viernes, 27 de agosto de 2010

PSICO-CIBERNÉTICA. Capítulo IV


Capítulo Cuatro

Rechace las falsas creencias que le tienen sugestionado


Mi amigo el Dr. Alfred Adler tuvo una experiencia cuando era niño que ilustra precisamente cómo puede influir sobre la conducta y capacidad humanas una creencia firme y arraigada. Tuvo un mal principio con respecto al aprendizaje de la Aritmética, y su maestra llegó a convencerse de que el niño Adler era inepto para las matemáticas. La maestra avisó a los padres dándoles conocimiento de este “hecho”, y les dijo que no esperasen mucho de su hijo respecto a esta disciplina. Estos también estaban convencidos de ello y Adler aceptó entonces pasivamente la apreciación que habían hecho acerca de él, y, en efecto, las notas que recibió en Aritmética demostraron que estos cálculos habían sido correctos. Cierto día, sin embargo, experimentó como un súbito fogonazo de inspiración y pensó que él iba a mostrar cómo se debía plantear un problema que la maestra había puesto en la pizarra y el cual no eran capaces de solucionar ninguno de los alumnos. Entonces, le pidió a la docente que le dejase ir al encerado. Esta y toda la clase riéronse estrepitosamente de la absurda pretensión del mal estudiante. No obstante, Adler se indignó, dirigiose al tablero y solucionó el mencionado problema asombrando a todos los presentes. Al hacer eso, confió en que podía comprender la Aritmética. Sintiose entonces con nueva confianza con respecto a sus capacidades y prosiguió así hasta llegar a convertirse en uno de los mejores estudiantes.
La experiencia del doctor Adler es sumamente parecida a la de uno de los pacientes que tuve años atrás, un hombre de negocios que quería sobresalir en el arte de la oratoria pública a causa de que tenía un mensaje vital que impartir acerca del notable éxito que había logrado alcanzar en un campo sembrado de dificultades. Poseía buena voz y tenía que hablar respecto a un tópico importante, pero era incapaz de enfrentarse con extraños y decidió abandonar el mensaje. Lo que le hizo desistir de su propósito fue, sobre todo, la arraigada convicción que mantenía de que él no podría pronunciar una buena charla y que fracasaría al tratar de impresionar al auditorio a causa simplemente de que carecía de aspecto imponente … no parecería “un buen ejecutivo”. Dicha creencia la tenía enterrada tan dentro de sí, que ésta le parecía un impedimento terrible cada vez que se detenía con un grupo de gente y comenzaba a hablar. Llegó a la errónea conclusión de que si pudiera alcanzar la oportunidad de mejorar su apariencia, entonces podría obtener fácilmente la confianza en sí mismo que necesitaba. Una operación quirúrgica podría o no haberle solucionado el problema… mi propia experiencia me ha demostrado que la transformación física no garantiza siempre el cambio de la personalidad. La solución en el caso de este hombre fue hallada cuando llegó a convencerse de que su creencia negativa era un modo de prevención que le impedía tener que entregar la información vital de que era dueño. Logró reemplazar la creencia negativa por la positiva de que él poseía un mensaje de extraordinaria importancia, y que solamente podría comunicarlo a los demás cuando se hubiera convencido que no importaba para ello el aspecto de su persona. A su debido tiempo, llegó a ser uno de los oradores más solicitados del mundo de los negocios. La sola transformación que experimentara estribó, pues, en el cambio de su falsa creencia y errónea autoimagen.
Ahora bien, el punto que deseo señalar es el siguiente: Adler había sido sugestionado acerca de la falsa creencia respecto a sí mismo. No de un modo figurativo, sino literal y realmente hipnotizado. Recuerden lo que dijimos en el último capítulo acerca de que el poder de la hipnosis estriba en la fuerza de la creencia. Permítanme repetirles aquí la explicación del doctor Barber con respecto a la fuerza de la hipnosis: “Hallamos que los sujetos sometidos a estado hipnótico son capaces de hacer cosas sorprendentes sólo cuando se hallan convencidos de que las palabras del hipnotizador manifiestan conceptos veraces… Cuando el hipnotizador conduce al sujeto hasta el punto de que éste es convencido de que las palabras de aquel representan conceptos verdaderos, el sujeto se comporta de manera distinta porque piensa y siente de modo diferente”.
Lo esencial que se debe recordar es que no importa nada de modo en que adquirió la idea o procedencia de la misma. Puede ser que usted no se haya encontrado nunca con un hipnotizador profesional. Puede ser también que nunca haya sido formalmente hipnotizado. Mas si ha aceptado una idea; de usted mismo, de sus maestros, de sus padres, de un anuncio, o mediante cualquier otra fuente, y, ulteriormente, se haya convencido de que la idea es verdadera, ésta ejercerá la misma fuerza sobre usted que las palabras del hipnotizador ejercen sobre el sujeto hipnotizado.
Las investigaciones de los hombres de ciencia demuestran que la experiencia del doctor Adler no era sola entre un millón, sino, prácticamente, típica de todos los estudiantes que obtienen malas calificaciones. Hemos relatado en el primer capítulo la manera como Prscott y Lecky obtuvo mejoramientos casi milagrosos en los grados escolares, mostrando a los niños la forma en que debían transformar sus autoimágenes. Después de haber llevado a cabo millares de experimentos y luego de haber dedicado muchos años a la investigación, Lecky llegó a la conclusión de que las malas calificaciones, en casi cada caso particular, débense, en algún grado, a la autoconcepción y autodefinición de los propios estudiantes. Estos estudiantes han sido literalmente sugestionados con ideas tales como la de “soy torpe”, “tengo una débil personalidad”, “soy poco apto para la Aritmética”, “pronuncio y escribo mal por naturaleza”, “soy feo”, “no poseo el tipo de mente mecánica”, etc. Forjándose estas autodefiniciones, el estudiante habrá de obtener malas notas con el objeto de mostrarse sincero con respecto a sí mismo. Inconscientemente, la obtención de malas calificaciones llega a convertirse en “un artículo moral” para el propio estudiante. Desde su punto de vista, debe constituir un tremendo mal obtener buenas calificaciones, sobre todo si se define a sí mismo como una persona honesta.


