viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo IX


Capítulo Noveno

El mecanismo del fracaso:
Cómo hacer que opere en su favor en vez de que funcione en su contra


Las calderas de vapor tienen medidores de presión que muestran cuando ésta alcanza un punto peligroso. Cuando reconocemos el peligro en potencia, debemos emprender la acción correctiva, salvando así nuestra seguridad. Las calles sin salida o los callejones ciegos y los caminos en que se cierra el paso pueden producirle varios inconvenientes y retrasarle la llegada a su destino en el caso que no tengan marcada una señal fácil de reconocer que indiquen lo que son. No obstante, si logra leer las señales y emprende la acción correctiva apropiada la enfrentarse con callejones sin salida, ello le puede ayudar a alcanzar su destino con mayor facilidad y eficiencia.
El cuerpo humano posee su propia luz roja y sus “señales de peligro” a las cuales llaman los médicos “síntomas” o “síndromes”. Los pacientes tienden a mirar los síntomas con cierta malevolencia: una calentura, un dolor, etc., es siempre algo “malo”. En efecto, estas señales negativas funcionan en propio beneficio del paciente si éste las interpreta por lo que realmente son y emprende la acción correctiva necesaria. Son, en verdad, los medidores de presión y las luces rojas que nos ayudan a que mantengamos la salud del cuerpo. El dolor de la apendicitis puede parecer “malo” al paciente, pero en realidad opera a favor de su sobrevivencia pues si éste no sintiera dolor no se dispondría a que le extirpasen el apéndice.
El tipo de personalidad de fracaso también tiene sus síntomas. Necesitamos ser capaces de reconocer en nosotros mismos estos síntomas de fracaso de tal modo que podamos hacer algo acerca de ellos. Cuando aprendemos a reconocer ciertas tendencias personales como típicas señales del fracaso, éstos síntomas actúan automáticamente como datos negativos de la retroacción y, entonces, la guía auxiliar nos desvía del camino que conduce a las realizaciones creadoras. Sin embargo, no necesitamos solamente hacernos conscientes de ellas. Todo el mundo las siente. Necesitamos, pues, reconocerlos como “indeseables”, como cosas que no queremos y lo más importante de todo consiste en que nos convenzamos profunda y sinceramente de que estas cosas no conducen a la felicidad.
Nadie se halla inmune ante estos sentimientos y actitudes negativos. Incluso las personas de mayor éxito suelen experimentarlos de vez en cuando. Lo más importante consiste en reconocerlos por lo que son en sí mismos y en que emprendamos la debida acción positiva para corregir el curso de los mismos.


La imagen del fracaso

También hallado que los pacientes pueden recordar estas señales negativas de la retroacción, o sea lo que denomino “el mecanismo del fracaso”, cuando se les asocian a las letras que forman la palabra Failure = fracaso-disparate-desliz o defecto. Estas letras son las siguientes:

F-rustration, hopelessness, futility = Frustración, desesperanza, futilidad.
A-ggressiveness (misdirected) = Agresividad (mal dirigida).
I-nsecurity = Inseguridad.
L-onelines (lack of “oneness”) = Soledad (carencia de unidad con la gente).
U-ncertainty = Incertidumbre.
R-esentment = Resentimiento.
E-mptiness = Vaciedad, o, en este caso, sensación de vaciedad.


La comprensión conduce a la cura

A nadie le gusta permanecer quieto, con deliberad premeditación, cultivando estos defectos y decidiendo desarrollar estas tendencias negativas por el solo gusto de sentirse perverso. Eso no acontece. Tampoco estas tendencias indican la imperfección de la naturaleza humana. Cada una de estas tendencias negativas fueron adoptadas originalmente por el individuo como “medio” de resolver alguna dificultad o problema. Las adoptamos a causa de que las vemos equivocadamente como un “medio” que nos ayuda a salir de alguna dificultad. Poseen, pues, sentido y propósito, aunque éstos se basan en la premisa errónea. Constituyen un “modo” o “medio de vida” para nosotros. Recuerde que una de las más fuertes necesidades de la naturaleza humana consiste en reaccionar adecuadamente al medio en que vivimos y a los problemas que se nos presentan. Podemos curar estos síntomas del fracaso, no por la fuerza de la voluntad, sino por la comprensión, por la capacidad que tengamos de “ver” que no operan positivamente y que son inapropiadas para un buen desarrollo de la personalidad. La verdad puede liberarnos de las mismas. Así, pues, cuando podamos ver la verdad, entonces las mismas fuerzas instintivas que nos hicieron adoptarlas en primer lugar, habrán de operar sobre nuestra conducta ayudándonos a erradicarlas.


1.                      LA FRUSTRACIÓN

La frustración es un sentimiento emotivo que desarrollamos cuando no hemos logrado alcanzar algún objetivo importante que nos habíamos propuesto, o cuando se nos suscitan obstáculos a la realización de algún deseo vehemente. Todos tenemos necesariamente que sufrir algunas frustraciones por el mismo hecho de ser seres humanos y, por lo tanto, criaturas imperfectas, incompletas y no formadas totalmente. Conforme alcanzamos la madurez, vamos aprendiendo poco a poco que no podemos satisfacer de inmediato todos nuestros deseos. También aprendemos que nuestros hechos nunca pueden ser tan buenos como las intenciones que nos impulsan a ejecutarlos. Asimismo, percibimos a aceptar el hecho de que para ejecutar bien las cosas no se requiere ni se necesita de la perfección absoluta y que las aproximaciones relativas son suficientes para la consecución de nuestros propósitos prácticos. Aprendemos, pues, a tolerar cierta suma de frustración sin llegarnos a sentir molestos debido a ello.
Sólo cuando una experiencia de frustración nos produce un exceso emocional de sentimientos de profunda insatisfacción y futilidad, llega a transformarse la experiencia mencionada en un síntoma de fracaso.
La frustración crónica suele indicar que los fines que nos hemos propuesto seguir son irreales o bien que la imagen que poseemos de nosotros mismos es inadecuada o quizá ambas cosas a la vez.





