derrotismo presenta aún otro aspecto –uno bastante curioso muy difícil de reconocer-. Es más que posible que las palabras citadas constituyen la propia confesión de Carlyle, tanto respecto al secreto que se esconde detrás de su aseveración como en lo que concierne a su tempestuoso temperamento, irascible voz y espantosa tiranía doméstica.
“Carlyle, naturalmente, constituía un caso extremo. ¿Pero no es acaso en esos días en que estamos sometidos a la incredulidad cuando dudamos con mayor fuerza y nos sentimos más incompetentes para cumplir nuestras tareas; no es precisamente entonces cuando nos hallamos más intranquilos por encontrarnos solos?”
Podemos simplemente meter en nuestras cabezas la idea de que mantener una baja opinión de nosotros mismos no constituye una virtud sin un defecto. Los celos, por ejemplo, que a tantos matrimonios conducen al desastre, casi siempre son producidos por la duda. La persona que posee adecuada autoestimación no siente la hostilidad hacia el prójimo, no se cree dispuesta a comprobar nada, puede ver los hechos con mayor claridad y tampoco implora, quejumbrosamente, la compasión de nadie.
El ama de casa que cree en que una insignificante operación en el rostro podría hacer que la apreciaran más sus hijos y su esposo, realmente necesita valorizarse más a sí misma. La edad madura, más unas cuantas arrugas y unos pocos cabellos blancos le han hecho perder su autoestimación, convirtiéndola en un ser supersusceptible a las inocentes indicaciones y actos de su familia.
Receta: Cese de soportar una imagen mental en que se represente como un ser derrotado y sin valor. Deje de dramatizarse como sujeto digno de piedad a quien ha perseguido la injusticia. Haga uso, por último, de los ejercicios prácticos de este libro para tratar de formarse una autoimagen adecuada.
La palabra “estimación” significa literalmente “aprender el valor de”. ¿Acaso los hombres han de asombrarse y empavorizarse ante el espectáculo que forman las estrellas, la luna, la inmensidad del mar, la belleza de un crepúsculo florido, y, al mismo tiempo, han de rebajarse a sí mismos? ¿No hizo el mismo Creador al hombre? ¿No es el hombre, acaso, la más maravillosa de todas las criaturas? Esta estimación del valor propio no representa el egotismo, a menos que se presuma que el individuo se ha autohecho. No menosprecie el producto a causa de que no lo haya empleado correctamente. No culpe infantilmente al objeto por los errores que usted mismo cometa; ello sólo digno del escolar que dice: “Esta máquina no sabe escribir con ortografía”.
El mayor secreto de la auto estimación consiste en comenzar a apreciar más a la gente y en mostrar respeto a cualquier ser humano por el hecho de que es una criatura de Dios y un objeto de valor. Deténgase y piense en cómo va a tratar a su prójimo. Está tratando con una “única creación individual del Creador”. Practique el tratamiento con la persona ajena como si ésta tuviera su valor propio, y, bastante sorpresivamente para usted mismo, su autoestimación aumentará sin cesar, ya que el verdadero “autoaprecio” no deriva de lo que haya hecho ni de sus propios pensamientos, sino de la apreciación de lo que es usted por sí mismo: una criatura de Dios. Cuando llegue a obtener esa creencia habrá necesariamente de concluir que todas las demás personas deben ser apreciadas por esta exclusiva y única razón.