El caso del vendedor hipnotizado

En el libro Secrets of Successful Selling, John D. Murphy relata cómo Elmer Wheeler aplicó la teoría de Lecky para aumentar las ganancias de cierto vendedor:
“Elmer Wheeler había sido nombrado, por cierta firma, especialista en consultas de ventas. El gerente de ventas llamó su atención respecto a un caso notable. Cierto vendedor se las arreglaba para ganar nada más que 5,000 dólares al año, independientemente del territorio que le asignaran o de la comisión que le fuese abonada.
“Debido a que este viajante solía vender sumamente bien en un territorio pequeñísimo, se le confirió uno más grande y mejor. Mas al año siguiente, su comisión sumó la misma cantidad que había sumado cuando estuvo en el territorio anterior, ello es, 5,000 dólares. Transcurrió otro año, y la compañía aumentó la cantidad de comisión a percibir a todos vendedores, mas dicho empleado otra vez obtuvo solamente los eternos cinco mil dólares. Asignósele entonces uno de los peores territorios de la compañía, y de nuevo tornó a ganar los cinco mil dólares usuales.
“Wheeler sostuvo una entrevista con este vendedor y llegó a descubrir que la dificultad no consistía en el territorio sino en la evaluación que de sí mismo se había hecho el sujeto. Pensaba de sí mismo que era un hombre de cinco mil dólares de ganancias al año y en tanto tuvo ese concepto de su persona no le importaban las condiciones que se le presentasen.
“Cuando se le asignó un territorio pobre, trabajó con vigor para poder ganarse los cinco mil dólares, mas cuando se le envió a una buena región, encontró toda clase de excusas para orillar el trabajo una vez que tuvo los cinco mil dólares a la vista. Una vez que hubo alcanzado la meta se puso enfermo y fue incapaz de trabajar más durante ese año, aunque los médicos no pudieron reconocerle ninguna enfermedad, recobrando la salud, de modo milagroso, a los comienzos del siguiente año”.