Objetos prácticos contra metas perfeccionistas

Para su amigo, Jim S. Era un hombre de éxito. Habíase ido elevando desde conserje del despacho hasta vicepresidente de la compañía en que trabajaba. Su promedio de golf no llegaba a los ochos. Tenía una bella esposa y dos hijos que le querían mucho. Sin embargo, se sentía frustrado crónicamente por lo excesivo de los fines irrealistas que perseguía. No era, naturalmente, perfecto en nada, pero debería serlo. Ya debería ser el jefe del consejo. Debería tirar más debajo de los setenta. Debería ser un marido y padre tan perfecto que su esposa no pudiera nunca hallar una causa de desacuerdo con él ni sus hijos excusa alguna para comportarse mal. Atinar al ojo de buey no era lo suficiente para él: tenía que atinar al mismísimo centro infinitesimal del ojo de buey. “Debería emplear en todos sus asuntos la misma técnica que Jackie Burke recomienda al empujar –le dije. Esta no consiste en sentir que tiene que lanzar la bola derecha al mismo hoyo a través de un largo camino, sino apuntar a un área que tenga el tamaño de un lavabo. Eso le ayudará a relajar la tensión y le capacitará para que tenga mejor actuación. Si ello es bueno con respecto a los profesionales también lo debe ser para usted”.


La profecía de lo que ha de acontecerle le conducirá a un fracaso cierto

Harry N. era un tanto distinto. No había conseguido poseer ninguno de los signos externos de éxito. Sin embargo, había tenido muchas oportunidades, todas las cuales había desperdiciado. Tres veces llegó a casi conseguir el empleo que quería y otras tantas “le había acontecido algo”, algo le había hecho fracasar siempre, precisamente, cuando parecía que ya el éxito lo tenía entre las manos. Dos veces también había sufrido serios reveses en asuntos amorosos. Su autoimagen era la de una persona indigna, incompetente e inferior, que no tenía derecho al éxito o a hallar satisfacción en las mejores cosas de la vida, e involuntariamente trató de serle fiel a ese papel. Sentía que no era de esa clase de personas que merecían suerte y siempre se las arreglaba para hacer algo con lo que la profecía se convirtiera en certidumbre.


La frustración empleada como medio para solucionar los problemas no conduce a metas satisfactorias

Los sentimientos de frustración, el descontentamiento y la insatisfacción son los medios de solucionar los problemas que “aprendimos” cuando éramos niños. Si un niño tiene hambre expresa su descontento mediante gritos y llantos. Una mano cálida y tierna aparece entonces mágicamente para darle leche. Al sentirse incómodo, de nuevo expresa su descontento mediante el llanto y torna a aparecer otra mano cálida y tierna que le proporciona comodidad. Por último, no son pocos los niños que continúan comportándose de esta manera, y así logran que les solucionen todos sus problemas padres superindulgentes. Todo lo que tienen que hacer es sentirse frustrados e insatisfechos y así tener solucionado el problema instantáneamente. Este modo de vida “opera” de manera satisfactoria con respecto a los nenes de pecho y los niños pequeños. Pero no opera, en absoluto, cuando se trata de la vida de los adultos. No obstante, muchos de nosotros continuamos practicándolo al sentirnos descontentos y al expresar nuestras quejas contra la vida, aparentemente con la esperanza de que la misma vida tenga piedad de nuestros males y corra a nuestro socorro para solucionarnos los problemas en el caso de que nos sintamos lo suficientemente mal. Así, pues, Jim S. Empleaba inconscientemente esta técnica infantil con la esperanza de que alguna magia le pudiese proporcionar la perfección que anhelaba. Harry N., por otra parte, había practicado los sentimientos de frustración y de derrota de tan alto grado que éstos llegaron a hacérsele habituales. Los proyectaba, pues, hacia el futuro, a la espera del fracaso en el porvenir. Sus sentimientos habituales de derrota le impulsaron a crearse una autoimagen de persona vencida. Las ideas y las sensaciones caminan siempre unidas. Los sentimientos forman la tierra en que brotan los pensamientos y las ideas. Esta es la razón por la que se le ha aconsejado a través de todo este libro que debe imaginarse como persona que ha conseguido alcanzar el éxito, y, entonces, sentirse así desde ahora mismo.


2.                      LA AGRESIVIDAD

La agresividad excesiva y mal dirigida sigue a la frustración como la noche sigue al día. Esto fue comprobado, de manera definitiva, hace algunos años por un grupo de científicos de la Universidad de Yale que publicaron un libro titulado “La frustración y la agresividad” (Frustration and Aggressiveness, John Dollard, et al., Yale University Press, New Haven).
La agresividad misma no constituye una forma anormal de la conducta como alguna vez creyeran ciertos psiquiatras. La agresividad y la presión emotivas son condiciones necesarias para alcanzar una meta. Es mejor que empleemos, en la persecución de lo que queremos, una actitud agresiva que no una defensiva o meramente de intento. Debemos enfrentarnos agresivamente con todos los problemas. El hecho mismo de tener un importante fin que perseguir es suficientemente para crear una presión emocional en nuestra caldera que nos permita desempeñar las tendencias agresivas enfocadas a la consecución de la meta que nos proponemos alcanzar. No obstante, surgen siempre las dificultades cuando nos sentimos cercados o frustrados en el camino que habría de conducirnos a la meta deseada. La presión emocional es, entonces, contenida, y busca, inmediatamente, un orificio de salida. La agresividad mal dirigiga o empleada puede convertirse en una fuerza destructora. El trabajador que quiere darle a su jefe un puñetazo en la nariz, pero no se atreve a ello, llega a casa y le pega a su mujer y a sus hijos o simplemente le da de patadas al gato. O puede tornar la agresividad contra sí mismo, de manera sumamente parecida a la de cierto escorpión de la América de Sur, que se pica a sí cuando se halla irritado y muere a causa de su propio veneno.