6.                      LA AUTOCONFIANZA (LA CONFIANZA EN SI MISMO)

La experiencia del éxito produce la confianza. Cuando iniciamos una empresa cualquiera, lo más probable es que nos sintamos poco confiados con respecto a la misma ya que no hemos aprendido por experiencia propia cómo vamos a conseguir el éxito. Este es un principio verdadero en lo que concierne a aprender a montar en bicicleta, a hablar en público o a practicar la cirugía. Es absolutamente cierto que el éxito conduce al éxito. Inclusive un pequeño éxito puede ser empleado como el primer paso que damos en el camino que ha de llevarnos a otro éxito mayor. Los mánagers de los boxeadores se muestran sumamente cuidadosos en escogerles a sus pupilos una serie de combates graduados para que éstos vayan adquiriendo, a través de una carrera de éxitos, la experiencia que necesitan. También nosotros podemos emplear la misma técnica: comenzar a experimentar –por grados- el éxito en pequeña escala.
Otra técnica importante consiste en formarnos el hábito de recordar los éxitos del pasado y olvidar los fracasos. Este es el medio con el que tanto el computador electrónico como el cerebro humano parecen operar. La práctica mejora la habilidad en el juego de básquetbol, golf, etc., lo mismo que en el arte de la venta, y ello no porque la repetición tenga algún valor en sí misma. Esta hace que aprendamos de los errores más que de los aciertos. Una persona que se halla aprendiendo el hockey perderá el golpe muchas más veces que logre acertarlo. Si el mejoramiento de la habilidad considera en la mera repetición, la práctica de la misma la haría mejor experto con respecto a la obtención de golpes acertados conforme practicase más. Sin embargo, aunque las pérdidas de golpes puedan hallarse en la proporción de diez por un golpe acertado, a través de la práctica las pérdidas disminuyen gradualmente y los hits se consiguen con mayor frecuencia. Ello es debido a que el computador que existe en el cerebro recuerda y enfatiza los intentos mediante los cuales se obtuvo el éxito apetecido, así como olvida golpes fracasados.
Este es el medio por el cual, lo mismo el computador electrónico que nuestro propio mecanismo del éxito, aprenden a obtener lo que se proponen.
Bien, ¿mas que hacemos la mayoría de nosotros? Destruimos nuestra autoconfianza al recordar los fracasos del pasado y al olvidar todo lo que concierne a los éxitos que obtuvimos en tiempos anteriores. Además, no sólo recordamos los fracasos, sino que también los imprimimos con emoción en nuestras propias mentes; luego, nos condenamos a nosotros mismos. Nos ahogamos en la vergüenza y el remordimiento (ambas emociones son de carácter egotista e introvertido), y así logramos que desaparezca la confianza dentro de nosotros.
No importa cuántas veces haya fracasado en el pasado. Lo que interesa es que intentemos conseguir el éxito, el cual debe ser recordado, enfatizado y hacer que more dentro de nosotros. Charles Kettering ha dicho que cualquier joven que quiera ser un científico debe estar dispuesto a fracasar noventa y nueve veces antes de obtener el éxito apetecido, y, sin embargo, debe procurar que estas fallas no le causen daño alguno.
Receta:  Procure emplear los errores y equivocaciones como un medio para aprender; luego vaya menospreciándolos en su mente. Recuerde y grábese en la mente, de manera deliberada, los éxitos que alcanzara en el pasado. Todos los individuos han obtenido algún éxito en alguna vez. Especialmente, cuando comience una nueva tarea procure evocar los sentimientos que experimentó en algún éxito del pasado, no importa lo pequeño que éste haya sido.
El Dr. Winfred Overholser, Superintendente del Hospital de St. Elizabeth, manifestó que la evocación de los momentos en que actuamos con valentía es un medio excelente para recuperar la autoconfianza; que mucha gente tiende a borrar todas las buenas memorias por haber recibido del destino uno o dos golpes desafortunados. Si procuramos revivir sistemáticamente en la memoria todos los buenos momentos que vivímos, dice, nos hallaremos sorprendidos al descubrir que poseemos mucho más valor del que pensamos. El Dr. Overholser recomienda la práctica de revivir los recuerdos de nuestros éxitos y de los instantes de valentía de nuestro pasado como una ayuda imponderable para hacer reaccionar bien a nuestra autoconfianza, cualquiera que sea el caso o el acontecimiento que pueda perturbarla.