Cómo una falsa creencia envejeció a un hombre de veinte años

En un libro anterior (Maxwell Maltz, Adventures in Staying Young, New York, Thomas Y. Crowell Co.) presenté el detallado caso clínico de cómo “Mr. Rossell”, de 20 años de edad, envejeció en una quincena a causa de una falsa creencia y llegó a recobrar su juventud casi tan rápidamente una vez hubo aceptado la verdad. Para decirlo brevemente, la historia es ésta: Practiqué una operación cosmética en el labio inferior de “Mr. Russel”, por unos honorarios sumamente modestos, con la condición de que él pudiera decirle a su novia que la operación le había costado los ahorros de toda su vida. Su novia no le objetaba que gastase el dinero en o con ella, e insistía en que le amaba, pero le explicaba que no podría casarse nunca con él a causa de su labio inferior demasiado grande. No obstante, cuando el joven de dijo esto, y le mostró con orgullo su nuevo labio inferior, la reacción de la muchacha fue precisamente la que ya había esperado, mas no la que “Mr. Russell” se hubo propuesto. La novia se puso histéricamente enfadada, y llamó loco al joven por haber gastado todo su dinero, y le dijo, en términos contundentes, que jamás le había amado y que nunca le amaría, y que solamente había jugado con él por entretenimiento en tanto tuvo dinero. No obstante, la muchacha fue mucho más allá de lo que yo ya sabía y había esperado. En su explosión de ira, y llena de disgusto, le dijo que iba a aplicarle un maleficio de “Voodoo”. Lo mismo “Mr. Russell” que su novia había nacido en una isla de las Indias Occidentales, en donde el “Voodoo” era practicado por los ignorantes y los supersticiosos. La familia del joven procedía de bastante buena clase social. El ambiente en que se educó era culto y él mismo estaba graduado en un “college”.
Y aunque en la culminación de la ira, su amiga le aplicó el maleficio y él se sintió vagamente indispuesto, no pensó mucho acerca de ello.
Sin embargo, recordó el hecho y asombrose de sus efectos cuando, transcurrido algún tiempo, sintió un extraño, pequeño y duro bulto dentro del labio operado. Un “amigo” que conocía algo respecto a los maleficios del “Voodoo”, insistió en que entrevistara al joven a un tal “Dr. Smith”, quien inmediatamente le aseguró que aquella dureza que le había salido dentro de la boca era la horripilante “chinche africana”, la cual le iría comiendo poco a poco toda su vitalidad y fuerza. “Mr Russell” comenzó a preocuparse de ello al observar los signos de la mengua de sus fuerzas. No tardó mucho  en creer fervientemente en todas estas supercherías. Perdió el apetito y la capacidad del sueño.
De todo diome cuenta “Mr.Rossell” cuando retornó a mi consultorio algunas semanas después de haberle dado de alta. Mi enfermera no pudo reconocerle y ello no me asombró en absoluto. El “Mr Rossell” que había venido a visitarme por primera vez era un individuo sumamente impresionante, con un labio inferior ligeramente abultado, y eso constituía todo su defecto. Era un hombre alto, con hermoso cuerpo atlético y su aspecto y manera manifestaban una alta dignidad interna y le hacían aparecer con una personalidad magnética. Los mimos poros de su piel parecían transpirar vitalidad animal.
El “Mr Russell” que ahora estaba sentado frente a mi mesa de consultorio, había envejecido por lo menos veinte años. Sus manos se estremecías con el temblor de la vejez. Sus mejillas y ojos aparecían hundidos. Quizás hubiera perdido unas treinta libras. Los cambios operados en su apariencia eran los característicos del proceso la que la ciencia médica, a falta de mejor nombre, llama “envejecimiento”.
Luego de haberle examinado rápidamente la boca, aseguré a “Mr. Russell” que le podría extirpar “la chiche africana” en menos de treinta minutos. En efecto, así lo hice. El bulto que le había causado todas las dificultades era un simple chirlo del tejido que procedía de la operación anterior. Se lo extirpé, lo mantuve en mi mano y mostréselo en seguida. Lo importante consistió en que pudo ver la verdad y en que la creyó. Exhaló un suspiro de alivio y pareciome que se hubiese operado un cambio inmediato tanto en su aspecto como en la expresión de sus palabras.
Transcurridas algunas semanas, junto con una fotografía de él y de su nueva novia, recibí una hermosa carta de Mr. Russell. Regresó a su hogar y desposó a su novia de la infancia. El hombre del cuadro era el primer Mr Russell. Pero “Mr. Russell” ha vuelto a ser joven solamente en una quincena. Una falsa creencia le hubo envejecido en veinte años. La verdad no sólo le liberó del miedo sino que también le hubo restaurado la confianza en sí mismo y, lo que es más, operose en su organismo la reversión del “proceso de envejecimiento”.
Si mis lectores hubieran podido ver, como yo le vi, a Mr. Russell” antes y después, nunca llegaría a sentir dudas acerca de la fuerza de la “fe”, o con respecto a cómo la idea, procedente de cualquier fuente y aceptada como verdadera, puede actuar sobre nosotros tan poderosamente como la misma hipnosis.


¿Está todo el mundo hipnotizado?