Procure no desenfrenarse y perder el dominio de sí. Concentre su fuego

El tipo de la personalidad de fracaso no dirige su agresividad a la consecución de un fin que valga la pena. En vez de ello la suele emplear en canales que resulta tan autodestructivos como las úlceras, la alta presión arterial, las preocupaciones, el fumar con exceso, la sobrecarga nerviosa de trabajo, etc., o puede desarrollarla contra otras personas en las formas de irritabilidad, rudeza, murmuración, hallazgo de defectos, etc.
También puede ser que si las metas que el sujeto se ha impuesto son de carácter irrealista o imposibles de alcanzar, la solución del tipo de la personalidad de fracaso, cuando se encuentra con la derrota, consista en “tratar de volver a probar con más tozudez que siempre”. Ahora bien, cuando observa que sólo da cabezazos contra la pared de piedra, entonces se imagina inconscientemente que toda la solución del problema reside en golpear el muro con más y más fuerza.
La respuesta a la agresividad consiste en no erradicarla, sino en comprenderla y en procurar hallar los canales verdaderos y apropiados para su expresión auténtica. Hace poco tiempo, el Dr. Konrad Lorentz, famoso médico vienés y no menos célebre especialista de sociología animal, dijo a los psiquiatras en el Centro de Postgraduados de Psicoterapia, de la ciudad de Nueva York, que el estudio de la conducta de los animales ha demostrado durante muchos años que la conducta agresiva es de naturaleza básica y fundamental, y que un animal no podrá sentir ni expresar afecto hasta que sus capacidades no hayan sido provistas de las debidas expresiones de agresión. El Dr. Emanual K. Schwartz, ayudante del decano del mencionado centro dijo que los discubrimientos del Dr. Lorentz han producido conclusiones a tremenda influencia para el hombre e incluso pueden llegar a requerir una revaluación total de las diversas opiniones que existen respecto a las relaciones humanas. Indican, dijo, que la provisión de una salida apropiada para la agresión es tan importante, si no más, que el proveernos de una salida para el amor y la ternura.


El saber da fuerza

Sólo mediante la comprensión de lo que es inherente al mecanismo psíquico se puede ayudar a la persona a manejar el ciclo de la frustración agresiva. La agresión mal dirigida consiste en la tentativa de dar en un blanco (la causa original) sin apuntar a ningún blanco. Esto, desde luego, no produce fruto alguno. No se puede solucionar un problema creando otro que tenga como causa el problema original. Si siente como si el problema que persigue solucionar se le divide o “escapa de las manos”, deténgase un momento y pregúntese: “¿Es que se halla operando mi mecanismo de la frustración?” “¿Qué es lo habrá frustrado mis planes?” Cuando observe que su respuesta es inadecuada, habrá andado un largo trecho del camino que conduce al dominio del problema. También esta observación con respecto a lo inapropiado de la respuesta le aliviará de remordimientos y preocupaciones cuando alguien se muestre rudo hacia usted, si cree en ello es debido, probablemente, no a un acto voluntarioso, sino a la influencia del mecanismo automático en el proceso de su funcionamiento. La presión del otros individuo ha descendido en alto grado y ya no puede usarla como fuerza impulsora destinada a alcanzar algún fin. El mecanismo de la frustración agresiva produce numerosos accidentes automovilísticos. La próxima vez que alguien se la muestre tosco entre el fárrago del tráfico, procure observar la siguiente conducta: en vez de ponerse agresivo, de tal modo que constituya una amenaza hacia sí mismo, dígase: “El pobre hombre no tiene nada contra mí personalmente. Quizá su esposa haya quemado las tostadas esta mañana, quizá no haya podido pagar la renta, o puede ser que le haya regañado su jefe”.


Adquisición de valores de seguridad mediante la presión emotiva

Cuando ve bloqueado el camino que le habría de llevar a la consecución de alguna meta importante, se siente en estado parecido al que una locomotora llena de vapor que no tiene a dónde dirigirse. Cuando se halle en ese caso, necesitará una válvula de seguridad que dé escape al exceso de vapor emocional que guarda en sus “calderas”. Las diversas clases de gimnasia y de ejercicios físicos conviértense, entonces, en excelentes medios para sacudirse los impulsos agresivos. Resultan especialmente buenos los deportes que usted haya cultivado y domine con algún éxito: el golf, el tenis, etc. Muchas mujeres que se sienten frustradas reconocen intuitivamente el valor de los ejercicios musculares pesados en cuanto respecta al rechazamiento de la agresividad y sienten impulsos de destrozar todos los muebles de la casa luego de haberse puesto furiosas. Otro remedio excelente consiste en sacudirse la ira escribiendo lo que se le antoje. Por ejemplo, escriba una carta al individuo que haya sido la causa de su frustración o de su ira. Redacte los asuntos que le hayan herido. No abandone nada a la imaginación. Luego, queme la carta.
Lo mejor de todo consiste en canalizar la agresividad apuntándola al fin que se haya propuesto conseguir. El trabajo constituye siempre una de las mejores terapias y de los tranquilizadores más efectivos para serenar a un espíritu conturbado.