7.                      LA AUTOACEPTACION

No es posible la obtención del éxito ni de la felicidad genuina sin que la persona desarrolle en sí misma cierto grado de autoaceptación. Los sujetos más desgraciados y que más se torturan en todo el mundo son los que se están quejando en forma continua, para convencerse a sí mismos y a los demás de que ellos son básicamente distintos a como se manifiestan. No hay nada que alivie y satisfaga tanto como cuando el sujeto se desprende, finalmente, de todas sus pretensiones y se dispone a ser él mismo. El éxito que procede de las meras palabras de uno, elude con frecuencia a los individuos que se preocupan demasiado de la lucha por ser alguien, produciéndose en cambio, casi siempre, cuando la persona cesa de preocuparse y se halla dispuesta a descansar y “a ser ella misma”.
El camino de la autoimagen no tiene que ver nada con la transformación del ser individual o con el mejoramiento del mismo sino que, al cambiar éste su propia imagen mental, transforma también su propia estimación, la concepción y las creencias de ese ser suyo. Los asombrosos resultados que siguen al desarrollo de una “autoimagen” realista y adecuada, se producen no como resultado de la autotransformación sino por la autoconfianza y la autorrevelación. Su ser interno, ahora mismo, es lo que siempre ha sido y todo lo podrá ser siempre. Usted no lo ha creado, tampoco lo podrá cambiar. Usted puede, sin embargo, reconocerle su propia naturaleza y hacer lo que más pueda respecto a lo que ya es, mediante la obtención de un grabado mental de su ser auténtico. Luego no tiene por qué tentarse con ser alguien. Usted es como es ahora. Es alguien no a causa de que haya ganado un millón de dólares o conduzca el automóvil más grande de toda su calle o porque gane el bridge, sino por que Dios le creó a su propia imagen y semejanza.
La mayoría de nosotros somos mejores, más sabios, fuertes y competentes ahora de lo que creemos. La creación de una autoimagen mejor no tiene que ver nada con que nos creemos nuevas capacidades, talentos o fuerzas, sino en desempeñar y en emplear adecuadamente las que poseemos.
Podemos transformar la personalidad, pero no el ser básico. La personalidad es como una herramienta, un utensilio, un punto focal del ser que empleamos en nuestros tratos con el mundo; constituye la suma total de nuestros hábitos y actitudes y las habilidades aprendidas que empleamos como método de expresión de nosotros mismos.


Uno mismo no es su error ni su equivocación

La autoaceptación significa que tenemos que ponernos de acuerdo ahora con nosotros mismos y aceptarnos como somos con todas nuestras faltas, debilidades, defectos y errores, y también con nuestras disponibilidades y fuerzas. La autoaceptación es más fácil de adquirir, sin embargo, si confiamos en que todos esos rasgos negativos de “nos pertenece a nosotros” no son nuestros. Muchas personas rehuyen la saludable autoaceptación al insistir en identificarse a sí mismas con sus errores. Se puede haber cometido un error, pero ello no significa que uno sea el error mismo. Puede ser que un individuo determinado no se pueda expresar con propiedad y a su entera satisfacción, más ello no tiene que implicarse con el concepto de que uno “no es bueno”.
Debemos ser capaces de reconocer nuestros errores y defectos antes que intentemos corregírnoslos.
El primer paso que ha de llevarnos al logro del autoconocimiento consiste en reconocer las áreas del mismo que ignoramos. El primer paso que nos conduce a la fuerza consiste en el reconocimiento de que somos débiles. Por otra parte, todas las religiones manifiestan que el primer paso hacia la salvación reside en que reconozcamos que somos pecadores. En el viaje que nos ha de conducir a la meta de la autoexpresión ideal, debemos emplear los datos negativos almacenados en el feed-back con el objeto de corregir el camino que seguimos como en cualquier otra situación en que nos hallamos persiguiendo un fin determinado.
Ello requiere que admitamos y aceptemos el hecho de que nuestra personalidad, autoexpresión, o lo que algunos psicólogos llaman el “se real” es siempre imperfecto y no abraza a todo el ser interno.
No existe nadie en el mundo que en el transcurso de la vida alcance a expresar completamente las potencialidades del ser real. Nuestro ser real y nuestra autoexpresión nunca llegan a agotar las diversas posibilidades y fuerzas de que están dotados: sólo pueden aprender más, a actuar y a conducirse mejor. El ser real es necesariamente imperfecto. A través de la vida, se mueve constantemente en la dirección que le lleva hacia un objetivo ideal, mas nunca habrá de poder alcanzarlo. El ser real no es sujeto estático, sino dinámico. Jamás logra formarse por completo, sino que siempre se halla en estado de desarrollo.
Es importante, entonces, que aprendamos a aceptar al ser real con todas sus imperfecciones, ya que es el único vehículo de que disponemos “para viajar por la vida”. Los neuróticos rechazan el ser real y lo odian por todas sus imperfecciones. En su lugar procuran crearse uno, autoideal y ficticio, que es casi perfecto y “casi ha alcanzado la meta”. Tratar de mantener el engaño y la ficción no constituye sólo una terrible tendencia mental, sino que también ello invita al individuo a la frustración y a la desilusión, sobre todo, cuando éste trata de operar en un mundo real con un “Yo” totalmente ficticio. Puede ser que una diligencia no constituya el medio más favorable de transporte, mas una diligencia real podrá conducirnos de costa a costa mucho mejor y más satisfactoriamente que un “Jet” ficticio.
Receta: Procure aceptarse tal como es y comience con ello el tratamiento. Aprenda a aceptarse emocionalmente las imperfecciones que posea. Es necesario que reconozcamos intelectualmente nuestros propios defectos, pero también debemos evitar el desastre de odiarnos a causa de los mismos. Establezca la diferencia que exista entre el ser y la conducta. “Usted” no es una ruina ni un sujeto sin valor porque haya cometido alguna que otra falta o se haya desviado de su camino, exactamente igual que tampoco queda sin valor una máquina de escribir “porque haya cometido un error ortográfico” o un violín “que haya falseado una nota”. No se odie por no ser perfecto. Usted posee muchas disposiciones. Nadie es perfecto y quien pretende que lo es engaña ingenuamente a sí mismo.