No sería exagerado afirmar que todo se humano se halla sugestionado en una u otra forma, ya sea por ideas que aceptó de los otros sin presentarle resistencia crítica, o ya por ideas que se ha repetido constantemente o le llegaron a convencer como verdaderas. Estas ideas negativas ejercen exactamente las mismas influencias sobre nuestras conductas como las que introduce el hipnotizador profesional en la mente del sujeto sometido a estado de hipnosis. ¿Presenció usted alguna vez una honesta sesión de hipnosis? Si así no ha sido, permítame que le escriba unos pocos de los más simples fenómenos que produce la sugestión hipnótica.
El hipnotizador le dice a un jugador de fútbol que tiene la mano pegada a la mesa y que no puede levantarla. No importa que el jugador de fútbol trate o no de levantar la mano. Simplemente, no puede hacerlo. Estira y forcejea con la mano hasta que los músculos del brazo y del hombre se le ponen tensos como cuerdas. Mas la mano queda completamente pegada a la mesa. Le dice a un capeón de levantamiento de pesas que no puede levantar un lápiz de la mesa del despacho, y aunque normalmente éste puede levantar sobre su cabeza un peso de cuatrocientas libras, ahora realmente no puede alzar el lápiz. Cosa bastante extraña, a juzgar por los ejemplos mencionados, la hipnosis no resta fuerzas a los atletas. Potencialmente son tan fuertes como siempre. Mas, desde el momento en que no ejecutan el acto consciente, sólo trabajan contra sí mismos. Por otra parte, tratan de alzar la mano o el lápiz mediante un esfuerzo voluntario y, en realidad, contraen sus propios músculos de levantamiento. Pero, por otro lado, la idea de que “no puede hacerlo” ocasiona que los músculos contrarios se mantengan apartados totalmente de su voluntad. La idea negativa hace que se derroten a sí mismos. No pueden expresar o poner en juego su verdadera fuerza media.
En dinámetro se comprobó la fuerza de presión de un tercer atleta: era ésta de 100 libras. Con toda la fuerza y la tensión de los músculos no logró pasar la aguja de la raya que marcaba las citadas cien libras. Luego fue hipnotizado y se le dijo: “Usted es sumamente fuerte. Está más fuerte que en ninguna otra ocasión en su vida. Tiene muchas, muchas más fuerzas. Usted va a sorprenderse de sus propias fuerzas”.
En seguida, tornó  a comprobarse la fuerza de presión de sus manos. Esta vez logró fácilmente alcanzar la marca de las ciento veinticinco libras.
Tornamos a decir, cosa bastante extraña, que la hipnosis no añadió mucha potencia a su fuerza real. Lo que hizo la sugestión hipnótica fue superar la idea negativa que le había impedido anteriormente expresar la totalidad de su fuerza. Para decirlo con otras palabras, el mencionado atleta, en estado normal de vigilia se había impuesto una limitación de fuerza mediante la creencia negativa de que solo podía alcanzar las cien libras de potencia de presión. El hipnotizador no hizo más que apartarle de su vista mental la piedra que le bloqueaba su verdadera expresión de fuerza, permitiéndole, entonces, la manifestación total de su potencia. La hipnosis le “deshipnotizó” literalmente de sus propias creencias “autolimitadoras” acerca de sí mismo.
Como dijo el doctor Barber, es fácil suponer que el mismo hipnotizador posea un poder mágico cuando se observan las cosas más que milagrosas que acontecen en el lapso de una sesión de hipnosis. El tartamudo habla con fácil fluencia. El tímido y el vergonzoso pierden su retraimiento, adoptan posturas arrogantes y profieren discursos estremecedores. Otro individuo, que no destaca precisamente en el manejo de los números cuando se halla en estado consciente, multiplica tres números dígitos en su cabeza. Todo lo que acaece parece producirse simplemente a causa de lo que el hipnotizador les dice que pueden hacer a los sujetos sometidos a estado hipnótico y a las instrucciones que les da para que prosigan la ejecución de cuanto éste les ordena llevar a efecto. Para los espectadores, la palabra del hipnotizador posee un poder mágico. Sin embargo, no es éste el caso. La fuerza, la capacidad básica para hacer estas cosas pertenecieron todo el tiempo a los sujetos sometidos a estado hipnótico, incluso antes de haberse encontrado con el hipnotizador. Los sujetos, no obstante, eran incapaces de aplicar esta fuerza a causa de que ellos mismos ignoraban que la poseían. La tenían como embotellada dentro de sí debido a sus propias creencias negativas. Al no haberlas aplicado nunca, habíanse autosugestionado con la creencia de que ellos no podrían hacerlas. Sería más exacto decir que el hipnotizador los había “deshipnotizado”, en vez de manifestar que los había sometido a estado hipnótico.
Dentro de su persona, quien quiera que usted sea y no obstante el gran fracasado que usted crea que es, hállase la capacidad y la fuerza de hacer lo que usted necesita para ser feliz y alcanzar el éxito. Dentro de usted, ahora mismo, se halla el poder de hacer cosas con las que jamás soñó. Esta fuerza llegará a ser aprovechable para usted en el momento en que se decida a cambiar sus creencias. Tan rápidamente como logre “deshipnotizarse de las ideas de “no puedo”, “no valgo para eso”, “no me lo merezco” y otros conceptos autolimitadores de su ser interno, podrá alcanzar lo que desea para su satisfacción y éxito en la vida.