3.                      LA INSEGURIDAD

El sentimiento de la inseguridad se basa en el concepto o creencia de la insuficiencia e imperfección internas. Si nota que no “dispone de las fuerzas suficientes” para lo que se requiere de usted, es indudable que habrá de sentirse inseguro. Gran parte de nuestras sensaciones de inseguridad no se deben al hecho de que nuestros recursos interiores sean efectivamente inadecuados, sino que son debidos al hecho de que empleamos, para medirlos, inadecuados instrumentos de medición. Comparamos nuestras capacidades efectivas a las de un ser “ideal” absolutamente perfecto. El conceptuarse a sí mismo en términos absolutos conduce a la inseguridad.
La persona insegura siente que “debiera” ser buena, y punto. Que “debiera” ser feliz, y también punto. Que “debiera” obtener éxito, ser competente, etc., todo ello de manera redondeada y definitiva. Todos estos son objetivos dignos y de gran valor, más no se deben pensar en ellos, al menos en su sentido absoluto, como fines que conquistar, sino como en algo que hay que alcanzar más que como en algo que “se debiera” ser.
Ya que el hombre es un mecanismo que lucha por la consecución de sus fines, el “ser” cumple solamente sus funciones cuando está moviéndose hacia delante “en busca de algo”. ¿Recuerda la comparación de la bicicleta de que hablamos en el capítulo anterior? El hombre sólo mantiene su balanceo, equilibrio y sentido de seguridad cuando camina en persecución de algo, cuando busca algo. Cuando se halla pensando en sí mismo como en un sujeto que había tenido una meta hacia que orientarse, el hombre se convierte en un ser estático y pierde, entonces, la seguridad y el equilibrio en que se hallaba cuando se dedicó a moverse hacia delante “en busca de algo”. El hombre que se halla convencido de su “bondad” en un sentido absoluto no sólo carece del incentivo de hacerse mejor, sino que también se siente inseguro a causa de que tiene que defender su ilusión y pretensiones acerca de su supuesta bondad. “El hombre que cree haber llegado a su fin, ya ha agotado su utilidad para nosotros”, me dijo, recientemente, el presidente de una gran firma comercial. Cuando alguien llamaba “bueno” a Jesús, Él le reprendía: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo hay uno bueno, y Ése es el Padre.” A San Pablo se le consideraba generalmente como a un hombre bueno, más su actitud era la siguiente: “Yo mismo considero que no he llegado a la perfección … pero trato de ir hacia el fin”.


Asiente los pies en la tierra firme

Es inseguro el tratar de permanecer en la punta de un pináculo. Trate metalmente de descender de su caballo y sentirá mayor seguridad.
Ello tiene aplicaciones sumamente prácticas. Cuando un equipo que participa en un campeonato comienza a considerarse “campeón”, ya no tiene en el futuro conquista por la que luchar, mas se ve obligado a defender su campeonato. Los campeones, pues, defienden algo, y, al mismo tiempo, tratan de demostrar “algo”. Las personas que se sienten oprimidas luchan por hacer algo, y, con frecuencia, sólo logran sacar algún trastorno de todo ello.
En otros tiempos conocí a un boxeador que luchó muy bien hasta que conquistó el campeonato. Fue vencido en la siguiente lucha y perdió lo que tan bien había conseguido. Ello le produjo una gran desilusión. Mas, poco tiempo después de haber perdido el título, volvió a luchar bien y reconquistó el campeonato. Un manager, que conocía a la perfección el oficio a que se dedicaba, le aconsejó sabiamente: “Usted podrá luchar tan bien como un campeón en el momento en que se dé cuenta de una sola cosa: cuando suba al ring, piense en que no está defendiendo el título, sino en que va a tratar de conquistarlo. Ya no lo posee; lo dejó en la lona en el instante en que comenzó a resbalar por las cuerdas”.
La actitud mental que engendra la inseguridad consiste sólo en “el modo” con que se enfrenta uno a las cosas y los acontecimientos. Hay un modo de substituir el fingimiento y la pretensión por la “verdadera” realidad. Consiste en la manera de demostrarse a sí mismo y a los demás individuos la superioridad propia. Mas ello conduce a la autoderrota. Si usted es perfecto y superior ahora, entonces no tiene necesidad de luchar, de aferrarse a algo ni tampoco de intentar nada que le conduzca a un perfeccionamiento. En efecto, si usted posee esta idea de sí mismo ello puede ser considerado como la mayor evidencia de que en realidad no es un sujeto superior, ya que no intenta hacer nada para “probarlo”. Así, sólo pierde la lucha y la voluntad de ganar.


4.                      LA SOLEDAD

Todos nosotros solemos hallarnos solos a veces. Ello constituye el tributo natural que pagamos por ser humanos y sujetos individuales. Mas en el sentimiento extremo y crónico de la soledad –de haber sido separados de las gentes- el que forma uno de los síntomas más notables del mecanismo del fracaso.
Este tipo de soledad se produce por un enajenamiento de la vida. Es pues, la soledad de su “Yo” real. La persona que se siente enajenada de su ser real se ha cortado a sí misma el contacto básico y fundamental con la vida. La persona solitaria se crea con frecuencia un círculo vicioso. A causa del sentimiento de enajenación de sí mismo, los contactos humanos del individuo no son muy satisfactorios y poco a poco va convirtiéndose en un recluso social. Al hacer esto se autoprohibe el paso por las sendas que le conducían a hallarse a sí mismo, lo que, al mismo tiempo, le obliga a perder las actividades sociales en que debería participar con las personas ajenas. Hacer algo en colaboración con el prójimo y hallar satisfacción en hacerlo nos ayuda a olvidarnos de nosotros mismos. Al participar en una conversación estimulante, al danzar o jugar juntos, o, por otra parte, al colaborar con la gente en la persecución de una meta común, nos interesamos en algo más que de nuestros propios espejismos y pretensiones. Conforme vamos conociendo más al prójimo, sentimos menor necesidad de mostrarnos pretenciosos. Nos “deshelamos” y nos convertimos en sujetos más naturales. Cuanto más nos dediquemos a ello, sentiremos mejor que debemos alejarnos de nuestros “castillos de arena” y pretensiones para sentirnos más cómodos con el hecho “de ser nosotros mismos”.