Usted es alguien ahora mismo

Mucha gente se odia y muestra repugnancia hacia su persona debido a que siente y experimenta deseos biológicos perfectamente naturales. Otros sujetos se repugnan porque, debido a sus proporciones físicas, no se creen iguales a los patrones corrientes de la moda. Recuerdo la década del año 1920 en adelante, cuando muchas mujeres se sentían avergonzadas de poseer pechos grandes. Estaba en boga entre las muchachas la figura del mancebo y los pechos constituían tabú. Hoy muchas mujeres se llenan de ansiedad por no poseer un busto de cuarenta pulgadas. Durante los años veinte muchas mujeres solían acudir a mi consultorio y decirme así: “Hágame algo que reduzca el volumen de mis pechos”. Hoy la petición es esta: “Haga lo que sea para aumentar el tamaño de mi busto”. Esta rebusca de la identidad, este deseo de parecerse a todo el mundo, esta urgente necesidad de ser alguien es universal, pero estamos equivocados cuando la buscamos de conformidad y con la aprobación de las otras gentes, y, además, casi siempre en los aspectos materiales. Nuestro cuerpo es un don de Dios. El individuo sólo es un punto entre otros puntos. Mucha gente se dice a sí misma: “A causa de que soy flaco, gordo, bajo, demasiado alto, etc., no soy nada en realidad”. Procure decirse lo siguiente, en vez de lo anterior: “Puede que no sea perfecto, quizá tenga defectos y debilidades, puede ser que salga del tipo común, quizá tenga que emprender un camino muy largo, pero soy algo y alguien, y voy a hacer todo lo que me sea posible de ese alguien y de ese algo”.
Es precisamente, el joven de poca fe quien suele manifestar: “No soy nadie ni nada”. Comentaba Edward W. Bok.: “Es el joven que posee una verdadera concepción de la vida quien afirma: “Soy todo y voy a demostrarlo”. Ello no se refiere al egoísmo, y si hay gente que piensa así debemos dejarla pensar de esa manera. Nos basta con saber que ello significa fe en sí mismo, verdad y confianza, la expresión humana que tenemos de Dios dentro de nosotros. Dice: ‘Hago mi trabajo’. Ve y hazlo. No importa como sea: hazlo, pero ejecútalo con celo, con gusto suficiente para superar los obstáculos y alejar de ti la falta de valor y la carencia de entusiasmo”.
Acéptese. Sea usted mismo. Nunca podrá percibir las potencialidades y posibilidades inherentes en ese algo especial y único que es USTED si se da la espalda a sí mismo, se siente avergonzado o, al odiarse, rehusa reconocerce.

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