Usted mismo puede curarse su propio complejo de inferioridad

Por lo menos el noventa y cinco por ciento de las personas sienten en sus vidas, en algún grado, las nieblas de los sentimientos de inferioridad y para millones de individuos este mismo sentimiento de inferioridad, constituye una seria barrera para alcanzar la felicidad y el éxito.
En cierto sentido de la palabra, toda persona que existe sobre la superficie de la tierra es inferior a algunos individuos o a algún otro ser humano. Sé que yo no puedo levantar tanto peso como Paul Anderson, disparar un tiro de dieciséis libras tan lejos como Parry O’Brien, o bailar tan bien como Arthur Murray. Sé esto, pero ello no me produce sentimientos de inferioridad ni tampoco opaca mi vida, simplemente, porque no me comparo de modo desfavorable con ellos, ni tampoco siento que no valgo porque no pueda desenvolverme en ciertos menesteres con tanta habilidad como estas personas. También sé que en ciertos terrenos todo sujeto con que suelo encontrarme, desde el muchacho vendedor de periódicos al presidente de un banco, es superior a mí en ciertos aspectos. Pero tampoco esas mismas personas pueden reparar un rostro dañado o desempeñar otros trabajos con la misma perfección que yo los ejecuto, y, también estoy seguro de ello, de que esos individuos citados no se sienten inferiores a mí a causa de mis habilidades.
Los sentimientos de inferioridad no se originan tanto en los “hechos” o en las experiencias, sino por nuestras conclusiones con respecto a los “hechos” y nuestras apreciaciones concernientes a las experiencias. Por ejemplo, de hecho soy un levantador de pesas inferior y un bailarín no menos malo. Ello no hace, sin embargo, que yo sea una persona inferior. La incapacidad de Arthur Murray y de Paul Anderson en cuanto respecta a la práctica de la cirugía los hace cirujanos inferiores, mas no personas inferiores. Todo depende, pues, de las normas de qué y por quién solemos medirnos o compararnos.
No es el conocimiento de nuestra inferioridad real con respecto a las capacidades y habilidades inherentes a nosotros lo que nos produce el complejo de inferioridad e interfiere en nuestras vidas: es el sentimiento de inferioridad en que hace esto.
Este sentimiento de inferioridad se nos origina por una razón precisa: nos juzgamos y comparamos no con nuestra “norma” o nuestro “par”, sino con la “norma” de cualquier otro individuo. Cuando hacemos esto, siempre y sin excepción, nos ponemos en “segunda fila”. Mas a causa de que “pensamos”, “creemos” y “presumimos” que nos debiéramos medir con la “norma” de otra persona, nos sentimos “inválidos” y como individuos se segunda clase, concluyendo con que algo debe funcionar mal dentro de nosotros. La siguiente conclusión lógica a la que nos lleva el proceso racionalista consiste en que somos sujetos “sin valor”; que no merecemos el éxito y la felicidad, y que se halla fuera de lugar para nosotros el poder expresarnos con nuestras propias capacidades y talentos cualquiera que sean éstas, con conmiseración o sentimientos de culpabilidad acerca de las mismas.
Todo ello procede de que nos hemos permitido hipnotizarnos con la idea totalmente errónea de “yo debiera ser así, y así” o “debiera ser como todos los demás” la falacia de la segunda idea puede ser reconocida a simple vista porque, en realidad, no existen normas fijas que sean comunes a “todos los demás” “Todos los demás” constituye una suma heterogénea de individualidades en la cual no existen dos sujetos parecidos.
La persona que padece un sentido de inferioridad expresa invariablemente el error de que es víctima con sus tendencias a mostrarse como un ser superior. Sus sentimientos arrancan de la falsa premisa de que es inferior. Con base en esta falsa premisa se forma una estructura total de “idea lógica” que, consecuentemente, forja el simulado sentimiento de superioridad. Si el individuo se siente mal porque es inferior, la cura consistiría en “hacerse tan bueno como los demás”, y el modo de llegar a sentirse efectivamente bien consistiría en “hacerse superior”. Esta inquieta lucha por la superioridad hace que el individuo tropiece con mayores dificultades aún, causándole, por lo tanto, mayores frustraciones y a veces acarreándole una neurosis que no padecía antes. Se siente peor que en cualquier otro momento de su vida, y cuanto “con mas ardor intenta mejorarse”, se siente más miserablemente.
La inferioridad y la superioridad son las partes reversibles de la misma moneda. La curación consiste en llegar a reconocer la falsedad total de la moneda en cuestión.
La verdad acerca del individuo es ésta:

Usted no es “inferior”.
Usted no es “superior”.
Usted es simplemente “usted”.