La soledad constituye un “modo de conducta humana” que no labora en el desarrollo de la personalidad

La soledad es sólo un medio de autoprotección. Las líneas de comunicación con el prójimo –especialmente, cualquiera de los lazos emocionales con el mismo-, quedan cortadas. Representan el modo de proteger a nuestro ser “idealizado” contra los riesgos de diversa índole, el dolor y la humillación. La personalidad solitaria teme a la gente. La persona solitaria se queja con frecuencia de que no tiene amigos y que no hay gente con la que ella pueda mezclarse. En la mayoría de los casos arregla los cosas involuntariamente, de tal manera que pueda justificar su actitud pasiva, esto es, tratar de que los otros vengan hacia ella, que el individuo ajeno dé el primer paso. Jamás se le ocurre que ella debe también contribuir con algo a las diversas situaciones sociales.
Sean cuales fueren sus sentimientos, fuércese a mezclarse con otras personas. Luego del primer intento, se hallará en una atmósfera más cordial sintiéndose cada vez más a gusto si persiste en ello. Procure cultivar algún arte o gracia de carácter social con que contribuya a la felicidad del prójimo: la danza, el bridge, tocar el piano, el tenis, la conversación, etc. Es un antiguo axioma psicológico el que nos habla de que la constante exposición al objeto de nuestros temores nos inmuniza el miedo. Conforme la persona solitaria prosiga forzando las relaciones sociales –no de forma pasiva, sino activamente- hallará, poco a poco, que la mayoría de la gente es de naturaleza amistosa y que es aceptada por ésta. La vergüenza y la timidez comenzará a desaparecer, y, entonces, el individuo se hallará más cómodo en la presencia de otras personas que consigo mismo. La experiencia de que es aceptado por la sociedad le capacitará también a autoaceptarse.


5.                      LA INCERTIDUMBRE

Elbert Hubbard dijo: “El mayor error que puede cometer el hombre consiste en el temor de cometerlo”.
La “incertidumbre” es una “manera” de evitar los errores y la irresponsabilidad. Esta actitud se basa en la falaz premisa de que si no se adopta una decisión, nada se podrá hacer bien. El “estar equivocado” sujeta a horrores indescriptibles a la persona que tiende a concebirse como perfecta. Nunca se equivoca y hace perfectamente todas las cosas. Si fuera a equivocarse alguna vez, su imagen de la perfección y su “Yo” todopoderoso derrumbaríase al instante. Por lo tanto, la decisión de hacer se convierte, para el individuo en este carácter, en un asunto de vida o muerte.
Una de las maneras de la incertidumbre consiste en evitar tantas decisiones como sean posibles. Otro modo estriba en disponer de un chivo expiatorio al que culpar del error propio. El tipo de personalidad perfecta suele adoptar decisiones temerarias, prematuras y atrabiliarias. El atreverse a adoptarlas no le ofrece ningún problema: es un individuo perfecto. En cualquier caso, carecer de razón es imposible para él. Entonces, ¿por qué habría de considerar los hechos y sus consecuencias? Es capaz de continuar manteniendo esta ficción, incluso cuando las cosas le han salido al revés de lo que pensaba, simplemente convenciéndose que ello consistió en el error de alguna otra persona. Es fácil, entonces, observar por qué yerran los dos tipos que acabamos de describir. Uno se halla sumergido constantemente “en agua hirviendo”, debido a sus impulsivas y mal consideradas acciones, mientras que el otro se halla intimidado a causa de su absoluta falta de acción. Para decirlo con otras palabras, el modo de ser que para tener razón se halla basado en la “incertidumbre” tampoco labora en beneficio del individuo de este tipo.


Nadie está en lo cierto durante todo el tiempo

Crea que no se requiere que un hombre esté en lo cierto el ciento por ciento de todo el tiempo. Ningún bateador del béisbol tiene un 1,000 de promedio. Si acierta tres de cada diez tantos solemos considerarlo bueno. El gran Babe Ruth, que mantuvo el record del mayor número de home runs, también tenía el record de la mayor cantidad de strike-outs. Reside en la propia naturaleza de las cosas el que progresemos mediante los hechos, cometiendo errores y corrigiéndolos mientras los estamos haciendo. Un torpedo guiado llega al blanco luego de haber cometido una serie de errores y de haberlos ido corrigiendo en el curso de su carrera. Desde luego, usted no podrá corregir el curso de su propio camino si todavía no ha emprendido la marcha. Así, pues, en ese estado, no podrá transformar no corregir nada. Debe considerar los hechos conocidos de una situación determinada, imaginar las diversas consecuencias de los distintos cursos que emprenda al actuar, escoger uno de los que le parezca ofrecerle la mejor solución y arriesgarse en él. Podrá, entonces, corregir su camino en la propia marcha.


Sólo “las gentes pequeñas” nunca se equivocan

Otro medio auxiliar para superar la incertidumbre consiste en confiar en el papel que desempeña la autoestimación en cuanto se refiere a emprender una decisión. Mucha gente no se decide a hacer algo a causa de que teme perder la autoestimación en el caso de llevar la decisión a la práctica y que ésta resulte equivocada. Procure emplear el autoaprecio en su propio beneficio en vez de usarlo contra sí mismo, y trate, al mismo tiempo, de convencerse de esta verdad: los grandes hombres y las grandes personalidades cometen errores y siempre los reconocen; es sólo la persona insignificante la que teme admitir que se ha equivocado.
“Ningún hombre llega a hacerse grande o bueno si no ha cometido grandes y numerosas equivocaciones”, decía Gladstone. “He aprendido más de mis errores que de mis éxitos”, dijo Sir Humphry Dhabi. “Aprendemos mucho mejor a ser prudentes y sabios a causa de nuestros errores que de nuestros éxitos; descubrimos, con frecuencia, lo que debemos hacer al averiguar lo que no debimos realizar, y, probablemente, en hombre que nunca cometió un error, tampoco logrará descubrir nada”. –Samuel Smiles. “Mr. Edison trabajaba incesantemente sobre un problema empleando el método de la eliminación; si alguien le llegaba a preguntar si no le producían desaliento los intentos desafortunados, él le replicaba: ‘No, no me desanimo, porque cada intento fracasado lo descarto de mi investigación y ello representa otro paso hacia delante’. –Mrs. Tomas A. Edison.


6.                      EL RESENTIMIENTO

Cuando el tipo de personalidad de fracaso trata de hallar un chivo expiatorio o excusa para justificar su error, culpa frecuentemente a la sociedad, al “sistema”, a la vida o a las diversas “vaciedades” que suele hallar en todo. Se llena de resentimiento al observar el éxito y la felicidad de los otros, ya que ello le demuestra que la vida le ha proporcionado “a él” pocas oportunidades y le ha tratado rigurosamente. El resentimiento constituye un intento de hacernos pasar nuestros propios fracasos explicándonoslos en términos de los malos tratos y de las injusticias que nos ha hecho experimentar la vida. Mas la tratar de remediar la derrota, el resentimiento constituye un medio de curación que es peor que la misma enfermedad. Es un veneno mortal para el espíritu, hace imposible la felicidad y contribuye al gasto de tremendas energías que pudieran ser aplicadas a satisfacer un fin deseado. La persona que se siente constantemente agraviada y “carga una viga” sobre el hombro, no se nos manifiesta, desde luego, como el mejor compañero o colaborador posibles. Cuando sus colaboradores no le tratan cordialmente o el jefe le señala algunas deficiencias en su trabajo, entonces toma ello como razones adicionales con que ha de alimentar un resentimiento aún mayor.


El resentimiento es sólo un “medio” que conduce al fracaso

El resentimiento es también un modo de hacer que nos sintamos importantes. Mucha gente logra una satisfacción perversa al sentirse agraviada. La víctima de la injusticia o el individuo que ha sido maltratado, manifiéstanse superiores, moralmente, al individuo que le ocasionó la injusticia o le produjo el mal.
El resentimiento constituye también un “modo” o un intento de borrar o erradicar un agravio imaginado o una injusticia que ya aconteció. La persona resentida trata de demostrar su caso, por así decirlo, ante el jurado de la vida. Si puede mostrarse lo suficientemente resentida, y, por lo tanto, comprobar la injusticia, algún proceso mágico llegará a recompensarla “por no ser así” el acontecimiento o la circunstancia que le hubo causado el resentimiento. En este sentido, el resentimiento aparece como una resistencia mental a la no aceptación de lo que ya hubo ocurrido. La palabra, por sí misma, procede de dos vocablos latinos: re, que significa “repetición”, y sentire, que denota “sentir. El resentimiento se basa en la “recreación” emotiva o en la vuelta a la lucha contra un suceso que ya aconteció. En tal caso, el resentido nunca podrá obtener la victoria, ya que trata de luchar contra lo imposible: cambiar el pasado.


El resentimiento produce una autoimagen inferior

El resentimiento, incluso cuando se basa en injusticias y agravios reales, no constituye el modo de vencer. Rápidamente se convierte en hábito emotivo. Si uno se acostumbra a sentirse víctima de la injusticia, pronto comienza a imaginarse a sí mismo en el desempeño del papel de persona victimada. El individuo lleva constantemente consigo un sentimiento interior que le obliga a buscar una excusa con que justificarse. Entonces le es fácil observar la “evidencia” de la injusticia o suponerse que ha sido agraviado, inclusive mediante la más inocente de las advertencias que le hayan sido hechas en cualquier circunstancia.
El resentimiento habitual conduce, invariablemente, a la autopiedad, que es el peor de los hábitos emocionales que uno puede cultivar. Cuando el individuo llega a asimilar firmemente estos hábitos, no se siente “bien” ni “natural” en el momento en que se halla privado de ellos. Entonces, comienza a analizar en busca de injusticias cuanto le acontece. Alguien ha dicho que esa clase de gente sólo se siente bien cuando se halla en un estado de miseria moral o de desgracia absoluta.
Los hábitos emocionales del resentimiento y de la autoconmiseración van unidos a una autoimagen inferior e inefectiva: El individuo comienza a imaginarse a sí mismo como persona digna de piedad y como víctima destinada a la desgracia.