Usted, como responsabilidad, no se encuentra en competencia con ninguna otra personalidad, debido a que no existe otra persona en la superficie de la tierra en su clase particular que sea absolutamente como usted. Usted es un individuo. Usted es único. Usted no es “como” otra persona. Usted no debe suponer que es igual a otra persona, y ninguna otra persona debe suponer que es igual a usted.
Dios no creó una persona estándar un ningún nivel, diciéndole “Esta es ella”. El hizo a cada ser humano como un “individuo”, y “único” en su género, del mismo modo que hizo “individual” y “único” cada copo de nieve.
Dios creó a gente baja y alta, a gentes grandes y pequeñas, delgados y gruesos, a negros, amarillos, cobrizos y blancos. Jamás indicó su preferencia por un tamaño, un semblante o un color determinado. Abraham Lincoln dijo una vez: “Dios debe haber amado a la gente común, ya que creó tanta de ella”. Estaba equivocado. No existe un hombre común ni uniforme y de modelo común. Hubiera estado más cerca de la verdad si hubiera dicho: “Dios debe haber amado a las gentes diversas ya que hizo tantas de ellas”.
Un complejo de inferioridad, y la deterioración acompañante al comportamiento que origina, puede ser hecho a la orden en el laboratorio psicológico. Todo lo que se necesita es establecer una norma o un promedio, luego convencer al sujeto que no compare. El psicólogo necesitaría averiguar cómo afectarían los sentimientos de inferioridad a la capacidad de solucionar un problema. Le proporcionaría a sus estudiantes una serie de “tests” de rutina. “Mas entonces anunciaría solemnemente que la persona promedio podía completar la prueba a cerca de una quinta parte de tiempo del que le debiera tomar realmente. Cuando en el transcurso de la prueba sonara una campana indicando que había terminado el tiempo del hombre promedio, algunos de los sujetos más brillantes se mostrarían muy turbados y resultarían incompetentes, teniéndose por estúpidos”. (“What’s On Your Mind?”, Science Digest, Feb. 1952.)
Cese de compares con las personas communes. Usted no es una de ellas y jamás logrará comprender el término de la comparación. Tampoco ninguna de ellas podrá compararse con usted. Una vez que vea esta simple verdad, más que evidente, acéptela y crea en ella, y, entonces, desaparecerán sus sentimientos de inferioridad.
El Dr. Norton L. Williams, célebre psiquiatra, al dirigir una alocución a una convención médica, dijo, recientemente, que la ansiedad del hombre moderno y sus sentimientos de inseguridad, tenían origen en la carencia de autofe, y que la seguridad interior podría solamente hallarse “al encontrar dentro de sí la individualidad, única y distinta, lo cual es afín a la idea de haber sido creado a la imagen de Dios”. También dijo que la autorrealización y la autoconfianza se obtienen mediante “una simple creencia en la calidad de individualidad única que tenemos como seres humanos, un sentimiento de profunda y amplia previsión respecto a todos los seres y a todas las cosas y un sentimiento de influencia constructiva de los otros a través de nuestra propia personalidad”.