La causa real del resentimiento

Recuerde que el resentimiento no se produce por la acción injusta de las personas, los acontecimientos o las circunstancias. Se produce por las propias respuestas y reacciones emocionales del individuo. Solamente la misma persona tiene poder sobre el resentimiento y sólo ella podrá dominárselo firmemente, convenciéndose a sí misma de que éste y la conmiseración no constituyen, de ninguna forma, los medios que han de llevarla al éxito y a la felicidad, sino al contrario, que son los caminos que habrán de conducirla a la derrota y a la desgracia.
En tanto un individuo abrigue resentimientos, será literalmente imposible para él imaginarse como sujeto lleno de confianza, independientemente y decidido, o sea, no podrá manifestarse como “capitán de su propia alma” ni “dueño de su destino”. La persona resentida trata siempre de pedirle las riendas a los otros individuos. Está constantemente dispuesta a que le dicte el prójimo cómo debe sentir y comportarse. Se hace totalmente dependiente del ser ajeno lo mismo que los mendigos. Propone demandas y reclamaciones irrazonables a los demás individuos. Por otra parte, si alguien quisiera hacerla feliz, la víctima de estos hábitos se mostrará más resentida aún y no se prestaría a ello. Si el resentido “cree” que otras personas le deben gratitud eterna o reconocimiento constante a causa de su valor superlativo, multiplicará el resentimiento en el caso de que estas “deudas” no le lleguen a ser pagadas. Si la vida le debe el modo de subsistir, el resentimiento mostrará mayor resentimiento aun si éste tarda en llegarle.
El resentimiento, pues, no se aviene bien con la persecución de una meta creadora. En el proceso de la búsqueda de un fin el individuo es siempre el “actor” y nunca “el recipiente pasivo”. El individuo se marca sus propios objetivos y cree que nadie le debe nada. El sujeto no se responsabiliza, entonces, de su propio éxito y felicidad y el resentimiento no tiene cabida en la autoimagen, y, a causa de ello, éste no forma un “mecanismo de fracaso”.


7.                      FUTILIDAD

Quizás cuando haya leído este capítulo llegará a pensar que pueden existir personas que han logrado obtener éxito y felicidad no obstante las frustraciones, la agresividad mal dirigida, los resentimientos, etc. que hayan podido experimentar. Más no esté seguro de ello. Mucha gente adquiere los símbolos externos del éxito, pero cuando tratan de abrir el arca del tesoro, escondida durante tanto tiempo, suelen hallarla vacía. Se produce algo así como si el dinero que con tanto afán han tratado de conseguir se les volviera de pronto falso en sus propias manos. Para decirlo con pocas palabras: han perdido la capacidad de divertirse. Y cuando se ha perdido la capacidad de gozar de la vida, ninguna cantidad de riquezas –ni ninguna otra cosa tampoco-, podrá conducir a la felicidad ni al éxito. Esta clase de personas llegan a obtener el dinero del éxito, mas cuando van a abrirlo y lo rompen se encuentran con que éste era vano o estaba vacío.
La persona que posee la capacidad de gozar y de divertirse, incluso con su propio Yo individual, hallará alegría en muchas de las cosas más ordinarias, simples y triviales de la vida. También logrará gozar de cualquier éxito de aspecto material que haya obtenido. La persona cuya capacidad de divertirse ha muerto no podrá gozar de nada. No le valdrá la pena de dedicarse a obtener un fin. La vida se le habrá de presentar como un terrible ladrón. Nada tendrá valor para ella. Se puede ver a esta clase de individuos pululando en los clubes nocturnos, durante noche tras noche, tratando de convencerse a sí mismos de que están divirtiéndose. Viajan constantemente de lugar a lugar, se entremezclan en multitud de grupos y siempre esperan divertirse, mas en realidad constantemente se hallan buscando una cáscara vacía. La verdad es que la alegría acompaña el proceso creador que encierra en sí mismo la lucha por alcanzar un objetivo. Es posible obtener un éxito fantasma, mas cuando lo consigue, el sujeto de esta clase se halla condenado a recibir una alegría nueva y privada de sentido.


La vida es valiosa cuando el sujeto lucha por alcanzar objetivos de valor

La sensación de vacío o “futilidad” constituye el principal síntoma de que el sujeto no vive creadoramente. El individuo, en este caso, no dispone de ningún fin que le resulte lo suficientemente importante, o no emplea sus talentos y esfuerzos en la lucha que habría de llevarle a la consecución de un objetivo valioso. La persona que se siente carente de propósitos llega a la pesimista conclusión de que “la vida no tiene propósitos”. El individuo que no se dispone a conseguir un fin valioso concluye afirmando que “la vida no vale nada”. La persona que carece de un trabajo importante se queja de que “no hay nada que hacer”. El individuo que se halla entregado activamente a la lucha por la vida o que hace todo lo posible por alcanzar un fin importante no se expresa con filosofías pesimistas, las cuales conciernen, únicamente, a “la futilidad de una vida sin sentido”.


La futilidad no constituye el “medio” indicado para llevarnos a la victoria

El mecanismo del fracaso llega a autoperpetuarse si no nos atrevemos a dar el primer paso que ha de conducirnos a romper su círculo vicioso. La futilidad, cuando uno ha llegado a experimentarla, puede convertirse en un “medio” de evitar el esfuerzo, el trabajo y la responsabilidad. Se convierte en una excusa o en la justificación de una vida carente de sentido creador. Si todo es vanidad, si no hay nada nuevo bajo el sol, si no vamos a lograr la alegría de vivir en ningún sitio, ¿por qué, entonces, nos hemos de molestar? ¿Por qué, además, habríamos de intentar de hacer nada? Si la vida sólo nos proporciona esfuerzo y fatiga; si trabajamos durante ocho horas cada día con el objeto de adquirir una casa en donde dormir; si hemos de reposar ocho horas para levantarnos y comenzar una nueva jornada de trabajo… ¿Para qué excitarnos por tan poca cosa? Todos estos razonamientos intelectuales se desvanecen, sin embargo, y llegamos a experimentar alegrías y satisfacciones cuando logramos escapar al “instrumento de tortura” y cesamos de darle vueltas al círculo vicioso de la futilidad, nos elegimos un fin determinado que perseguir y, en seguida, nos lanzamos el camino que, victoriosamente, habrá de conducirnos a la obtención de nuestro propósito.





La futilidad y la imagen inadecuadas suelen ir juntas

La futilidad puede también constituir el síntoma de una autoimagen inadecuada. Es imposible aceptar psicológicamente algo que uno cree que no lo pertenece o no se aviene con su Yo. La persona que mantiene una mezquina autoimagen puede guardar tendencias negativas durante tanto tiempo que, al conseguir un éxito genuino, llegue a incapacitarse a aceptarlo psicológicamente para poder gozar del mismo. Puede inclusive sentirse culpable de su autoimagen como si la hubiera robado. La autoimagen negativa quizás espolee a tal persona a la consecución del éxito mediante el bien conocido principio de la supercompensación, mas ello no obsta para que yo me muestre partidario de la teoría de que el individuo debe enorgullecerse de su complejo de inferioridad o estar agradecido de poseerlo a causa de que a las veces logre adquirir, mediante éste, los símbolos del éxito. Cuando, finalmente, esta clase de persona los conquista, siente poca satisfacción en ello ya que es incapaz de “acreditar” a su propia mente la obtención del éxito. Para el resto del mundo, ésta es una persona que ha obtenido el éxito. Mas el mismo sujeto habrá de sentirse inferior e indigno, casi como si fuese un ladrón que hubiera robado “la relación de los símbolos” que él creyó sumamente importante. “¡Si mis amigos y asociados pudieran saber qué clase de tipo soy!”, se dirá el aludido personaje.
Esta reacción es tan común que los psiquiatras la deminan “el síndrome del éxito” y se refiere al hombre que se siete culpable, inseguro y lleno de ansiedad cuando percibe que ha obtenido lo que deseaba. Esta es la razón a que se debe que el vocablo “éxito” se haya convertido para el sujeto de este tipo en una mala palabra. El verdadero éxito nunca daña a nadie. La lucha por la obtención de los fines más importantes para el individuo, no como “reacción de símbolos” sino en cuanto concierne a la avenencia que guarda con las más profundas necesidades de la persona, es siempre saludable. El esfuerzo que dedicamos a alcanzar un éxito real –el éxito logrado mediante la lucha-, al través de un proceso creador, nos produce grande satisfacción interior. La lucha llevada a cabo para conseguir un éxito fingido con el que arranquemos la admiración de los demás producirá siempre una satisfacción simulada.


Eche un vistazo a las metas negativas, pero enfoque la imaginación a los fines positivos

Los automóviles vienen equipados con “indicadores negativos” que se colocan enfrente del conductor para anunciarle el momento en que no carga la batería, cuando se recalienta el motor o la presión del aceite está demasiado baja, etc. La ignorancia de estas indicaciones negativas puede producir la ruina del coche. Sin embargo, no hay necesidad de sentirse indebidamente molesto cuando algunas de estas señales indican las necesidades que el automóvil requiere en este mismo instante. Simplemente, se le detiene en la primera gasolinera o en el primer garage que se encuentra y se adopta la necesaria acción positiva con qué corregir las deficiencias del vehículo. Una indicación negativa no significa que el automóvil no sea bueno. Todos los autos se recalientan a veces.
No obstante, el conductor del automóvil no debe mirar al tablero de control exclusiva y continuamente. El hacerlo así pudiera resultar desastroso. Tiene que enfocar su mirada a través del cristal, observar por dónde va, mantener la atención en la meta que persigue y a dónde quiere ir. El conductor sólo mira a los indicadores negativos muy de vez en cuando. Cuando hace esto, no mantiene por mucho tiempo la mirada sobre ellos. Enfoca rápidamente la vista en el camino que extiende delante de él y concentra la atención en la meta positiva que se propone alcanzar.


Cómo emplear la ideación negativa

También nosotros debiéramos adoptar una actitud similar en cuanto concierne a nuestros síntomas negativos. Yo mismo soy un firme creyente en lo que respecta a la “ideación negativa” cuando ésta es empleada con la debida corrección. Necesitamos “tener conciencia” de las ideas negativas de tal modo que podamos guiarnos, con respecto a ellas, con toda claridad. El jugador de golf necesita conocer donde están los hoyos y las trampas, pero no debe pensar continuamente en el hoyo a donde él no quiere dirigirse. Su mente “mira” al hoyo pero “se fija” en la yerba. El empleo correcto de este tipo de “ideación negativa” puede ayudar a conducirnos al éxito, si 1) nos mostramos lo suficientemente sensibles a la acción negativa de modo que ésta pueda servirnos de aviso de peligro. 2) reconocemos “lo negativo” por lo que en sí mismo, o sea, algo indeseable, algo que no queremos algo que no nos va a proporcionar la verdadera felicidad. 3) adoptamos la inmediata acción correctiva y la substituimos por el opuesto factor positivo inherente al mecanismo de éxito. Con esta práctica nos iremos creando, en el transcurso del tiempo, cierta clase de reflejo automático que se convertirá en parte de nuestro sistema de guía. El depósito de datos retroactivos y negativos de la retroacción funcionará como una especie de control automático, para ayudarnos a sortear claramente el rumbo de los fracasos y conducirnos al éxito.

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