COMO EMPLEAR EL REPOSO Y LA TRANQUILIDAD PARA DESHIPNOTIZARSE

El reposo físico desempeña un papel clave en el proceso de la deshipnotización. Solemos mantener creencias, ya sean buenas o malas, verdaderas o falsas, que se nos formaron sin esfuerzo y sin sentido de la tensión y sin haber ejercitado la fuerza de voluntad. Nuestros hábitos, buenos o malos, formáronse del mismo modo. Síguese de ello que debemos aplicar el mismo proceso para formarnos nuevas creencias o nuevos hábitos, ello es: crearnos circunstancias libres de tensiones.
Se ha demostrado ampliamente que nuestra intención de aplicar el esfuerzo o la fuerza de la voluntad para transformar nuestras creencias, o para curarnos de los malos hábitos,  ha tenido efectos contraproducentes, con respecto a nosotros, más bien que benéficos. Emile Coué, el pequeño farmacéutico francés que asombró al mundo alrededor del año 1920 con los resultados que obtuvo mediante “el poder de la sugestión”, insistía que el esfuerzo era una de las más grandes causas que hacía fracasar a la mayoría de la gente cuando intentaban aplicar sus fuerzas internas. “Las sugestiones (metas ideales) deben ser obtenidas sin esfuerzo, si se quiere que sean realmente efectivas”, decía. Otro famoso dicho de Coué fue el de “la ley del esfuerzo reversivo”: “Cuando la voluntad y la imaginación se encuentran en conflicto, la imaginación invariablemente obtiene la victoria”.
El difunto Dr. Knight Dunlap dedicó casi toda su vida al estudio de los hábitos, y enseñó más procesos y ejecutó quizás más experimentos de esta clase que ningún otro psicólogo en todo el mundo. Sus métodos obtuvieron éxito en la curación de hábitos, tales como el de morderse las uñas, chuparse el dedo, los tics faciales, etc., que habían fallado con el tratamiento por medio de otros medios. La mera médula de su sistema consistió en el descubrimiento de que el esfuerzo es uno de los mayores desanimadores cuando tratamos de conseguir la cesación de un mal hábito o la adquisición de uno bueno y nuevo. Al hacer un esfuerzo para refrenar el hábito, se suele, por el contrario, reforzar éste. Tal fue uno de sus descubrimientos. Sus experimentos comprobaron que el mejor medio existente, para interrumpir un hábito, estriba en forjarse una imagen mental del deseo y del resultado, y en la práctica, que se dirija sin esfuerzo a alcanzar esa meta. Dunlap descubrió que la práctica positiva (refrenamiento del hábito), o la práctica negativa (ejecución del hábito, consciente y voluntariamente), tendría efecto benéfico si se la ayudase mediante el constante mantenimiento en la mente del objetivo-resultado deseado.
“Si se aprende un hábito reaccional, o si se llega a hacer habitual una forma de reacción”, dice, “es necesario que el  sujeto tenga una idea de la reacción que se propone adquirir o tenga una idea del ambiente en que la misma se produce… El factor más importante del aprendizaje, para decirlo con brevedad, estriba en la idea del objetivo a que nos proponemos atacar, ya sea como modelo de comportamiento específico o como resultado de la conducta, junto con el deseo de atacar al mencionado fin” (Knight Dunlap, Personal adjustment, McGraw-Hill Book Company, New York).
En muchos casos, la mera liberación del esfuerzo, o la demasiada tensión consciente, es, por sí misma, suficiente para erradicar el modelo de conducta negativa. El Dr. James S. Greene, fundador del Hospital Nacional para los Desórdenes de la Locución, de la ciudad de Nueva York, estableció la siguiente expresión: “Cuando puedan reposar y relajar los nervios, podrán hablar”. El Dr. Matthew N. Chappel ha señalado que, con frecuencia, el esfuerzo o la fuerza de voluntad aplicados para luchar contra las preocupaciones o para resistirlas, es precisamente lo que perpetúa la preocupación o la pena. (Matthew N. Chappell, How to Control Worry, New York, Permabooks).
El reposo físico, cuando se practica diariamente, suele acompañarse de descanso mental y de una actitud liberada de tensiones que nos capacita para controlar más conscientemente nuestro mecanismo automático. El reposo físico, también y por sí mismo, ejerce poderosa influencia en la deshipnotización de las actitudes negativas y de las reacciones estándar.


Cómo aplicar las representaciones mentales para obtener un mejor reposo

EJERCICIO PRACTICO (DEBE SER PRACTICADO TREINTA MINUTOS DIARIOS O MAS TIEMPO):

Siéntese cómodamente en un sillón, o extiéndase de espaldas. Deje funcionar conscientemente, y en tanto le sea posible y sin hacer demasiados esfuerzos sobre ellos, los diversos grupos musculares. Centre la atención, también conscientemente, a las diversas partes de su cuerpo y procure relajar las tensiones de las mismas. Hallará que hasta cierto grado podrá siempre y voluntariamente liberarse de la tensión experimentada. Puede cesar de preocuparse y dejar el cerebro en reposo. Podrá disminuir un tanto la tensión de sus mandíbulas. Podrá lograr, así mismo, que sus manos, brazos, hombros y piernas permanezcan en un estado de reposo mayor que el normal. Dedique unos cinco minutos a todo ello y luego cese de supeditarse al control consciente. De aquí en adelante, conseguirá un reposo cada vez mayor, mediante la aplicación de su mecanismo creador, para que éste le proporcione automáticamente el estado de descanso. En pocas palabras, va a aplicar diversas representaciones-objetivos, mantenidas en su imaginación, y va a dejar a su mecanismo automático que alcance para usted estos objetivos o metas.


Cuadro mental número uno

Véase, con “los ojos mentales”, extendido sobre la cama. Fórjese una representación mental de sus piernas como si éstas fuesen de concreto. Véase extendido en el lecho con dos pesadísimas piernas de concreto. Vea estas pesadísimas piernas de concreto hundiéndose en el colchón a causa de su enorme gravidez. Ahora, represéntese las manos y brazos como si estuvieran hechos de concreto. También son sumamente pesados unos y otras y así mismo, se hunden en la cama a causa de la tremenda presión que ejercen sobre ésta. Con “los ojos de la mente” trate de representarse a un amigo que entra en su habitación e intenta alzarle sus grávidas piernas de concreto. Le coge a usted de los pies y trata de levantárselos. Resultan demasiado pesados para sus fuerzas. No puede hacerlo. Repita, inmediatamente después, este mismo ejercicio con los brazos, el cuello, etc.


Cuadro metal número dos

Su cuerpo es un gran muñeco de teatro de polichinelas. Tiene atadas las manos a las muñecas. El antebrazo está atado negligentemente a la parte superior de su antebrazo. Pies, rodillas y muslos hállanse también atados con cuerdas sumamente flojas. Del cuello le pende un débil cordón. Las cuerdas que le sujetan las mandíbulas y los labios se han aflojado tanto que aquéllas le caen libremente sobre el pecho. Las diversas cuerdas que atan las distintas partes de su cuerpo se han debilitado y aflojado a tal extremo que todo su cuerpo se extiende ahora blando y suelto a través del lecho.


Cuadro mental número tres

Su cuerpo se halla compuesto de una serie de globos inflados. Hay a sus pies válvulas abiertas y el aire comienza a escapársele a través de las piernas. Sus piernas comienzan a vaciarse y continúan así hasta quedar convertidas en dos desinflados tubos de goma que se extienden vacíos sobre la cama. En seguida, ábrese una válvula en el pecho, y, en tanto el aire comienza a escapar, su tronco completo inicia el desfallecimiento, quedando en ese estado sobre la cama. Continúe el mismo ejercicio con los brazos, la cabeza y el cuello.


Cuadro mental número cuatro

Mucha gente hallará, mediante este procedimiento, el mayor reposo posible y el mejor medio para liberarse de toda clase de tensiones. Retrotraiga la memoria a alguna escena descansada y placentera de su pasado. Siempre hay un momento en la vida de cualquier individuo cuando éste se sintió liberado de tensiones, descansado y en paz con todo el mundo. Atraiga y recoja, pues de su pasado, su propio cuadro de reposo y trate de evocar, con todos los detalles, las imágenes hayan logrado atraer con su memoria. Pudiera ser esta una escena plácida en el lago de una montaña al que usted iba de pesca. Si es así, cuide poner atención especial a las pequeñas cosas incidentales que solía acontecer en el ambiente. Recuerde las pacíficas ondas del agua. ¿Qué sonidos murmuraban? ¿Oía usted el lento rozar de las hojas de los árboles? Puede ser que usted evoque aquel momento de maravilloso y dulce reposo cuando se hallaba sentado ante una hoguera y dormitaba como sumido en blando y exquisito arrobo. ¿Chisporroteaban los leños? ¿Qué otras imágenes y sonidos había presentes? Puede ser que prefiera recordarse tumbado y reposando suavemente sobre la playa. ¿Qué sentía cuando rozaba su cuerpo con la arena? ¿Podía usted sentir el cálido reposo con que le obsequiaba el sol, como casi un objeto físico, cuando le tocaba el cuerpo? ¿Soplaba acaso la brisa? ¿Sentía las caricias del blando céfiro? ¿Veía volar las gaviotas sobre la playa? Cuantos más detalles incidentales pueda usted rememorar y representarse mentalmente, mayor éxito habrá de conseguir en lo que respecta al estado de reposo necesario para facilitarse la ejecución de ulteriores ejercicios.
La práctica diaria le hará cada vez más claros estos cuadros mentales o rememoraciones. El efecto de aprendizaje se le irá haciendo también acumulativo. La práctica consuetudinaria le reforzará, así mismo, los lazos existentes entre la imagen mental y la sensación física. Conseguirá poco a poco un estado de reposos más eficiente y ello habrá de recordarlo en la práctica de las futuras sesiones.

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